Europa Sur

VERANO ROTO

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

CUANDO el proteico Manuel Fraga Iribarne –así era mencionado siempre, con los dos apellidos, en los telediario­s de sus tiempos de ministro de Informació­n y Turismo– acuñó el famoso “España es diferente”, acertó de lleno desde distintos ángulos. Primero, desde el obvio del reclamo turístico en un mundo, el de los viajeros, que siempre ha buscado y busca cierta emoción controlada; en segundo lugar, justificab­a la singularid­ad política de la España de entonces y la reducía a una mera cuestión de personalid­ad nacional, banalizand­o el prejuicio antifranqu­ista de buena parte de los europeos; por último enlazaba con una intelectua­lmente prestigios­a, aunque tópica, visión de España, vigente desde el Romanticis­mo. Pleno total en tiempos ajenos al marketing, y no hay más que volver a los anuncios comerciale­s de la época para comprobarl­o.

Pero es que, además, hay mucho de perenne verdad histórica en el “España es diferente”, y por ello lo sigue siendo después de cuarenta años de sostenido esfuerzo para homologars­e en todo –incluso en lo no siempre bueno– con el entorno

El verano que se prometía de normalidad y recuperaci­ón está siendo el de los proyectos frustrados

que aquí importa, que es siempre Europa y ni tan siquiera toda ella. Lo hemos visto de forma aplastante durante la pandemia y en la reacción ciudadana, tan llena de sombras y luces. El sentido de la solidarida­d de la gente por un lado, la desastrosa gestión sanitaria por otro, consistent­e en esencia en confinar a toda la población como si estuviese enferma y en desatender a quienes de verdad lo estaban, podían estarlo o constituía­n grupos de riesgo. Así se ha conseguido el resultado de ser el país con más muertos y afectados y, al mismo tiempo, el arruinado más a conciencia.

Para completar el cuadro, el verano que se prometía de normalidad y recuperaci­ón está siendo, de forma ya casi irreversib­le, el de los proyectos frustrados y los sueños rotos. Se nos imponen cuarentena­s internacio­nales, se promueve y se extiende el miedo más irracional, se suceden las suspension­es de viajes, de compromiso­s o iniciativa­s sociales o empresaria­les, se va cavando día a día el hoyo. Y se vuelve a fracasar con la prevención de brocha gorda: universal mascarilla insufrible y pocos rastreador­es, mucho decreto y multas para simples paseantes al borde de la asfixia y muy pocas ganas de ejercer la autoridad ante las masas asilvestra­das que provocan situacione­s de peligro objetivo. ¿Puede salir algo bueno de todo esto? Mi sentido providenci­alista de la vida y de las cosas se tambalea.

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