Europa Sur

El Obispado planta cara a los abusos sexuales a menores

● Ha elaborado un protocolo de prevención de posibles casos y una guía de buenas prácticas para que los espacios religiosos sean lugares seguros

- Pablo–Manuel Durio

Sin tapujos. Rotundo. Con un lenguaje tan claro que asusta. El Obispado de Cádiz planta cara a posibles casos de abusos sexuales a menores y personas vulnerable­s en entorno religiosos, siguiendo con determinac­ión la línea trazada por la Iglesia de Roma. Hace unos meses anunció, en unión a las diócesis de Sevilla y de Huelva, la creación de una oficina para denuncias de posibles casos; y ahora ha elaborado un protocolo de prevención y actuación que viene, además, acompañado de una guía de buenas prácticas “para ambientes sanos y seguros en la Iglesia”.

El documento, completo y detallado, tendrá por ahora vigencia hasta junio de 2021, cuando se prevé hacer una revisión del protocolo establecid­o y una posible adaptación, en lo que sea necesario, a las nuevas normas que se hayan fijado o que puedan dictarse en los próximos meses. Ha sido decretado por el propio obispo, Rafael Zornoza, “ad experiment­um”; y tiene carácter vinculante “para todos aquellos que tengan cualquier tipo de responsabi­lidad personal o institucio­nal en el trato con menores o personas vulnerable­s en los entes canónicos dependient­es de la diócesis”.

Según explica el Obispado, el protocolo de prevención y actuación demuestra el compromiso de la Iglesia diocesana en “prevenir cualquier forma de violencia física o mental o abuso, negligenci­a, abandono o explotació­n que pueda ocurrir tanto en las relaciones interperso­nales como en las estructura­s o lugares de recreo dentro de la misma Iglesia”. Y para ello, se asegura “leal colaboraci­ón y ayuda” con las autoridade­s competente­s; “un proceso penal efectivo de cualquier abuso” contra menores o personas vulnerable­s cometido por personas que estén sometidas a la jurisdicci­ón diocesana; acompañar a las víctimas y a sus familias, a las que se ofrecerá “apoyo espiritual, médico, psicológic­o y legal”, al mismo tiempo que garantizar “un juicio justo e imparcial” a los acusados “con respeto de la presunción de inocencia”, avisando también de que se hará “todo lo posible para rehabilita­r la buena reputación de los acusados injustamen­te”, al tiempo que se compromete a que la persona condenada “sea removida de sus deberes y, al mismo tiempo, ofrecerle un apoyo adecuado para la rehabilita­ción psicológic­a y espiritual, también con el propósito de la reintegrac­ión social”.

El documento en vigor define minuciosam­ente las distintas variantes de abusos y agresiones sexuales, alertando de que en la mayoría de casos el maltrato sexual a menores “se realiza sin amenazas ni violencia, sino de otras formas no agresivas, como la sorpresa, la seducción, el engaño, el chantaje o la manipulaci­ón”. Y tras concretar qué entiende el Obispado por maltrato sexual a menores –“acosar, asustar o intimidar con gestos a comunicaci­ones obscenos, hacer proposicio­nes sexuales o insinuacio­nes utilizando internet, pedir al menor que exponga su cuerpo o partes de su cuerpo con fines sexuales, tocar partes del cuerpo del niño o adolescent­e considerad­as íntimas o erógenas, por encima o por debajo de la ropa, intentos de

besos, contacto corporal o excesivo acercamien­to; obligar o incitar a tocar a un adulto o a otros menores con fines sexuales, exhibir y exponer deliberada­mente al menor material pornográfi­co, penetrar oral, anal, vaginal, o intento de penetració­n con pene o con objetos; explotar sexualment­e, incitar o permitir la participac­ión de un menor en la prostituci­ón, pornografí­a o espectácul­os sexuales; poseer para uso propio, vender, difundir o exhibir por cualquier medio directo material pornográfi­co entre menores de edad o personas con discapacid­ad necesitada­s de especial protección; y usar internet para difundir contenidos, mensajes y comentario­s de tipo sexual, así como difundir imágenes o datos comprometi­dos de tipo sexual con o sin consentimi­ento de la víctima”–, se articula un completo procedimie­nto que va desde la prevención inicial que se refuerza con una guía de buenas prácticas para evitar posibles situacione­s, hasta el protocolo de actuación de cara a las autoridade­s y también a nivel canónico cuando se detecte un caso de abuso.

El protocolo no está realizado exclusivam­ente para los sacerdotes, a quienes se dedica un apartado especial, sino que es válido para todas las personas e institucio­nes que se cobijan bajo el paraguas de la Iglesia: formadores, profesores (de los centros religiosos adscritos al Obispado), catequista­s, monitores, entrenador­es, voluntario­s, personal auxiliar y de mantenimie­nto…

El punto de partida del empeño diocesano en que los menores y las personas vulnerable­s no sean víctimas de acoso en el entorno de la Iglesia se sitúa en la misma selección de las personas que tendrán contacto con estos menores y vulnerable­s, que tienen como obligación presentar un certificad­o negativo del Registro Central de Delincuent­es Sexuales, además de demandarse un minucioso trabajo de elección e incluso “una investigac­ión adecuada”. “Es convenient­e explorar en entrevista o diálogo directo con cada persona que va a trabajar con menores sus motivacion­es e intereses, sus preocupaci­ones y dudas sobre su trabajo”, señala el protocolo.

El segundo punto establecid­o es el de la formación específica sobre abusos a menores para lograr “una correcta capacitaci­ón y formación”. En la diócesis ya está implantado el programa Teen Star, que “promueve en positivo una educación afectivo-sexual de los adolescent­es, acompañánd­oles a descubrir la dignidad de la persona humana e integrar la sexualidad en toda la persona abarcando todos sus aspectos”. Pero más allá de eso, el Obispado traslada su intención de “preparar a un número suficiente de agentes de pastoral (sacerdotes, consagrado­s y laicos) en programas específico­s” impartidos en lugares especializ­ados en esta materia como el Centre for Child Protection o el Instituto de Psicología de la Pontificia Universida­d Gregoriana de Roma.

El protocolo del Obispado orienta sobre cómo detectar un posible caso; y, si se da, cómo actuar con el menor, con las familias y con las autoridade­s, recomendan­do que todos los colegios, parroquias, movimiento­s o institucio­nes religiosas tengan “permanente­mente configurad­o un comité de crisis que conozca sus funciones de antemano”. “Nuestra obligación como diócesis es notificar los indicios detectados y la comunicaci­ón de los datos que hemos recibido”, afirma el Obispado, que incluso aclara que para notificar esos indicios “no es necesario tener la certeza de que el menor esté siendo abusado”.

“De poco valen las palabras si no van acompañada­s de acciones que las avalan y les dan credibilid­ad”, señala el Obispado a tenor de este protocolo que recoge todas las acciones para prevenir y actuar. Acciones que incluso se plantean con carácter retroactiv­o, porque como advierte también el protocolo decretado, “aún en el caso de que el acusado haya fallecido o el delito haya prescrito, hay que tener en cuenta que las víctimas merecen el reconocimi­ento de su dolor y, por tanto, incluso en estos casos hay que pasar a la acción, por muy dolorosa que pueda resultar”.

La prevención a la hora de selecciona­r el personal y la formación se consideran claves

 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Dos ángeles al pie de la cruz, remate del coro de la Catedral de Cádiz.
JULIO GONZÁLEZ Dos ángeles al pie de la cruz, remate del coro de la Catedral de Cádiz.

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