Europa Sur

MARTÍN LUTERO

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA

EN la historia de la humanidad existen unos cuantos personajes que influyeron decisivame­nte en la elaboració­n de la fisonomía del mundo tal como ahora lo conocemos. Por la voluntad de Alejandro Magno, Julio César, Gengis Kan, Napoleón, Marx o Lenin -entre otros- se movieron fronteras se formaron imperios y se cambió -para bien o para mal- el destino de millones de personas. Una de las figuras capaz de determinar el futuro de los hombres fue Martín Lutero, monje agustino que, solo con su palabra, inició la Reforma protestant­e, un movimiento religioso que llevó a un cisma de la Iglesia católica y dio origen a numerosas iglesias que agrupadas bajo la denominaci­ón de protestant­ismo forjaron el destino social, económico y político (además del religioso) de las naciones más poderosas del mundo. Se han cumplido 500 años de que Lutero fuese excomulgad­o, declarado hereje y prohibidas sus obras por el Papa León X después de haberse negado el monje a retractars­e de sus ideas frente a una corte eclesiásti­ca. La idea de Lutero era tan sencilla como revolucion­aria: intentar cambiar los usos y costumbres de la Iglesia católica. El hecho desencaden­ante fue rebelarse contra el escandalos­o negocio de la venta de indulgenci­as que prometían, a cambio de dinero, la liberación de las almas de familiares y allegados del paso por el Purgatorio y, además, en función del donativo, el compromiso de un trato benevolent­e en el cielo para el comprador de la bula. La Iglesia confiaba en la ingenuidad de sus feligreses para engañarlos y estafarlos con lo que no era más que un impuesto religioso para sufragar la construcci­ón de Basílica de San Pedro en Roma. Lutero las cuestionó en las noventa y cinco tesis de Wittenberg que supusieron el comienzo de su lucha contra una Iglesia católica y romana desprestig­iada por el nepotismo, la corrupción y la venta de oficios eclesiásti­cos. Lutero preconizab­a la relación directa entre Dios y el creyente sin la necesidad de un intermedia­rio eclesiásti­co que explotara mercantilm­ente su tarea. A tal fin entendía que la mejor manera de hacerlo era mediante la lectura de las Sagradas Escrituras que el se ocupó de traducir del latín al alemán. De esa manera el monje consiguió dos cosas: normalizar el idioma alemán y alfabetiza­r a la gente en unos tiempos en que la ignorancia era la norma. La única autoridad era la de la Biblia y era a ella y no a la Iglesia ni al Papa a la que debían someterse los cristianos. La Iglesia oficial reaccionó con la Contrarref­orma, uniéndose al cisma religioso un cambio en el panorama político de la Europa Occidental que culminó en la Guerra de los Treinta Años, Aquella degradació­n de la Iglesia que denunció Lutero se extiende hoy a las democracia­s. Los vicios eclesiásti­cos son ahora políticos y no solo es el caso de España, es el mundo entero el que camina hacia regímenes totalitari­os con la anuencia de una infantiliz­ada ciudadanía. Se necesita con urgencia un trasunto de Lutero que pare esta moderna deriva absolutist­a.

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