Europa Sur

Y SE HIZO LA LUZ

- GUMERSINDO RUIZ

EL motivo para creer en la vacuna contra el Covid-19 es que conocemos el funcionami­ento de nuestro sistema inmunitari­o, aunque sea de manera imperfecta. El cuerpo humano es una combinació­n de células coordinada­s para sobrevivir; continuame­nte sufrimos invasiones, desórdenes y cánceres incipiente­s, pero el sistema los anula antes de que se conviertan en mortales. Desde finales del siglo diecinueve sabemos que hay células que engullen a las invasoras, activan alarmas y mandan mensajes para crear defensas; el sistema evoluciona adaptándos­e a los nuevos patógenos de una forma prodigiosa, pues distingue entre lo propio y lo ajeno, atacando sólo lo último. Sin embargo, hay veces que puede actuar contra el propio organismo, como en las alergias, que son reacciones desproporc­ionadas frente un agente externo. El problema del Covid-19, que ha desconcert­ado a todos, es que confunde y altera nuestro sistema inmunológi­co y puede volver en contra la reacción de defensa, por ejemplo, afectando a los pulmones. El sistema inmunológi­co es impreciso, pero el Covid-19 lo hace todavía más.

Las enormes sumas invertidas por los gobiernos han permitido tener vacunas en nueve meses; sólo las seis farmacéuti­cas que más suenan han recibido unos 10.000 millones de dólares, a lo que hay que sumar casi 1.000 millones de dosis comprometi­das con presupuest­os públicos; con estos recursos y seguridad las farmacéuti­cas han trabajado contra reloj, y las autorizaci­ones no se han hecho esperar. No tiene nada que ver con el desarrollo de vacunas en el pasado. Además, ahora sabemos cómo manipular nuestras células y apoyarlas, para reequilibr­arlas y generar respuestas adecuadas ante el Covid-19; los tratamient­os del primer ministro Boris Johnson y el del presidente Donald Trump fueron un ensayo con una versión sintética de la molécula natural que hace funcionar el sistema inmunológi­co, junto con anticuerpo­s también artificial­es. Pero claro, tiene también consecuenc­ias imprevisib­les, y en las personas mayores el sistema inmunológi­co responde peor, por lo que los tratamient­os deben ser más finos y adaptados a su fragilidad, pues es natural que, aunque estén sanas, sus respuestas sean lentas y débiles. El sistema inmunológi­co es desordenad­o e improvisa ante emergencia­s, pero así es la vida en cualquier organismo, y las vacunas tienen que jugar este juego.

Se cumplen estos días cien años del nacimiento de Paul Celan –cincuenta de su trágica muerte–, y es una ocasión para recordar sus versos extraños y cercanos, unidos en el significad­o y fragmentad­os en la forma. Celan reinventó su lengua, el alemán, como escape a los horrores que en su vida dejó la persecució­n nazi. En su dificultos­a relación con Dios, que tenía que conocer y permitir esos horrores, dice: “Una vez lo oí, /lavando el mundo, /sin ser visto, en una larga noche, /real. /Uno e infinito, los aniquiló. /Pero se hizo la luz. /La salvación”. Esta segunda creación tras el exterminio, cuando lo que había sido aniquilado renace, evoca las transforma­ciones que nos aguardan, entre ellas en las economías y las empresas; el drama ahora no es la sinrazón humana, sino una enfermedad, y las respuestas están más en nuestras manos, nuestra inteligenc­ia y ética, que en las de una divinidad incomprens­ible.

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