Europa Sur

EL VALOR ÚNICO DE LOS NEGOCIOS LOCALES

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

EL alcalde visitó el hoy desapareci­do Bazar Victoria cuando era líder de la oposición. No compró una trampa para ratones, ni una tabla de planchar superplega­ble, ni siquiera una cortadora de cebollas que no provocaban lágrimas. Juan Espadas se interesó de forma privada por el establecim­iento, que ya había recibido el aviso de la propiedad para desalojar el local. Prometió medidas para velar por el comercio que hace a una ciudad diferente. En el primer mandato no supimos nada al respecto. En el segundo, por fin, el gobierno local anuncia una ordenanza en apoyo de los negocios con más de cuarenta años y en edificios con valor histórico-artísticos. Han caído ya muchos, demasiados, que han sido víctimas del fin de los alquileres antiguos, la globalizac­ión o el estado de alarma. Las franquicia­s desubicado­ras y sin gracia alguna también caen, todo hay que decirlo. Perdimos la taberna de Pepe Yebra, la juguetería Cuevas y la calentería del Postigo, por poner sólo tres ejemplos. Hay casos que son insalvable­s, porque el titular se jubila y no tiene voluntad de traspasar el negocio, pero seguro que hubo muchos que se hubieran salvado, como el Bazar Victoria, de haberse beneficiad­o de ventajas fiscales y programas especiales de promoción. Nunca lo sabremos ya en este caso. Su dueño lo intentó con una mudanza a la calle Francos, pero el experiment­o duró unos meses. No sólo perdimos un negocio único por la variedad de productos que ofrecía, sino por el trato que se dispensaba a los clientes, ese patrimonio inmaterial que también hace distinto a un comercio de otro. Pienso en bares, zapaterías, ferretería­s, papelerías y, por supuesto, en negocios dedicados a la artesanía, que son el alma de un centro amenazado por negocios de quita y pon. Nadie viene a Sevilla a visitar las instalacio­nes de Airbus, que bien merecen la pena, por cierto; ni el éxito del parque de viviendas del Polígono San Pablo, ni la SE-40, ni siquiera esa isla de la Cartuja que un día de agosto de 1992 recibió más de 600.000 visitantes. El turismo viene fundamenta­lmente al centro. Y en lugar de cuidar entre todos –autoridade­s y sociedad civil– aquello que nos hace únicos, singulares y atractivos, nos hemos desentendi­do o nos hemos plegado a los horarios y costumbres de quienes nos visitan, de tal manera que hasta marzo había que cenar sentado a las ocho de la tarde en Mateos Gago. De tapas, ni hablar. Y de barra, menos. Aquí los únicos que se adaptan a nosotros y nos superan son los chinos. Y todos sus negocios se parecen unos a otros sin necesidad de franquicia­dor.

Ningún turista nos visita para conocer Airbus, la SE-40 o el parque de viviendas del Polígono de San Pablo

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