Europa Sur

“En una familia, a menudo se prefiere tener paz antes que conocer la verdad” ● En ‘Como era en un principio’ (Algaida), el onubense se inspira en un hecho real, la misteriosa aparición de un reloj extraviado décadas antes, para explorar los silencios y r

- Braulio Ortiz DANIEL BLANCO PARRA. ESCRITOR

Adela recibe un regalo de su marido, un reloj tan lujoso y excesivo –es de oro macizo, y en su esfera un diamante señala cada hora– que hace que la mujer se sienta incómoda al llevarlo. Un día, misteriosa­mente, ese objeto desaparece, y nunca se resuelve si ella lo perdió o alguien robó aquella pieza codiciada. Tres décadas después, cuando Adela está a punto de jubilarse, le entregan un paquete sin remitente: es aquel artículo que vuelve, inesperada­mente, del pasado. A partir de esa premisa, basada en hechos reales, Daniel Blanco Parra propone una amena y lúcida radiografí­a de la institució­n familiar en Como era en un principio (Algaida), la segunda novela para adultos, tras Los pecados de verano, de este escritor especializ­ado en narrativa juvenil.

–En los agradecimi­entos que hace al final del libro menciona la “burbuja irrompible que son los afectos más cercanos”, pero su novela ofrece un retrato de una familia lleno de desencuent­ros, rencores y secretos.

–Todo este misterio del reloj, su aparición casi mágica, sirve de excusa, como una zanahoria delante de un caballo, para hablar de otra cosa que a mí me interesa y que son los afectos y desafectos dentro de una familia. Un concepto que me fascina es que, dentro de esta estructura, se prefiere a menudo la paz a la verdad. Me intriga cómo construimo­s esa convivenci­a desde el silencio, los secretos, los encubrimie­ntos. Quería escribir una novela sobre la institució­n familiar. Nos han vendido un ideal, nos dicen cómo es la madre perfecta, el padre perfecto y el hijo perfecto, y, claro, no llegamos a ese nivel, y la familia acaba siendo, a veces, una causa de frustració­n y desesperac­ión. En la vida real hay madres que no se comportan como madres, hijos que están deseando dejar el nido, hermanos que se tratan con crueldad. En la familia se dan las emociones más intensas, más extremas: aprendemos a amar, pero también podemos aprender a odiar. Yo quería explorar algo que puede resultar impopular, qué hay detrás de esa imagen idílica que vendemos en el escaparate, con la que nos presentamo­s al mundo. Me interesaba desestruct­urar eso. La familia es refugio, pero en ocasiones es intemperie y herida, y quería trabajar con esa ambivalenc­ia.

–Aunque en realidad le interesen otras cuestiones más que el misterio del reloj, debe admitir que la vida le brindó una trama muy atractiva.

–Sí, una de las cosas más curiosas de esta novela es que está basada en hechos reales. Esta pérdida del reloj y su aparición tantos años después se ha dado, todo eso ha ocurrido, aunque en la realidad no hemos descubiert­o quién fue, quién estaba detrás de esta aparente devolución. Yo como escritor he intentado tejer esa telaraña de afectos y desafectos, y he intentado separarme de lo que contaba; por algo casi en ningún momento se dice que la historia se basa en hechos reales. Es gracioso, porque la gente de mi círculo más íntimo lee el libro con lupa y se busca. Hay quien ha visto algo negativo y me ha llamado para preguntarm­e: “Oye, ¿éste soy yo?”. O me interrogan: “Cuando hablas de que tal personaje, ¿te refieres a esa noche en que X se emborrachó?” [ríe]. Con ese misterio del reloj encontré algo con lo que sueña todo autor: un arranque potente que te permite luego hablar de lo que te interesa.

–Usted inscribe su libro dentro del domestic noir. Cada vez hay más novelas que reemplazan la figura del detective por gente corriente que investiga qué sucede en su entorno.

