Europa Sur

VALERIANO BÉCQUER

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

EL 22 de diciembre se cumplirán siglo y medio de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer. También de su hermano Valeriano, mayor que él en tres años, y que había muerto tres meses antes, el 23 de septiembre de 1870. A la muerte de Valeriano, ocurrida en su hotelito del barrio de La Concepción, Gustavo Adolfo grita, mientras sus amigos intentan alejarlo del lecho mortuorio: “¡Valeriano, Valeriano, qué solo me has dejado!”. Unas semanas después, con la llegada áspera y solemne del invierno, el poeta expiraría en su estrenada

casa del barrio de Salamanca, en la calle de Claudio Coello. Es un misterio el porqué de este aminoramie­nto, de este olvido de la verdad existencia­l y artística de los hermanos Bécquer (luego vendrían los hermanos Quintero y los hermanos Machado), siendo así que ambos se hallaron inextricab­lemente unidos por el amor, la orfnadad y la devoción pictórica, heredada de su padre.

Quiero decir que, más allá de que ambos vivieran juntos durante buena parte de sus vidas, el arte de uno y otro gira sobre una concepción romántica del arte donde la pintura (y la música) fueron más efectivas que la poesía como transmisor­as de una verdad oculta. Son muchísimas las ocasiones en que Gustavo Adolfo expresará esta impotencia balbucient­e de la palabra para indagar en la entraña inaprehens­ible del mundo. Y

son también muchas las oportunida­des en que el poeta dibuja con mano diestra y escribe de pintura con solidez admirable. Lo cual implica que, para Gustavo, Valeriano acaso fuera, junto a su hermano adorado, el médium que le mostró pictóricam­ente el modo en que el color y las sombras huellan el umbral del misterio. Y que uno y otro, Valeriano y Gustavo, trabajaran en proyectos donde pintura y literatura obraron de consuno en ese “arte total” que exigirá, poco después, Wagner.

El propio retrato idealizado de Gustavo Adolfo, hoy en el Bellas Artes, nos habla de las virtudes de Valeriano: junto a la caracteriz­ación del retrato, encontramo­s esa profundida­d ambarina que ha aprendido en Murillo y Velázquez. También aprenderá en Murillo el gesto sentimenta­l y el interés por lo popular, que luego transforma­ría en un realismo asentado (Valeriano es posterior a Courbet), hijo legítimo de su siglo. En sus numerosos y espléndido­s bocetos, es la vida doméstica de ambos –el boceto ponderado por Diderot y Burke–, la que alumbra con su verdad urgente y perdurable. Una verdad fraterna donde uno y otro artista se confunden.

Valeriano y Gustavo trabajaron en proyectos donde pintura y literatura obraron de consuno en el “arte total”

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