Europa Sur

GIBRALTAR

- JOSÉ RAMÓN DEL RÍO

PARA los que éramos niños en los años 40 y 50 del siglo pasado, Gibraltar nos parecía un paraíso si vivíamos cerca de esa ciudad situada en el extremo sur de la provincia de Cádiz, que no llega los siete kilómetros cuadrados de extensión superficia­l, y que había sido tomada por una escuadra angloholan­desa en la Guerra de Sucesión. Desde la firma del Tratado de Utrecht en 1713, forma parte del territorio de ultramar del Reino Unido. El tratado lo considera una propiedad a perpetuida­d de la Corona británica, sin más derecho de España a ser preferente, en caso de venta o renuncia. Y nos parecía un paraíso porque, recién salida de la Guerra Civil, aquí en España no había azúcar o casi y las pocas golosinas que se vendían no podían competir con las que abundaban en Gibraltar. Por eso, algunas familias gaditanas y sevillanas organizaba­n excursione­s a Gibraltar y de allí, además de las golosinas, se traían whisky escocés y coñac francés y las señoras medias y prendas de punto. Es conocida la constante reivindica­ción española bajo el lema de “Gibraltar español” y que el clima ha cambiado, sobre todo, desde que el Reino Unido se ha retirado de la Unión Europea.

Leo en El País que Madrid y Londres preparan un nuevo Estatuto para Gibraltar para cuando se retire el Reino Unido de la Unión Europea en 2021. Se pretende que Gibraltar afiance sus vínculos con España sin romper con la metrópoli y, para ello, incorporar a los residentes del peñón a la zona de libre circulació­n de Schengen, al que el Reino Unido se había negado siempre a adherirse. La idea es que los llanitos gocen de libre circulació­n por toda la UE y por las naciones asociadas para evitar una frontera dura entre España y el Peñón. El control del acceso aéreo y portuario no estará a cargo de los aduaneros británicos sino de la Agencia Europea Frontex, de la que España forma parte. Y los británicos que visiten Gibraltar deberán exhibir su pasaporte.

La realidad social del Campo de Gibraltar, donde hay familiares o compromiso­s de negocio entre sus habitantes, habrán recibido con alegría este acuerdo. Los llanitos hablan (casi todos) español, sin más acento que el andaluz y viajan a España con frecuencia. Hay pues que alegrarse de que la política haya roto las barreras que la propia política había puesto.

Hay que alegrarse de que la política haya roto las barreras que la propia política había puesto

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