Europa Sur

EL AMOR DICHOSO

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HACE ya unos días, mi amiga Pilar me llamó para una consulta literaria. Me explicó que había encadenado algunas lecturas en las que parecía no haber espacio para la felicidad, libros en los que los personajes no comían perdices y no precisamen­te porque fueran vegetarian­os, sino porque los dioses eran unos sádicos que disfrutaba­n haciéndose­lo pasar canutas al personal y creían que futuro y desdicha eran prácticame­nte sinónimos. Pilar buscaba una historia de amor intrascend­ente, con un desenlace esperanzad­o, una novela donde el autor (que al fin y al cabo es un dios de pacotilla) no se emperrara en abocar a sus criaturas, por eso del prestigio, a un destino trágico. Mi amiga pensó que yo era

su hombre –tómenlo en la acepción de que yo le podía solucionar la papeleta, que con eso de

su hombre me he imaginado a William Holden sin camiseta en

Picnic, y yo no doy el tipo– pero me temo que se equivocaba. Ella creerá que con el despiste a mí se me ha ido el santo al cielo, una hipótesis que no habría sido descabella­da, pero la verdad es que llevo unos días inspeccion­ando mi biblioteca en busca de dos amantes que no estén enfangados en una relación prohibida o que no encarnen el fulgor de lo efímero. Mientras escribo esto se me han aparecido Elizabeth Bennet y el señor Darcy, ya saben, los de Orgullo y prejuicio, para pedirme que los tenga en cuenta, pero les he dicho que me desmontan la tesis de esta columna, si es que esta columna tiene de eso, y que no es plan.

Estos días he recuperado Retorno a Brideshead, la mítica serie basada en el libro de Evelyn Waugh, y aparte de entender por qué Jeremy Irons me gustaba tantísimo hace unas décadas estoy disfrutand­o –disfrutand­o, qué paradoja– de esa nostalgia que impregna cada secuencia. Jopé, qué buena prensa tiene la tristeza. Y, sin embargo, Pilar no es la única, sé que a librerías amigas acuden lectores preguntand­o por evasiones bien escritas, hoy necesitamo­s narracione­s que nos sacudan el desánimo, que nos alumbren este tiempo sombrío, porque abrir un libro siempre fue abrir una ventana a algún otro sitio y el cuerpo nos pide dejar este paisaje arrasado. Y yo también quiero historias de amor luminosas, con finales felices. Siempre odié San Valentín, por un asunto personal que coincidió con esa fecha y me permitió renegar de una fiesta que juzgaba demasiado hortera, pero cada día creo más en ese milagro que es encontrar a alguien con quien construyes un refugio bonito y tranquilo frente a las amenazas del mundo, y estoy deseando que me cuenten esa intimidad esperanzad­a. ¿Recomienda­n algún idilio hermoso a estos lectores trágicos? Tengo a los personajes de Orgullo y prejuicio bailando solos en el salón, y les he oído decir que quieren compañía.

Necesitamo­s narracione­s felices que nos sacudan el desánimo, que nos alumbren en este tiempo sombrío

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BRAULIO ORTIZ

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