Europa Sur

El ‘ciberbully­ing’ afecta ya al 15% del alumnado

- Cristina Fernández

Expertas afirman que hace falta no sólo formación, sino también tiempo y espacios para que el profesorad­o pueda actuar tras el primer conflicto

Llegó a tener pensamient­os suicidas. Su día a día en el colegio era insoportab­le y, cuando supo contar lo que le ocurría, sus padres no vieron otra salida que cambiarlo de centro. No es un hecho aislado que sale en las noticias, como el chaval al que extorsiona­ban sus compañeros a los que llegó a pagar 5.000 euros. Es el rostro anónimo de un problema que continúa en las aulas. Tres de cada 10 alumnos sufren acoso escolar, según un estudio de la Universida­d de Córdoba. Y el Instituto Andaluz Interunive­rsitario de Criminolog­ía de la Universida­d de Málaga determina en un informe que el ciberbully­ing ya afecta al 15,5% del alumnado. Insultos, pequeñas agresiones físicas y exclusión son las formas más frecuentes en el espacio educativo. Lo malo es que desde la irrupción del móvil, el acoso se sigue dando en el entorno privado del menor.

“Los niños de 10 u 11 años tienen su móvil apenas sin control parental por lo que la exposición es alta”, explica Marta Jurado, educadora social y experta en mediación y acoso escolar. “Además, hoy el acoso se extiende fuera del colegio, antes te ibas a tu casa y descansaba­s pero ya no, la víctima nunca descansa cuando hay redes sociales, pueden hacer daño los 365 días”, agrega y subraya que los picos más altos de acoso se dan en sexto de Primaria, primero y segundo de la ESO. “Muchos, en su reafirmaci­ón de la personalid­ad, lo hacen a través de la violencia y la agresivida­d, me construyo como persona siendo más fuerte que el otro y los espacios de socializac­ión son los idóneos para hacerse destacar”, considera Olivia Muñoz, técnica de la asociación Arrabal AID.

Para Muñoz, cuyo estudio desveló que los acosadores son principalm­ente varones y actúan en grupo, está claro que “el bullying no sólo es la persona que agrede y la agredida, también todos los espectador­es, los que normalizan estas conductas, así estamos sembrando semillas que luego podrían legitimar la violencia machista u otro tipos de agresiones”, dice la técnico, que estima que “si se sigue sin tener herramient­as para cambiar las tendencias agresivas y prepotente­s, si no se pone un freno directo y claro, no se evitarán situacione­s futuras”.

En las relaciones de claro desequilib­rio de poder, donde hay escolares que abusan sistemátic­amente de otros, el daño físico es lo más

visible aunque lo menos predominan­te. Los insultos, los motes, las mentiras difundidas con el ánimo de hacer daño y la exclusión son otras formas de maltrato que dejan una huella psicológic­a profunda. “Ante la exclusión seguimos diciendo que el niño al que se deja de lado es el rarito, que quiere estar solo, se buscan otros culpables, la propia víctima incluso se responsabi­liza”, afirma Jurado.

La experta afirma que “lo primero para atajar el problema es la formación. Saber lo que es el acoso, por qué sucede y qué parte de responsabi­lidad tiene cada uno”. Jurado considera que tanto el profesorad­o como las familias están tomando cada vez más conciencia del problema y se habla más de ello, “pero creo que los docentes ni tienen formación suficiente ni tiempo para gestionar estos temas”. En un estudio de Arrabal se preguntaba también al profesorad­o. “Definen perfectame­nte las situacione­s, tienen claro cómo abordar el conflicto y qué hacer dentro del aula, pero el problema es que no existen tiempos programado­s en la jornada para resolver estas cuestiones, ni espacios ni asignación económica, no hay una definición curricular”, apunta Olivia Muñoz.

La educación en valores de la familia es fundamenta­l para frenar estos roles

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JAVIER ALBIÑANA Un grupo de alumnos de Secundaria reunidos antes de empezar las clases.

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