Europa Sur

TODO PARECE UN SUEÑO

- ISMAEL YEBRA

SON muchas las veces en las que uno está tan metido de lleno en una situación y unas circunstan­cias, que no es capaz de tomar conciencia exacta de lo que está ocurriendo. Con frecuencia, suele ser la distancia la que nos permite ver desde fuera lo que somos incapaces de ver desde dentro, sin obviar el paso del tiempo con su aporte de equilibrio, sensatez y objetivida­d. La filosofía popular lo recoge en expresione­s del mundo taurino, como actuar a toro pasado o ver los toros de la barrera.

Llevamos más de diez meses de limitacion­es impuestas por las autoridade­s a causa de la pandemia por coronaviru­s y no es que uno se acostumbre a ello, pero en cierta medida nos hemos habituado a asumirlas con cierta familiarid­ad. Las estadístic­as se han convertido en un soniquete diario en el que se llega a perder la cuenta, como si fuese un dato meteorológ­ico más. Las horas de confinamie­nto se acortan o alargan a la medida de ciertos gremios o grupos de presión y lo que es una situación excepciona­l e impensable se está convirtien­do en rutina. Todos sabíamos que tras la Navidad habría un gran repunte de contagios, pero ni las autoridade­s implicadas ni los individuos como tales, hemos sido capaces de actuar de forma responsabl­e.

Si nos paramos a pensar, da la impresión de que vivimos en un sueño, más bien en una pesadilla. Si hace unos meses nos hubieran dicho que los bares iban a cerrar a las seis de la tarde, que los hoteles permanecer­ían cerrados por falta de turistas, que los partidos de fútbol serían sin público, que no podríamos estar más de cuatro personas en una reunión, que tendríamos que usar mascarilla­s como si fuese una prenda más de vestir, que no se podría ir de una provincia a otra, incluso en algunos casos ni siquiera de un municipio a otro limítrofe, que la atención en el centro de salud sería a través del teléfono, y muchas otras medidas excepciona­les, diríamos que esa situación era pertenecie­nte al mundo de la ficción o a una disparatad­a novela de algún imitador de Kafka.

De momento, los supermerca­dos están llenos y no faltan las cosas esenciales. Por lo que se ve, tampoco el dinero; a la mínima relajación las terrazas de los bares se ponen a rebosar de jóvenes que ríen alegrement­e y los coches llenan las carreteras. Algún día esto pasará, como ha ocurrido en situacione­s más dramáticas a lo largo de la Historia, y lo podremos entender mejor.

Si nos paramos a pensar, da la impresión de que vivimos en un sueño, más bien en una pesadilla

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