–Es una corriente asentada en algunos países de Europa y en EEUU. Es como una novela de misterio de andar por casa, donde, sí, no hay policías ni detectives. En mi libro es interesant­e porque quien investiga tiene una implicació­n personal, busca una respuesta porque quiere saber de dónde viene, y porque los sospechoso­s pertenecen a su entorno más cercano, lo que dinamita la certeza de que estás a salvo con tus amigos y tus familiares. ¿Qué pasa cuando dejas de confiar en quien era hasta entonces tu apoyo fundamenta­l?

–Su novela anterior, Los pecados de verano, era muy diferente a ésta, pero ambas coinciden en algo: son relatos corales en los que los personajes femeninos tienen más peso que los hombres.

–Cuando se habla de un misterio doméstico, las que tienen la voz cantante son las mujeres, que son quienes se han ocupado siempre

del hogar y las que están más vinculadas a las historias familiares, pero también a las emociones. Uno de mis primeros recuerdos va por ahí. Yo tendría cinco o seis años, y ese día mi abuela estaba triste, a punto de llorar. Mi abuelo se le acercó y le dijo: “No estamos para tonterías, tienes un techo y un plato de comida”. Esa escena me marcó, intuí que quizás los hombres y las mujeres gestionan de distinta manera sus emociones. Otro rasgo en común que tienen

Los pecados de verano y este libro es que la historia familiar y la colectiva van de la mano. En la primera se contaba la apertura al turismo, esa sacudida que supuso para una sociedad que todavía tenía un código moral muy férreo. Aquí también reflejo la historia del país: abordo a esa generación de los años 80, el Estado de Bienestar, esas familias que ya tienen otras aspiracion­es, y esta generación del siglo XXI, esa gente que tiene 40 años y no ha encontrado un trabajo en condicione­s, enganchada a las redes sociales, que va superando un obstáculo tras otro y a la que ya lo que le queda, casi, es tirar la toalla. Es doloroso porque nos contaron que íbamos a vivir mejor que nuestros padres, porque esa parecía la evolución natural, y ya debemos asumir que eso no será así. Virginia, la hija menor, la que investiga qué ha pasado con el reloj, encarna el fracaso en un tiempo en el que nos mostramos en Instagram o en Facebook más felices y exitosos que nadie. Hoy que vendemos en las redes que tenemos las mejores vacaciones, quería contrapone­r a eso un personaje que representa todo lo contrario.

–Quería preguntarl­e por su labor como novelista juvenil, en la que da nada menos que unas cien charlas al año en institutos. ¿Cómo ve la relación de los jóvenes con la lectura?

–Cuando publiqué El secreto del amor [Premio Jaén de Narrativa Juvenil 2012] me di cuenta de que mi público podía estar en los institutos e intenté meter cabeza por ahí. Con las primeras charlas la gente me avisaba: “No te hagas ilusiones, Daniel, los jóvenes no escuchan”. Todavía, los propios profesores te preguntan si estás preparado... Por mi experienci­a, he entendido que si les cuentas historias y les hablas de temas que les interesan, los chavales te atienden. Les hablo de qué hay detrás de un libro, de cómo es el oficio de escritor, de la importanci­a de la lectura a lo largo de la Historia, e ilustro todo eso con anécdotas y ejemplos. Les digo, por ejemplo: “En los siglos XV y XVI, cuando pillaban a un esclavo negro leyendo, ¿qué le hacían? Le cortaban la mano”, y ellos exclaman asombrados: “¡Nooo!”. Me llevo desde octubre hasta junio con la maleta, pero es muy emocionant­e tener delante un auditorio que quiere que sigas incluso cuando suena el timbre.

En la familia se dan las emociones más intensas: aprendes a amar, a veces a odiar. Es refugio e intemperie”

En el ‘domestic noir’ los amigos y familiares son sospechoso­s. La certeza de estar a salvo en tu entorno estalla”

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ANTONIO PIZARRO Daniel Blanco Parra (Moguer, 1978), con un ejemplar de ‘Como era en un principio’.

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