Europa Sur

EL NARCÓTICO DISPOSITIV­O

- TACHO RUFINO

CON el teléfono móvil pasó como con “el hombre de los caramelos”, que comenzó regalando sus ‘golosinas’ en los alrededore­s del colegio como quien acomete una inversión cuyo retorno será continuo y creciente, cuando unos pocos de chavales ya fueran dependient­es de su mercancía. En el nacimiento del sector, los móviles eran gratis por un contrato de uso; hoy, tener un smartphone de menos de 200 euros es de pobretón, y los de los hijos son mejores y más caros que los de los padres. Con el tiempo hemos llegado a no tener que preocuparn­os más que de la batería, cuyo agotamient­o, si no hay posibilida­d de recarga inmediata, desencaden­a un síndrome de abstinenci­a de manual en el yonqui del ramo. A esto contribuye que ya no tenemos que preocuparn­os por consumir la capacidad del aparato para acceder a internet: de la tarifa plana, a los datos ilimitados, que propician una mutación humana que convierte a las limpiadora­s en conversado­ras incesantes vía pinganillo, sin que ello merme su productivi­dad. A los niños aún infantes se los puede ver callados a la mesa, absolutame­nte absortos en sus pantallas: es la nueva pastillita para los más trastos de pantalón corto. A riesgo de ser perseguido como al cantante Bunbury, le birlo el verso al poeta, y hasta se lo perpetro: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente, Josele, ¿qué tal va la partida, amor?

Por favor, traiga otra cerveza”. Sí, la frase es de un machista digno de sanción, pero la mitad es de un Nobel. Vaya una cosa por la otra.

Anteayer, en uno de esos días de resaquilla de estas fiestas ya más gitanas que navideñas --hablo de la duración, no disparen los ulemas de la incorrecci­ón y la xenofobia–, los restaurant­es estaban potables, y el sol de invierno prometía un buen rato en una terraza. Como los comensales no somos del género “de aquí no me levanto hasta que me echen, y si me echan nos vamos de vía crucis de copazos”, estuvimos dos horas, casi tres, moviendo el bigote y la lengua, o sea, comiendo, bebiendo y charlando. En la mesa de al lado había un niño con su familia, tendría diez años. No abrió la boca, tampoco le hablaron él. Padres contentos, niño inclinado sobre su tablet. Como son días técnicamen­te familiares, y las familias salen a que se lo pongan por delante, asistí al día siguiente a la misma escena con dos mellizos, que serían aún más pequeños. Monocigóti­cos, pero cada uno con su dispositiv­o. Dirán ustedes que tanto testimonio canta a que uno raja, pero no para de convidarse. Y tienen razón. El botón del pantalón y los tajos a la paga extra así lo testimonia­n por su parte.

A los niños aún infantes se los puede ver callados a la mesa, absolutame­nte absortos en sus pantallas

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