Pierre Cardin, la última puntada de 2020
● Fue el más visionario de los diseñadores del siglo XX ● Aunó talento artístico y empresarial, rasgo que no abunda mucho en la moda
SE nos fue 2020 con el dobladillo cogido. No dejando costura suelta en este vestido tan extraño que nos ha colocado por largo tiempo. El año del que ya –por fin– hablamos en pasado resultará de complicado olvido. Especialmente para varias generaciones que nunca habían conocido una crisis de tal magnitud que las privara de uno de los bienes más preciados: la libertad. En este corte y confección de los 12 meses la última puntada la ha dado, con hilo negro, la muerte del más visionario de los diseñadores, Pierre Cardin.
A este italiano de cuna y francés de espíritu la historia lo recordará por múltiples logros, pero de él debemos destacar una cualidad de la que aún, en la actualidad, adolecen muchos de los que conforman su gremio: el ímpetu empresarial que siempre lo caracterizó. Pierre supo aunar talento artístico y emprendedor. Un binomio indisoluble. Para él carecía de sentido cualquier creación que no entrañara un gran despliegue comercial.
Supo aprovechar la crisis que sufría Europa tras la Segunda Guerra Mundial para crear el prêt à porter. La debacle económica de entonces había empujado a multitud de mujeres a lanzarse al mercado laboral para aumentar los menguados o inexistentes recursos financieros de sus hogares. Mujeres a las que había que vestir en el trabajo. Surgió entonces la “moda ponible” que ha llegado a nuestros días. Aquel invento le costó a Pierre la expulsión de la Cámara Sindical de la Alta Costura de París. Poco le importó a este genio al que años después la misma institución lo recibiría con toda clase de halagos. “Yo quería sacar mis creaciones a la calle. ‘Celebrities’ y princesas me daban igual”, confesó en una reciente entrevista quien estaba acostumbrado desde la adolescencia a codearse con la alta sociedad de la época.
Pierre fue un visionario del consumo de masas. Hasta tal punto llegó su capacidad de anticipación, que se convirtió en el primer diseñador en vender sus productos en un Japón asolado por la bomba atómica. Un nicho de mercado que supo ver antes que nadie. La exploración asiática le permitió hallar una fórmula comercial con la que sus productos tuvieran presencia en multitud de países. Rompió las fronteras en la distribución de la moda. Para ello, ante las elevadas tasas aduaneras que había que pagar, llegó a acuerdos con fabricantes autóctonos de otros estados para que, a cambio de otorgarles la licencia, confeccionaran sus artículos.
Esta estrategia le facilitó adentrarse en Japón, China, la India y Rusia. Eran años
del telón de acero donde en la Plaza Roja de Moscú triunfaban las canciones de
Raphael y los modelos de Cardin. La firma de quien había aprendido junto a
Christian Dior se convirtió en reclamo comercial. Lo impregnaba todo. No importaba dónde estampara su nombre. Era éxito asegurado. Es lo que se llama crear marca. Desde la ropa hasta el tapizado de los coches. Desde sus famosos restaurantes Maxim’s a las latas de sardinas.
Cardin había creado un universo para un mundo en constante cambio y al que nunca puso límites por clase social ni ideología. Compartió mesa, mantel y vino con los Onassis y los Keneddy.
También con Mandela, Fidel Castro y Gorvachov .El presidente cubano, del que siempre recordaba los selectos caldos a los que era aficionado, le propuso vender habanos con su firma. Una de las veces que el capitalismo y el comunismo más cerca han estado de darse la mano. Pierre rechazó la oferta.
Fue hijo de su tiempo, de ahí que sus diseños estuvieran impregnados del aire futurista propio de una época en la que el hombre pisaba la luna y comenzaba la conquista del espacio. Las figuras geométricas junto con materiales hasta entonces nunca empleados –como la fibra y el vinilo– marcaron muchas de sus prendas, en las que siempre seguía un patrón arquitectónico. Así concebía sus colecciones, como un edificio. “Primero las construyo y luego alojo en él los cuerpos”, llegó a afirmar.
Pierre se nos ha ido en una Navidad cogida con alfileres. Un año que ha roto las costuras de la vieja normalidad y ha traído el diseño de una nueva realidad de la que esperamos desnudarnos este 2021. Aunque mejor no hablar de desnudos ni de ropa liviana. Ya tuvimos bastante con las campanadas. Esa noche tan hortera, que, por una vez, escapaba de los discursos superfluos y de manual. Al menos, en audiencia, se impuso la elegancia y, sobre todo, la emoción sin sensiblería (aunque con festón de f lores al fondo). Para pechos asomados y centímetros de piel al aire ya tuvimos aquel mito de Sabrina en 1987. Aquello sí que rompió las costuras. Benditos ochenta.