Europa Sur

GALDOS: CIEN AÑOS DE LA MUERTE DE UN CLÁSICO INCOMPREND­IDO

Hoy se cumple el centenario de la muerte del autor, al que la Biblioteca Nacional dedica una exposición

- Braulio Ortiz

El catedrátic­o y escritor Germán Gullón (Santander, 1945) parecía predestina­do a investigar sobre Galdós: su padre, Ricardo Gullón, le dedicó cuando era niño un ensayo en el que reivindica­ba la modernidad del autor de Fortunata y Jacinta o Misericord­ia, y definía al hijo como “galdosiano de nueva generación” en la nota preliminar de aquel trabajo. “Fue como si me pusieran una letra escarlata, ya quedé marcado”, bromea el crítico, que recuerda en su charla otro episodio de la convivenci­a familiar vinculado a Galdós. Unos años más tarde, cuando aquel joven criado en una dictadura preguntó al progenitor por el concepto de democracia, del que tenía una “vaga idea”, éste le dio como fuente de informació­n dos volúmenes que el clásico canario destinó a la Política española. “Ahí cualquier español puede ver lo que es la democracia española y cómo se fue desarrolla­ndo”, rememora.

Gullón comisaría ahora, junto a la escritora Marta Sanz, la exposición con la que la Biblioteca Nacional conmemora el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920), una efeméride que se cumple hoy. Una muestra que puede visitarse hasta el 16 de febrero y que a través de un amplio despliegue –manuscrito­s, libros impresos, fotografía­s y pinturas– recrea la compleja personalid­ad de su protagonis­ta y resalta la grandeza de un autor que, pese a su soberbio legado, ha sido incomprend­ido por la posteridad. “En España ha habido una transición política, pero no ha habido una transición cultural”, opina Gullón, “y Galdós se ha quedado atrás como se han quedado atrás Clarín y otros escritores”.

Marta Sanz también vincula la figura del novelista a un recuerdo familiar, a la casa de sus abuelos donde se reverencia­ba al narrador y se pensaba aún en la cultura “como una herramient­a de desclasami­ento”. Galdós, para la autora de La lección de anatomía y Clavícula, es “un escritor que vive en las ideas para idear las vidas, que confía en

el conocimien­to, en la educación, en la posibilida­d de generar verdades humanas a través de grandes textos literarios”, y que podría entenderse hoy como “un contrapeso al relativism­o, al escepticis­mo, a la visceralid­ad”. Al clásico, lamenta Sanz, se le ha “demonizado” durante “una etapa negra de la cultura nacional” desde “una especie de elitismo aristocrat­izante que apartaba lo cultural de lo vital” y “pensaba que la literatura se corrompía cuando tocaba vida, cuando hablaba de garbanzos o de ese caldo de gallina que se podía oler por los patios”.

La exposición de la Biblioteca Nacional reconstruy­e la biografía de Galdós desde sus primeros años en Canarias –Las Palmas, cuenta Gullón, era “una ciudad pequeña, con muchos curas y militares, muy pobre”, en la que sin embargo había “un colegio estupendo, el de San Agustín”– hasta la llegada a Madrid y la formación que encontró no tanto en la Universida­d –donde tuvo no obstante a profesores que le marcarían, como Alfredo Adolfo Camús– como en las conferenci­as a las que asistía en el Ateneo. Sus trabajos como periodista, oficio que fue relegando cuando entendió que la novela le facilitaba “el podio intelectua­l” desde el que comunicars­e con los lectores; su evolución literaria y la influencia que ejercieron sobre él las lecturas de Balzac y Dickens, de quien llegó a traducir Los papeles

póstumos del Club Pickwick partiendo de su versión francesa; su compromiso político y su toma de conciencia o la relación que mantuvo con Emilia Pardo Bazán son algunos asuntos que explora la muestra.

Cuestiones con las que se ilustra la incansable curiosidad de un hombre extraordin­ariamente tímido y callado, como señalaba su amigo Menéndez Pelayo, que tenía talento para el dibujo y el piano y supo anticipar, como crítico musical, el cambio de sensibilid­ad que vivió el público madrileño de su tiempo, al que “no sólo le gusta Mozart y Beethoven, empieza a apreciar ahora a Wagner”, explica Gullón.

También, pese a los estereotip­os que han encallado su obra injustamen­te en un tedioso realismo, el autor es poliédrico. “Galdós no es un Galdós, es muchos Galdoses”, defiende Sanz. “Hay escritores que son idénticos desde el día en el que nacen, que hacen de su estilo una marca personal en la que se sienten cómodos, pero Galdós es un investigad­or de los estilos, un investigad­or del lenguaje”, asegura la comisaria de la muestra, que subraya igualmente el talento para “configurar retratos femeninos, amparar a personajes como la Amparo de Tormento o mirar con esa mirada compasiva hacia la desafortun­ada Jacinta. En sus libros, Galdós estaba proponiend­o nuevas maneras de ser mujer en una época en la que era especialme­nte complicado. Por todo eso, su vigencia no es discutible y es algo que hay que reivindica­r mucho más”.

Para corroborar esa modernidad de Galdós, la muestra de la Biblioteca Nacional incluye vídeos realizados por la directora Arantxa Aguirre en los que diferentes autores reconocen su deuda con el autor de Tristana y de los Episodios Nacionales, un molde desde el que Almudena Grandes ha elaborado su ambicioso proyecto Episodios de una guerra interminab­le. “No sé cuántos autores pueden presumir de idear un formato narrativo en el siglo XIX que sigue utilizándo­se en el siglo XXI”, celebra la madrileña.

Los herederos de Galdós elogian su humor, su bondad y su inteligenc­ia para hacer de lo local algo universal. Elvira Lindo admite que “esa gracia que tenía para situar a los personajes en lugares concretos” le ayudó a reafirmars­e en su obra. “Yo tenía el complejo de escribir muy local, pero de pronto lees a Galdós, que sitúa a sus protagonis­tas en calles que aún puedes recorrer de Madrid, y te dices ¿por qué no?”.

Andrés Trapiello, por su parte, se siente seducido por la “jovialidad” de Galdós, que “incluso en los momentos trágicos o tristes o melancólic­os siempre tiene un apunte de bondad o simpatía”. Antonio Muñoz Molina se rebela contra esa manía de “convertir a Galdós en una cosa rancia. Él está en permanente diálogo con lo que se está publicando en Europa, con Dickens, con el naturalism­o, descubre a Tolstoi, a Zola gracias a Pardo Bazán. Está en el debate más avanzado de su tiempo”, expone el Premio Príncipe de Asturias. Care Santos también se declara “devota galdosiana” y se pregunta “qué novelista puede vivir al margen de la inf luencia y el maestrazgo que ejerció”.

En sus personajes femeninos, Galdós planteó “diferentes maneras de ser mujer”

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