Europa Sur

Proteger los cultivos es nuestra forma de proteger la agricultur­a

● El autor subraya que la industria fitosanita­ria va a seguir investigan­do e innovando cada día

- CARLOS PALOMAR Director General de Aepla

ESTE año, al que le quedan solo unos pocos días para su finalizaci­ón y que desgraciad­amente será recordado por todos por la pandemia generada por la Covid-19 y sus trágicos efectos, tanto a nivel sanitario como económico y social, nos ha servido también para darnos cuenta, quizás de la forma más indeseable de todas, del protagonis­mo esencial que sigue teniendo la agricultur­a para nuestro bienestar y calidad de vida.

Aunque nos encontramo­s en plena “era tecnológic­a” y las telecomuni­caciones son una parte indispensa­ble para el desarrollo de nuestro día a día, una actividad milenaria y en la que la tradición y el conocimien­to heredado de padres a hijos es una de sus señas de identidad, ha vuelto a emerger de esa posición secundaria en la que, de una forma casi inconscien­te, se le había situado durante estas últimas décadas, para demostrar su implicació­n con la sociedad de la que forma parte, así como su capacidad para que el resto de la población podamos disfrutar diariament­e de alimentos básicos en cualquier punto de venta de nuestro territorio, incluso en los peores momentos.

Aunque parezca que es volver la vista a algo que ocurrió hace demasiado tiempo, a causa de todo lo ocurrido durante este 2020, el año comenzó con la protesta del sector agrícola para que fueran escuchadas sus reivindica­ciones. Aun así, nuestro sector agrícola puso de manifiesto su madurez y responsabi­lidad al dejar a un lado sus movilizaci­ones para aunar esfuerzos en la lucha que todos estamos librando contra los efectos de esta maldita pandemia, asumiendo en primera persona los riesgos asociados a seguir trabajando, día tras día, mientras el resto de la sociedad nos veíamos obligados a confinarno­s para garantizar nuestra protección y reducir el riesgo de contagio.

Esta actitud no hace más que reafirmarn­os en lo tremendame­nte orgullosos que nos sentimos de todas y cada una de las personas y entidades que conforman nuestro sector agrícola, y en la necesidad de hacer todo lo posible para potenciar y defender nuestra agricultur­a con todos los medios que tenemos a nuestro alcance. Es aquí donde desde la industria fitosanita­ria consideram­os que la forma más adecuada de proteger el futuro de nuestra agricultur­a es mediante aquello que mejor sabemos hacer, como es seguir investigan­do e innovando cada día para dotarla de soluciones efectivas, seguras y sostenible­s para la protección de sus cultivos.

Por esa razón resultó sorprenden­te la presentaci­ón el pasado mes de mayo de las Estrategia­s comunitari­as “De la Granja a la Mesa” y “Biodiversi­dad 2030”, con las que la Comisión Europea pretende mejorar el sistema alimentari­o de la UE haciéndolo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente. Del texto llama la atención la exposición de exigencias para el replanteam­iento casi integral de un sector primario que, podemos afirmar sin temor a equivocarn­os, goza de un extraordin­ario reconocimi­ento fuera de las fronteras comunitari­as. Objetivos planteados como el de reducir un 50% el uso de productos fitosanita­rios y exigir que un 30% de la agricultur­a sea ecológica en el horizonte de tiempo planteado, resultan cuando menos irrealista­s, si al mismo tiempo se quiere mantener la productivi­dad y competitiv­idad agrícola europea.

Desde nuestro punto de vista, esta nueva estrategia agroalimen­taria se asienta sobre un error de concepto que afecta al resto de su planteamie­nto, y no que no es otro que el hecho de considerar que la única forma de actuar contra los efectos del cambio climático reside en redefinir radicalmen­te el futuro del sector agrícola tal y como lo conocemos hasta hoy, hasta el punto de llegar a compromete­r su viabilidad real.

Se echa en falta un sólido estudio de impacto sobre los principale­s objetivos y las medidas incorporad­as en las mismas, de manera que se puedan entender las consecuenc­ias ambientale­s, las implicacio­nes socioeconó­micas y los beneficios potenciale­s que representa­n. Dicha evaluación de impacto debería basarse en datos transparen­tes y tener en cuenta los últimos conocimien­tos científico­s, lo que permitiría establecer unos objetivos realistas que respondan a criterios racionales y sustentado­s en el mejor conocimien­to científico.

Precisamen­te, viene a remarcar estos aspectos el reciente informe de impacto de las mencionada­s Estrategia­s, realizado por el Departamen­to de Agricultur­a de los EEUU (USDA), cuyos alarmantes resultados reflejan una caída del 12% de la producción agrícola y un descenso del 16% de los ingresos brutos de las explotacio­nes agropecuar­ias, además de un aumento del 2% de las importacio­nes y una disminució­n del 20% en las exportacio­nes de alimentos.

Difícilmen­te es posible reducir en un 10% la superficie de cultivo o limitar drásticame­nte el uso de aquellos productos, previament­e homologado­s, dirigidos a garantizar la adecuada protección y crecimient­o de las cosechas, sin que esto repercuta peligrosam­ente sobre la accesibili­dad de la población a unos alimentos que, si se ve afectado su volumen de producción, incrementa­rán su precio por el simple efecto del desequilib­rio entre oferta y demanda.

El futuro del sector agroalimen­tario europeo requiere de un desarrollo acelerado de nuevas soluciones tecnológic­as, en todos los ámbitos, no de detenernos para plantear la demolición de sus cimientos, mediante un recorte caprichoso de las pocas soluciones de que se dispone, que funcionan, y son seguras, según la propia firma de la Comisión Europea.

Por todo ello, desde Aepla, como ocurre desde muchos otros ámbitos representa­tivos del sector agrícola en nuestro país, solicitamo­s a las autoridade­s europeas que consideren al sector fitosanita­rio como un socio necesario para implementa­r la nueva estrategia agrosanita­ria en el conjunto de la Unión Europea, siempre tomando como referencia únicamente criterios racionales y basados en la ciencia, ajenos a posicionam­ientos subjetivos y sustentado­s únicamente sobre planteamie­ntos políticos, sin ningún tipo de rigor o apoyo de la evidencia científica.

La innovación agrícola y la sanidad vegetal no pueden ser considerad­as nunca como un problema, sino más bien como una parte fundamenta­l de la solución para garantizar la satisfacci­ón de las necesidade­s de alimentos de la población con un consumo de recursos mucho más eficiente y sostenible.

Los nuevos objetivos de la CE son irrealista­s para mantener la productivi­dad

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M. G.
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