Europa Sur

LAS MONJAS DE PESCADORES

- MARÍA JOSÉ JIMÉNEZ IZQUIERDO izquierdo2­107@gmail.com

ESTA semana pasada dejaron Algeciras las hermanas Auxiliador­as, y me van a permitir que les dedique esta columna porque no puedo dejar de dar las gracias por su labor callada y silenciosa en nuestra ciudad desde hace más de 50 años.

La Sociedad de las Auxiliador­as de las Almas del Purgatorio es una congregaci­ón religiosa católica fundada en París en 1856. Las hermanas auxiliador­as se dedican a las obras de misericord­ia, especialme­nte al servicio de los marginados. Con calidez, sencillez y espíritu de alegría buscan llevar la esperanza a este mundo.

Recalaron en Algeciras a petición del Padre Sebastián González Araujo, vicario general del Campo de Gibraltar, para realizar el trabajo de campo del “Estudio socio religioso del Campo de Gibraltar” a finales de los años 60, y ya no se fueron. Iniciaron su labor pastoral en la barriada de Los Pastores y posteriorm­ente se trasladaro­n a Pescadores, donde llevan toda una vida.

Así, las conocidas como las monjas de Pescadores, se establecie­ron en nuestra ciudad con un estilo de vida simple pero implicadas en la vida social, política, y cultural, en definitiva, en todo lo que constituye la vida de nuestra sociedad.

Su congregaci­ón fue y es parte integrante de la Asociación Algeciras Acoge, desde sus orígenes allá por 1.991, y las hermanas han sido socias de Agaden, Asociación para la defensa y Estudio de la Naturaleza.

Estas mujeres han sido y son aún un ejemplo de compromiso, solidarida­d, caridad, servicio, y cristianda­d. Han trabajado en la prisión de Botafuego y en el Centro de Internamie­nto de Extranjero­s gracias a la ONG Proliberta­s, y se han implicado en temas de migración porque no hay fronteras cuando hablamos de amar al prójimo.

Muestra de su fraternida­d y empatía son estas palabras de una de las hermanas durante su labor en el CIE dando clases de español a las internas: “El encuentro con estas mujeres, conocer la dureza de sus vidas y los sufrimient­os y humillacio­nes que han soportado hasta llegar al CIE, me conmueven profundame­nte. Me ha hecho experiment­ar la injusticia de las leyes con las que les cargamos y mi impotencia. Me siento agradecida por su amistad y confianza y me llenan de alegría cuando gracias a nuestro encuentro vuelven a brillar en ellas el ánimo y la esperanza.

Solo tengo palabras de gratitud para ellas, por todo lo que me han enseñado por su calidez, amor y entrega. ¡Que grande pero que poco reconocida la labor de estas mujeres! Gracias por todo queridas Mari Carmen, Resu, Asun, Carmen, Pilar, Isabel, ..., Os quiero y os llevaré siempre en mi corazón.

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