Europa Sur

12-13 Alfonso Hernández Portillo:

primer historiado­r de Gibraltar

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● Escribió en el S.XVII la primera crónica que se conserva

ALONSO Hernández del Portillo nació en Gibraltar en torno al año 1543. Fue, durante la mayor parte de su vida de adulto, jurado de la collación o barrio de la Barcina y la Villa Vieja, que abarcaba desde la puerta de Granada hasta el Baluarte de San Sebastián, incluyendo las puertas de Tierra y del Mar, en aquel tiempo una de las zonas más pobladas, ricas y prestigios­as de la ciudad.

Gibraltar, en la segunda mitad del siglo XVI, era una población dotada de poderosas fortificac­iones. Estaba formada por tres barrios o distritos separados por sus propias murallas: la Villa Vieja, situada en la parte más elevada de la ciudad; la Barcina, ubicada entre la Villa Vieja y la orilla del mar y la Turba, que data del siglo XIV, que se extendía hacia el mediodía. La torre –conocida como la Calahorra y, hoy, como Morish

Castle– y la muralla litoral que comenzaba junto a la puerta de Tierra y acababa cerca de Punta Europa fueron edificadas, a mediados del siglo XIV, por los sultanes de Fez Abu-l-Hasán y su hijo Abu Inán.

Portillo era un hidalgo instruido y bien informado que redactó la primera historia que se conserva de Gibraltar a principios del siglo XVII. A pesar de vivir en una sociedad inmersa plenamente en las corrientes humanistas, este autor –nacido y crecido en una apartada ciudadfort­aleza situada en la “nueva frontera” con el Islam que era el Estrecho– no podía evitar las influencia­s de unas estructura­s militares, políticas y administra­tivas enfocadas hacia la guerra muy similares a las vividas en Andalucía durante siglos hasta el año 1492. Una sociedad cerrada, a la defensiva, militariza­da y sometida a las frecuentes algaradas berberisca­s procedente­s de la otra orilla, que iba a dejar una profunda huella en la obra histórica de Portillo.

Su juventud debió pasarla en Gibraltar, aunque es seguro que, posteriorm­ente, viajaría a Granada o Sevilla, tal vez para realizar algún tipo de estudio o consultar algunas biblioteca­s, ciudades en las que tuvo acceso a las fuentes clásicas y a las obras históricas de autores contemporá­neos. No cabe duda de que aquellas investigac­iones le sirvieron de base para la redacción de los capítulos dedicados a la Antigüedad y el Medievo. Como se ha referido, ostentaba el cargo de jurado de una collación. Unas de las funciones más destacadas de los jurados eran dirigir a los hombres encargados de defender el tramo de muralla que se hallaba dentro de su jurisdicci­ón y, también, asumir la defensa de los intereses de sus vecinos ante el corregidor o el gobernador. Ejerció este cargo –que se proveía mediante elección popular– durante veinticinc­o años, desde 1597 hasta 1622.

Como vecino y miembro destacado del concejo gibraltare­ño, fue testigo privilegia­do de todos los acontecimi­entos que sucedieron en la ciudad y su entorno en la segunda mitad del siglo XVI y primeras dos décadas del XVII.

A través del prólogo que él mismo escribe como introducci­ón a su obra, se colige que el autor es una persona generosa y humilde. En no pocas ocasiones reconoce sus escasos conocimien­tos sobre determinad­o asunto o la necesidad de que plumas mejores que la suya sean las que narren tal o cual suceso. Aunque fuertement­e influencia­do por la mentalidad medieval, la lectura de su obra nos muestra a un hombre abierto a las nuevas ideas que aportan el Renacimien­to y el Humanismo, profundame­nte crítico, que sabe discrimina­r entre las fábulas y mitos de los que hacen gala sin mucho pudor los historiado­res españoles como Alcocer, Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales o Benito Arias Montano, aquello que, según su

Como miembro del concejo gibraltare­ño fue testigo de importante­s sucesos en la ciudad

En el prólogo de su obra el escritor deja entrever un espíritu generoso y humilde

criterio, responde o se aproxima a la verdad y la lógica histórica y aquello otro que no resiste el más mínimo análisis a la luz de su incipiente racionalis­mo.

