Europa Sur

NI EL WATERGATE NI EL 11-S

- JOSÉ ANTONIO CARRIZOSA

LO único que puede tranquiliz­ar a Joe Biden en el comienzo de su mandato es que por mal que le vayan las cosas siempre será el presidente que derrotó a Donald Trump y con el que quedó atrás una de las etapas más nefastas en la historia reciente de los Estados Unidos. Y no sólo de Estados Unidos: por el papel de primera potencia que, a pesar de todo de lo que se hizo durante los cuatro últimos años, mantiene a duras penas, también ha sido uno de los periodos más nefastos en una amplia parte del mundo, a la que nosotros pertenecem­os. Ahí están el auge del populismo en muchos países de Europa y la América hispana o fenómenos como el Brexit, herederos ambos de una visión trumpista y reaccionar­ia.

Por lo demás, ningún motivo para envidiar a Biden y a su vicepresid­enta Harris, en la que están puestas muchas miradas. Se enfrentan a un país roto en el que la primera tarea urgente es superar las heridas que deja abierta la Administra­ción saliente y ponerse a luchar en serio contra la pandemia que está diezmando al país por la dejadez de un Trump que mientras pudo hizo alarde de negacionis­mo. La degradació­n interna de Estados Unidos se ha puesto trágicamen­te de relieve en las últimas semanas con el asalto al Capitolio y con la militariza­ción de Washington durante la ceremonia de investidur­a de ayer. Ni el Watergate ni los atentados de septiembre de 2001 llegaron a poner al país en una situación tan extrema.

También tiene una tarea inmensa el nuevo presidente para restaurar el prestigio perdido en el exterior. EEUU ha cedido posiciones frente a China y Rusia en el pulso continuo de la geopolític­a mundial, en el que nos lo jugamos todo tanto desde el punto de vista económico como social. Quizás no vuelva a ser ya nunca la potencia hegemónica que salió triunfador­a de la Guerra Fría y que en buena medida ha determinad­o el devenir del mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero el liderazgo norteameri­cano es todavía necesario por las amenazas a los sistemas de libertades económicas y políticas que emanan de Pekín y de Moscú. Nadie sabe muy bien cómo será el mundo que salga del colapso que está suponiendo la pandemia. Pero por la cuenta que nos trae –sobre todo, en este rincón del planeta que es la Europa Occidental–, más nos vale una Casa Blanca regida por una cabeza que tenga los pies en el suelo.

Biden se enfrenta, tras cuatro años de Trump, a un país roto que ha perdido posiciones como potencia mundial

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