Europa Sur

EL ACCIDENTAL­ISMO DEL PSOE

- MANUEL GRACIA NAVARRO Ex presidente del Parlamento de Andalucía

LA polémica generada en torno a la propuesta de creación de una comisión de investigac­ión en el Congreso de los Diputados sobre el uso de las denominada­s tarjetas black por el Rey emérito y algunos miembros de su familia, así como el voto en contra del PSOE, me parece un buen motivo para ref lexionar sobre la cuestión de fondo que late tras esa posición política. Me refiero, naturalmen­te, a la monarquía parlamenta­ria y a la vigencia de la forma constituci­onal del Estado.

Vaya por delante que en el terreno intelectua­l me parece preferible la forma republican­a de Estado que la monárquica: que el poder se herede como un piso o unas acciones en bolsa solivianta mi convicción demócrata. Lo que sucede es que éste es un tema que va mucho más allá de lo académico y del mero terreno de los conceptos: estamos hablando de Política con mayúsculas. En todo este asunto, y como sucedió con la convocator­ia unilateral e ilegal de un supuesto referéndum de autodeterm­inación en Cataluña, quienes propugnan alimentar y/o abrir el debate sobre monarquía o república, en realidad son muy consciente­s de que – con los datos del CIS en la mano – hoy por hoy no hay mimbres para hacer verosímil la llegada del régimen republican­o en España. Lo que en realidad pretenden, especialme­nte Unidas Podemos, es alimentar a gran parte de su propio electorado, contener la fuga de votos hacia el PSOE con la acusación de cómplice de la derecha, y desviar el debate político y mediático hacia territorio­s más favorables a su postura que los de la recuperaci­ón económica y social de nuestro país, en los que sus propuestas suelen ser o poco viables o sencillame­nte demagógica­s: es mucho más fácil hacer creer que todos nuestros problemas se arreglarán con la república que intentar hacerlo día a día, con tenacidad y firmeza.

Lo que pretendo argumentar es que la posición del PSOE no es fruto de una coyuntura concreta ni de la convenienc­ia electoral, sino que responde a un accidental­ismo respecto a la forma de Estado que es parte de su propia historia como partido y que se asienta en considerac­iones políticas muy respetable­s. Desde su fundación por Pablo Iglesias –el bueno, diría yo– el Partido Socialista se ha venido definiendo por su defensa de los trabajador­es, su ansia de libertad, y su pasión por la igualdad, sin que esas metas se concretara­n en una u otra forma de estado. De hecho, durante años, los discursos del propio Iglesias y otros diputados socialista­s en las Cortes no se refirieron sustancial­mente a la monarquía ni a la reivindica­ción de la república, dada la desconfian­za que les inspiraban los partidos republican­os a los que se tildaba de burgueses. Santos Juliá ha aludido a la “posición instrument­al” del PSOE respecto a la Monarquía, y ha dicho que ambos se han encontrado en un terreno que “no es el propio del socialismo ni tampoco el de la Monarquía”.

La forma de Estado, pues, resultaría indiferent­e siempre que sean respetadas algunas exigencias implícitas como el respeto al Estado de Derecho, la separación de poderes, el asentamien­to de un sistema parlamenta­rio basado en el sufragio universal, libre, directo y secreto, la libertad sindical y el sometimien­to de todos por igual a la ley. Todo ello, muy en contra de quienes intentan identifica­r república con izquierdas, en un juego dialéctico que se desmonta muy sencillame­nte acudiendo a la propia historia, llena de republican­os muy conservado­res y de partidos de derechas frontalmen­te antimonárq­uicos: en virtud de qué mágico artificio se podría garantizar que una hipotética república española hiciera siempre políticas de izquierdas? Evidenteme­nte, la línea entre derecha e izquierda no la marca la forma de Estado, sino las políticas que se hagan y los principios y valores que las inspiren.

Todo lo dicho no puede servir para amparar formas corruptas de ejercer la Jefatura del Estado, ni para ignorar la necesidad de llevar a cabo modificaci­ones legislativ­as que obliguen a dar explicacio­nes ante la representa­ción de la soberanía popular que la democracia parlamenta­ria exige, así como de eliminar los ángulos muertos en la transparen­cia y rectitud pública que existen aún tanto en la monarquía como en algunas otras institucio­nes del Estado. Son tareas posibles, deseables y hasta necesarias, que el Gobierno debería acometer con diligencia, pero que no deben ni pueden ser aprovechad­as para cálculos electorali­stas de mirada corta por quienes, desde su fundación hasta ahora, se han definido a sí mismos por su objetivo de destruir el llamado “régimen del 78”. Ésa es su batalla, no la nuestra.

Es mucho más fácil hacer creer que todos nuestros problemas se arreglarán con la república que intentar hacerlo día a día, con tenacidad y firmeza

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