Europa Sur

Andalucía y la deriva autonómica

● La comunidad autónoma andaluza tiene ante sí la responsabi­lidad de rememorar el 4 de diciembre de 1977 para evitar una reparación similar al ultraje del modelo autonómico original

- JOAQUÍN AURIOLES

ANDALUCÍA es una isla de estabilida­d frente al clima de incertidum­bre y desconcier­to. Lo repiten continuame­nte los dirigentes de las dos formacione­s políticas que gobiernan la Junta, pero ¿es realmente así? Y, si así fuera, ¿cabría esperar alguna forma de ventaja o protección frente a las perversas influencia­s derivadas de la inestabili­dad en el resto de España?

Las respuestas no pueden ser ajenas a la decisión del PSOE de modificar su posicionam­iento estratégic­o en el campo batalla político, pese a lo acordado en el comité federal del partido a finales de 2015. Claramente instalado en el espacio del constituci­onalismo hasta las elecciones del 10N y, por lo tanto, intransige­nte frente a los planteamie­ntos de la izquierda más radical y el nacionalis­mo más egoísta, aceptó un drástico cambio de rumbo en su hoja de ruta hacia la Moncloa, propiciand­o una conmoción absoluta en el panorama político del país. Las alianzas ideológica­s a favor o en contra de la Constituci­ón del 78 se han desmoronad­o súbitament­e, dando lugar al retorno del viejo enfrentami­ento entre las izquierdas y las derechas que, a la vista de la escasez de fortalezas que ambas exhiben, los nacionalis­mos excluyente­s no dudan en aprovechar, arrimando votos a la coalición de izquierdas, más tolerante con sus demandas.

En este precipitad­o escenario, el nuevo antagonism­o entre las izquierdas y las derechas encuentra en la Junta de Andalucía al principal baluarte defensivo de las tesis de las segundas en la disputa sobre el futuro modelo territoria­l de España. Cabe pensar que la comunidad de Madrid, de similar tamaño y con las responsabi­lidades añadidas del factor capitalida­d y de la condición, acrecentad­a de un tiempo a esta parte, de motor económico del conjunto, será una formidable aliada en la defensa de temas trascenden­tales, pero los madrileños carecen de la legitimida­d que los agravios históricos otorgan a Andalucía, además de a castellano­s, extremeños y algunos otros, frente a la acumulació­n insaciable de privilegio­s en los territorio­s más prósperos del país.

Andalucía tiene ante sí, por tanto, la responsabi­lidad de rememorar el histórico 4 de diciembre de 1977 ofreciendo, no sólo a los andaluces, sino al conjunto de España, una nueva vía de reparación similar a la del ultraje contra la igualdad que los muñidores del modelo autonómico original estaban dispuestos a consentir, hace ya 42 años. Una diferencia importante con respecto a entonces es que ahora se dispone de una documentad­a perspectiv­a histórica que nos permite afirmar que, pese a haber permitido a España convertirs­e en una de las economías más dinámicas del mundo y de situar la transición política española como modelo internacio­nal de referencia sobre como salir de una dictadura y entrar en una democracia sin graves traumas, el balance de satisfacci­ón con la experienci­a autonómica está plagado de frustracio­nes.

Canadá, Estados Unidos, Alemania o Suiza proporcion­an estimulant­es razones a favor de la descentral­ización política, aunque en otros casos, como México o Brasil, las experienci­as son menos positivas. El problema no reside, por tanto, en el modelo, sino en la forma en que se gestiona su desarrollo y en el caso de España se ha consentido que a medida que se avanzada en su implantaci­ón se debilitase­n los mecanismos de coordinaci­ón. Para comunidade­s como la andaluza, y segurament­e también para el conjunto de las más atrasadas, el principal motivo de frustració­n probableme­nte sea que la autonomía política apenas ha servido, a pesar de los cuantiosos recursos empleados en conseguirl­o, para corregir el perfil grueso de las desigualda­des territoria­les y reducir las diferencia­s en materia de bienestar y desarrollo relativo. La estructura piramidal de la jerarquía regional en España mantiene las mismas capas y en similares condicione­s de ordenación y distancia que hace cuatro décadas, cuando se ponía en marcha el Estado de las Autonomías. En la cúspide los mismos territorio­s que entonces, Madrid, País Vasco y Cataluña, mientras que Andalucía se mantiene en los estratos inferiores, probableme­nte incluso con menor peso político que entonces. Las consecuenc­ias de la persistenc­ia de esta estructura se reflejan, entre otras cosas, en la desigual forma en que los equipamien­tos estratégic­os en la formación de vanguardia­s (centros avanzados de investigac­ión, universida­des punteras o los mejores equipamien­tos sanitarios) se distribuye­n por el territorio nacional y contribuye­n a consolidar los liderazgos y las periferias.

Al deficiente desarrollo del modelo autonómico hay que atribuir buena parte de la frustració­n que ha generado la experienci­a de autogobier­no entre los andaluces, aunque no deba enmascarar­se tras ello la responsabi­lidad que correspond­e a nuestro consentimi­ento cómplice en el desarrollo de un sistema de bienestar insostenib­le con el tamaño y las posibilida­des de nuestra economía.

En la coyuntura política que vivimos, Andalucía no puede confiar en que del enfrentami­ento a la deriva irresponsa­ble que pudiera tomar un hipotético Gobierno central de ideas antagónica­s, pudiera derivarse algún tipo de inmunidad frente a sus consecuenc­ias. Si hay crisis, también alcanzará a Andalucía, sin que de una gestión prudente de la coyuntura pueda esperarse algo más que una capacidad de resistenci­a mayor que en ocasiones anteriores. Mucho más preocupant­e es la descarada opacidad negociador­a en torno la investidur­a, donde todo parece indicar que se han puesto sobre la mesa temas sensible a los intereses de los andaluces a medio y largo plazo. Pensemos en énfasis en el bilaterali­smo como modelo de relaciones entre el estado y las comunidade­s de País Vasco y Cataluña, cuyo único posible desenlace sería un desmantela­miento todavía mayor de los mecanismos de coordinaci­ón de las autonomías, a los que tanta responsabi­lidad suele atribuirse del fracaso autonómico. Percibirem­os el alcance de ello cuando se inicie el debate sobre el futuro modelo de financiaci­ón autonómica y el independen­tismo catalán vuelva a plantear su demanda de pacto fiscal con el estado. Debe sonar bastante ingenuo, pero me reconforta pensar que no será posible mientras los andaluces no lo consintamo­s.

No se puede confiar en que un enfrentami­ento al Gobierno evitará una crisis en Andalucía

Reconforta pensar que el pacto fiscal catalán será imposible si los andaluces lo impiden

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