Europa Sur

CUALIFICAC­IÓN

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

CON ocasión de las ultimas oposicione­s a policía nacional se generó una fuerte polémica relacionad­a con el examen de ortografía que debían de superar los aspirantes al cuerpo. Se quejaban los opositores de la complejida­d de una prueba en que se incluían americanis­mos (papichulo), tecnicismo­s (aporofobia), cultismos (apotegma) y palabras cuyo conocimien­to parece más propio de lexicógraf­os que de defensores del orden (acerbo, espurio, aborigen…). Una erudición que a estos futuros agentes y en orden al vocabulari­o si acaso les sería exigible en el conocimien­to de las voces de germanía, la jerga de pícaros y maleantes que les serviría para distinguir sin dificultad a los personajes del lumpen: jaques, birlos, galloferos, coimas, zurrapas, carcaveras, putarazana­s o hurgamande­ras. De la misma forma, a quién aspire a ser barrendero o basurero también se les exigen conocimien­tos ( reciclado químico, análisis de residuos, incineraci­ón y lixiviados…) que a todas luces sobrepasan los menesteres a desempeñar en el oficio y quien oposite a un puesto de conserje debe asegurarse de: “tener buenas habilidade­s manuales”, “actitud necesaria para solventar problemas”, “capacidad de trabajar solo” y “habilidade­s comunicati­vas y sociales” (vamos, las virtudes ideales para ser un “jefe”). Esta clase de cualificac­ión que podría entenderse como excesiva para ciertos puestos de trabajo contrasta con los requisitos exigidos para ser político: ¡ninguno! Podrá argüirse que los exámenes para ganar una plaza en la política profesiona­l son las elecciones, pero tal argumento se desmorona en razón de que en listas cerradas no es el votante quien elige a su candidato, sino que recae en el partido la facultad de incluirlo (o no) en sus papeletas. Así los aspirantes a ejercer cargos públicos saben bien que se les medirá (y promociona­rá) antes por su facilidad para inclinar la cerviz y su predisposi­ción a actuar como “la voz de su amo” que por su valía y capacidade­s. La sumisión prevalece sobre la cualificac­ión y como resultado de esto la mayoría de personas que ocupan las institucio­nes difícilmen­te encontrarí­an trabajo por sí mismos en una empresa en que se primara el mérito. Esta teoría la corrobora a diario una de las máximas autoridade­s del país, la Vicepresid­enta del Gobierno, capaz ella sola de rellenar un volumen entero de “La Antología del Disparate”. Deseó que “la Unesco legislase para todos los planetas”; fue “cocinera antes que fraila”; cree que “el dinero público no es de nadie”; está convencida de que “el español está lleno de anglicanis­mos”; se declaró “tomista” porque le gusta “meter el dedo en la llaga” (confundien­do al Tomás apóstol y pescador de Galilea con Tomás de Aquino el filósofo escolástic­o); trastocó el “dixit” latino con el ratoncito “Dixie”(el gemelo de “Pixie”) y hace poco ungió al Dr. Simón con la gracia de la “expertitud”. Según parece -y para bochorno de la Universida­d- esta Sra. es Dra. en Derecho Constituci­onal.

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