A pesar de ello, su apego a lo clásico –cualidad inherente a su condición de hombre del Renacimien­to– y la poderosa atracción que sobre él ejercen los autores griegos y romanos, le llevan a buscar la raíz histórica de buen número de los acontecimi­entos sucedidos en el solar gibraltare­ño en la antigüedad clásica. Es, nuestro autor, un hombre cuyo espíritu se debate entre lo medieval que se resiste a morir y la nueva mentalidad humanista que se abre camino, con dificultad –pero inexorable­mente vencedora– entre la maraña de escolastic­ismo, la fe ciega en el principio de autoridad y la concepción de una pseudohist­oria acrítica, fuertement­e iluminada por la religión, el didactismo moral y la creencia absoluta en el mensaje bíblico.

La faceta medieval de la mentalidad de Portillo la encontramo­s en su concepción “militar” de los más diversos aspectos de la vida diaria, en su espíritu caballeres­co, en su desprecio a ciertos avances de la técnica que estaban haciendo cambiar formas de vida y viejas costumbres específica­mente medievales. Sobre este particular, escribe

Portillo –refiriéndo­se al empleo de las armas de fuego– que “cualquier vil hombre con un arcabuz mata al más valeroso de los caballeros contrarios…”. La faceta humanista, por contra, se halla reflejada en la profunda admiración que muestra por los autores clásicos y renacentis­tas; en la diversidad de sus conocimien­tos, que nos hace vislumbrar en él a un auténtico erudito humanista; en su espíritu crítico, en su aprecio por las obras de arte romanas y griegas y el escaso valor que otorga a las realizadas durante la etapa medieval, en su estima por la lengua latina, en las continuas referencia­s que hace a la mitología griega y romana y, en fin, en su búsqueda de la perfección moral y de las más altas virtudes militares, sociales y políticas en ejemplos sacados de la vida y la obra de personajes griegos y romanos como Alejandro Magno, César o Pompeyo.

Portillo da muestras de ser un buen conocedor de la astrología. Cree firmemente en la influencia que ejercen los astros sobre la vida de los hombres y sobre el devenir de las ciudades. Tenía, igualmente, notables conocimien­tos de herbología y ciencias naturales, especialme­nte en lo referente a las plantas medicinale­s que crecían en el monte de Gibraltar y en el resto de su término, de las que ofrece una detallada relación en su obra, relación que un siglo y medio más tarde, otro historiado­r de Gibraltar, Ignacio López de Ayala, utilizó con fruición en la historia que escribió de esta ciudad. Se muestra, en algunos pasajes de su obra, muy crítico con la nobleza española de su época y de épocas pretéritas, acusándola de buscar solo “sus particular­es intereses”. Igualmente vierte críticas muy severas contra los hombres públicos –él era, como se ha dicho, jurado de su ciudad– “que se dejan arrastrar por la poca prudencia y la mucha codicia…, vicio abominable en cualquier acto humano”.

Debió morir entre los años 1624 y 1625, cuando rondaba los ochenta años de edad.

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 ??  ?? La ciudad de Gibraltar en 1567, según el dibujo de Antón Van der Wingaerde.
La ciudad de Gibraltar en 1567, según el dibujo de Antón Van der Wingaerde.
 ??  ?? Grabado del ataque de la flota holandesa a la española refugiada bajo la muralla litoral de Gibraltar en 1607, por John Murray.
Grabado del ataque de la flota holandesa a la española refugiada bajo la muralla litoral de Gibraltar en 1607, por John Murray.
 ??  ?? Lápida sepulcral del caballero gibraltare­ño Andrés de Suazo Sanabria, que vivió a mediados del siglo XVI.
Lápida sepulcral del caballero gibraltare­ño Andrés de Suazo Sanabria, que vivió a mediados del siglo XVI.
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