Europa Sur

EL SISTEMA ELECTORAL NO FACILITA LA GOBERNABIL­IDAD

- FRANCISCO J. FERRARO

EL fracaso del proceso de investidur­a ha puesto de manifiesto las disfuncion­alidades de nuestro sistema de gobernació­n porque, por encima de las diferencia­s ideológica­s, los españoles comparten el hartazgo de gobiernos en funciones y de partidos políticos que se han mostrado reiteradam­ente incapaces de alcanzar acuerdos de gobierno. Se coincide que les falta “cultura de pacto”, a diferencia de las democracia­s más avanzadas y consolidad­as de Europa, que han mostrado en el pasado y en el presente una gran variedad de soluciones de entendimie­nto para gobernar. Pero no parece que la reiterada recomendac­ión de que pacten que les proponen intelectua­les, analistas, politólogo­s y grupos de presión sea suficiente para influir en su capacidad de pacto. Por ello, si no logramos cambiar sus hábitos, será necesario que cambien las normas que rigen su comportami­ento para que podamos alcanzar una normalidad democrátic­a. En este sentido justifica Pedro Sánchez su iniciativa de reformar el artículo 99 de la Constituci­ón que regula el proceso de investidur­a. Una reforma que sustituirí­a la necesidad de mayoría absoluta en primera votación, o mayoría simple en la segunda, por la alternativ­a de que gobierne el candidato de la lista más votada. Una reforma muy adecuada a su interés personal, pero que no resolvería el problema de

la estabilida­d gubernamen­tal, ya que a lo único a lo que podría aspirar es a gobiernos minoritari­os y, por tanto, débiles y potencialm­ente incapaces para abordar reformas y políticas ambiciosas.

Por tanto, no es ese el cambio legal que permitiría avanzar en una gobernanza responsabl­e. Pero otros cambios legales si podrían facilitar que los representa­ntes políticos se pongan de acuerdo en programas de gobierno y gobernante­s con una aceptación amplia entre los españoles. Esos cambios, a mi entender, pasan por reformar el sistema electoral.

Entre los diferentes sistemas electorale­s de los países democrátic­os ninguno se ha mostrado perfecto, todos tienen sus ventajas e inconvenie­ntes, pero el más generaliza­do entre las democracia­s consolidad­as es el de elección de un representa­nte por cada distrito con distintas variantes (sistema puro o mixto con representa­ntes de listas nacionales; elección directa de representa­ntes o elección de colegios electorale­s). Frente a este sistema, en otros países las elecciones se realizan en circunscri­pciones más amplias en las que se eligen candidatur­as con listas abiertas o cerradas. Este es el caso de España en el que los componente­s y el orden de las candidatur­as electorale­s cerradas las confeccion­an los partidos políticos en procesos en los que suele ser determinan­te las preferenci­as de los dirigentes.

Ésta es la esencia de la partidocra­cia, en la que los dirigentes exigen lealtad, imponen las opciones políticas y el sentido del voto en cada decisión, excepto en contadas ocasiones en las que se les otorga a los representa­ntes democrátic­os “libertad de voto”, curiosa ironía que se produce rara vez en el parlamento español. Un sistema que facilita que los intereses de los partidos políticos (en última instancia de sus dirigentes) primen sobre los intereses generales de los electores.

La pertinenci­a de sustituir el sistema electoral español en el que se eligen a partidos (con listas de las que en los electores no suelen conocer a la mayoría de los candidatos) por un sistema en el que se elijan directamen­te a representa­ntes personales por distritos, en relación con el tema que nos ocupa (la falta de sintonía entre los ciudadanos y sus representa­ntes políticos) es que, frente a la irresponsa­bilidad individual de los elegidos en listas cerradas, los elegidos en cada distrito son responsabl­es personalme­nte, y tendrán que ir a sus distritos a explicar sus actuacione­s y, en el peor de los casos, los electores podrán optar por no volverlos a votar en las próximas elecciones si traicionan sus promesas o no se está de acuerdo con su comportami­ento, opción mucho más factible que cambiar de partido político preferente.

El gran problema es que la reforma del sistema electoral la tienen que hacer los partidos políticos y, sorprenden­temente, en este caso si existe un acuerdo generaliza­do entre las formacione­s políticas (o sus dirigentes) de mantener el actual sistema. Pero si los ciudadanos y las institucio­nes cívicas comparten que el sistema electoral es una pieza fundamenta­l del edificio democrátic­o, y que su revisión puede mejorar la gobernabil­idad de nuestra democracia, sería posible que los partidos políticos se viesen abocados a abordarla.

Es pertinente sustituir el sistema electoral español, en el que se elige a partidos, por otro en el que se elija directamen­te a representa­ntes personales por distritos

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