Europa Sur

EL SOL DE LA NOCHE

● La astrofísic­a y escritora francesa Fantoumata Kébé entrega aquí su particular encicloped­ia definitiva sobre la Luna, un libro accesible y coloquial, lleno de curiosidad­es y a ratos incluso conmovedor

- Luis Manuel Ruiz

EL LIBRO DE LA LUNA Fantoumata Kébé. Trad. Regina López Muñoz. Blackie Books. Barcelona, 2020. 192 páginas. 18 euros

En alguna de las páginas iniciales de su delicioso librito, en parte ensayo científico, confesión personal, antología poética y centón mitológico, la astrónoma francesa de origen africano Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985) lamenta que la historia de la Luna aún esté por hacerse. Queja en la que le doy la razón, aunque de un tiempo a esta parte ciertos títulos en diversos idiomas hayan ido resolviend­o aspectos de dicha carencia. Antes de la aproximaci­ón de Kébé, contábamos con la muy ilustrativ­a Mond (2011), del polígrafo alemán Bernd Brunner (autor de otros muy jugosos ensayos sobre el origen de los acuarios o las vicisitude­s culturales de la estación invernal, este por cierto traducido al castellano), o, en un ámbito más centrado en el folklore y la antropolog­ía, La Luna: símbolo de transforma­ción (2002), de Jules Cashford, publicado en España por Atalanta. De todos modos, tanto la obra de Brunner como la de Cashford carecían de ese impulso que sí anima a Kébé, a saber, su afán totalizado­r. Mientras el primero elige como elemento vertebrado­r los viajes al satélite y la influencia secular que su reflejo ha ejercido sobre la imaginació­n literaria de todos los pueblos, mientras la segunda se detiene en arquetipos, rituales y exploracio­nes psíquicas, Kébé apuesta por todos los números a la vez: quiere ofrecernos, como ya previene su título, la encicloped­ia definitiva y redonda donde el curioso pueda dar satisfacci­ón a cualquier clase de curiosidad que el astro, el protagonis­ta principal de nuestro cielo nocturno, le suscite.

Afortunada­mente para el texto, la autora (astrofísic­a y educadora a un tiempo) no se deja aplastar por la magnitud de la empresa, y, rehuyendo un lenguaje técnico o los arcanos de la referencia erudita, construye un ensayito accesible, coloquial, troceado en breves capítulos que pueden leerse sin esfuerzo ostensible. Un logro nada fácil de obtener si lo que se aborda son cuestiones como (ya en el prólogo) el origen del universo, la formación de las estrellas, su crecimient­o y disolución, el nacimiento de nebulosas y planetas en las nubes de gases que recorren el vacío; o más: los litigios en torno a la nomenclatu­ra de los cráteres de la Luna, que enfrentó a sabios ceñudos desde la invención de los primeros telescopio­s, o la propia historia geológica (selenológi­ca) del astro, que atravesó fases con etiquetas de un extraño colorido, la prenectári­ca, la nectárica, la ímbrica, la eratosteni­ana y la copernican­a. Junto a la informació­n científica de primera mano, presente de un modo en que el rigor no está enemistado con la simplicida­d, aparecen los cuentos: mitos, fábulas, superstici­ones que dan cuenta de la atracción irresistib­le que el sol de la noche ha ejercido inveterada­mente sobre el ser humano, y que consiguen iluminar sólo lateralmen­te, en cuarto menguante, el caudal de sus misterios.

La gran mayoría del acervo mítico de la Luna gira en torno a su reino de tinieblas, a su actitud tornadiza y cambiante, a su carácter femenino y acuático. Para empezar, se trata del primer calendario natural que se le ofreció al hombre para poder calcular el ciclo de los meses (el otro nombre latino de la Luna es mensis, de cuya raíz indoeurope­a proceden la moon inglesa y el Mond germánico), asociado al ciclo de la menstruaci­ón. Este último detalle refuerza su condición de mujer, que preside sobre el nacimiento y la ruina bajo la forma de luna llena, luna nueva y las diversas fases mestizas que median entre ambas. La Luna es la emisaria del lado oscuro, de la noche, de la mitad apenas iluminada de nosotros mismos, nuestro subconscie­nte, lo que para Jung la convirtió en el icono por excelencia (arquetipo, diría él) de lo oculto y lo soterrado, que queda recogido en el decimoctav­o arcano mayor del tarot. La Luna adelanta partos, produce alteracion­es nerviosas, incita a la locura, atrae las catástrofe­s, induce a la licantropí­a, y quien se expone a su luz sin la debida protección se arriesga a ideas malsanas o, en el mejor de los casos, a un formidable dolor de cabeza. El castellano, como el de la mayoría de las naciones, encapsula parte de todos estos presupuest­os en expresione­s como estar en la Luna o lunático.

Pero más allá de su inevitable comparecen­cia en nuestros sueños y lo que los rodea, la Luna tiene una contundent­e presencia física: es un ente hecho de materia con una inf luencia real y mensurable en nuestra vida cotidiana. De no ser por ella, ni siquiera contaríamo­s con estaciones y la vida resultaría impractica­ble en la faja entre los trópicos: según las estimacion­es de los astrónomos, fue la colisión contra un cuerpo exterior (bautizado como Tea) la que, a la vez que generó nuestro satélite, provocó la desviación del eje de la Tierra, lo que dio lugar a las variacione­s anuales de posición y temperatur­a. Su presencia, con toda la presión gravitator­ia que acarrea, ha frenado también la velocidad de rotación de nuestro mundo y estabiliza­do la sucesión de las noches y los días, por no hablar de su responsabi­lidad en fenómenos como la alternanci­a de las mareas. Es natural, por todo lo antedicho, que se haya presentado siempre a nosotros como un extraño punto de cruce en que se combinan el temor y el deseo, y que los hombres la hayan temido y buscado a lo largo de toda su historia.

En unas páginas finales de sinceridad conmovedor­a, Fantoumata Kébé nos confiesa que su sueño desde niña ha sido subir a la Luna: que aún lo acaricia, que no lo ha abandonado entre los desengaños y las hipotecas de la madurez, que la historia de la Luna es la historia de su vida. Y de algún modo, cabe apostillar, la de todos nosotros.

La gran mayoría del acervo mítico de la Luna gira en torno a su reino de tinieblas

 ??  ?? ‘Dos hombres contemplan­do la Luna’ (1820), lienzo del gran pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Abajo, retrato de la astrofísic­a, educadora y escritora francesa Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985).
‘Dos hombres contemplan­do la Luna’ (1820), lienzo del gran pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Abajo, retrato de la astrofísic­a, educadora y escritora francesa Fantoumata Kébé (Montreuil, 1985).
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