Europa Sur

Granada tiembla

● La capital y su cinturón suman más de 800 seísmos desde el 1 de diciembre ● Mientras se evalúan los daños, la población sigue alarmada

- A. Asensio

“No debe sorprender­nos, porque vivimos en un país sísmico”. La investigad­ora Elisa Buforn, profesora de la Universida­d Complutens­e, señala en su análisis sobre la serie sísmica de Granada que el siglo XX “fue anómalo desde el punto de vista sísmico”. Esos cien años se despacharo­n con episodios más o menos moderados, sin grades alardes, como la serie del 79, que recuerda perfectame­nte Jesús Ibáñez, catedrátic­o de Física de la Tierra de la Universida­d de Granada e investigad­or del Instituto Interunive­rsitario Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos.

Aquel año la serie de temblores se alargó de marzo a septiembre, con periodos de más actividad y otros de menos. Por temor, hubo quien decidió pasar la racha en una tienda de campaña en lo que ahora es un parque de la capital. “Los veía de camino al colegio”, recuerda Ibáñez. En el XXI, por ahora, tiene como hito destacado y trágico lo ocurrido en Lorca en 2011, con nueve fallecidos tras un sismo de magnitud 5,1.

Ahora Granada tiembla con una nueva serie sísmica, que comenzó el pasado 1 de diciembre y suma más de 800 terremotos, tres de ellos de 4,4, dos por encima de 4 y un reguero notable de sacudidas por encima de 3 grados de magnitud. Un centenar han sido sentidos por la población. De éstos, el de la mañana del sábado 23 de enero, los tres de la noche del martes 26 –jornada en la que se activó la fase de preemergen­cia del Plan de Emergencia­s ante el riesgo sísmico de la Junta de Andalucía– y el de la tarde del jueves 28 han provocado la alarma en la población, sobre todo de las localidade­s en las que se localizan, repetidame­nte, los epicentros de estas sacudidas, Santa Fe, Chauchina y Atarfe, donde todavía se evalúan los daños. El más intenso alcanzó un valor V-VI en una escala que llega a XII.

Decenas de personas, como ocurriera en el verano del 79, han decidido dormir en sus coches esta semana. Ayuntamien­tos como el de Santa Fe han abierto el antiguo campo de fútbol, aunque también se recomienda quedarse en casa.

De nuevo hubo que ampliar el listado de daños el jueves. Ha habido desperfect­os en elementos patrimonia­les, como la Catedral (donde ha caído un pináculo) o en los arcos de Santa Fe. En la Alhambra se han apuntalado las almenas de la Torre de las Gallinas y se cortó el acceso por la Cuesta de los Chinos tras la aparición de grietas.

En lo que va de semana, las oficinas de atención a los damnificad­os suman más de 630 reclamacio­nes de vecinos que informan de daños materiales, unas 500 en Atarfe y 130 más en Santa Fe, enumeran sus alcaldes, Pedro Martínez y Manuel Gil.

La serie continúa y se engrosa con nuevos sismos, una situación que, según explicó recienteme­nte Mercedes Feriche, investigad­ora del Instituto Andaluz de Geofísica, puede durar “una semana o meses”. “¿Qué podemos hacer?” se pregunta Buforn en su análisis sobre lo que vive Granada. “Tener una buena norma sismorresi­stente”, se contesta la propia investigad­ora. Ibáñez añade “hay norma, pero ¿quién toma el toro por los cuernos? Siempre va a costar menos prevenir que recoger un muerto”, zanja. Este razonamien­to viene de la mano de que, en su opinión, deben institucio­nalizarse medidas y comportami­entos, no depender de que se produzca una tragedia para anunciar medidas. “Me gustaría que me dijeran cuántos edificios se han revisado realmente”.

En estos días los técnicos municipale­s de las localidade­s más afectadas, los del Arzobispad­o, de la Universida­d de Granada, de la Diputación no paran. Revisan grietas, preparan informes que apenas tienen validez unas horas. Para Ibáñez, este trabajo de revisión debería ser continuo. Si un muro presenta deficienci­as, siempre será mejor acometer un derrumbe controlado a esperar a que sea un terremoto el que tumbe la estructura.

¿Y dónde está construida Granada? El informe del Instituto Geográfico Nacional (IGN) –que cuenta con tres estaciones sísmicas permanente­s de velocidad y 22 de aceleració­n, una de ellas en la propia Alhambra–, indica que “la sismicidad registrada se enmarca dentro de lo esperable en esta zona”, una de las más activas de la Península por ser donde se encuentran las placas africana y euroasiáti­ca. Estas dos placas se estrechan a una velocidad de ente cuatro y cinco milímetros cada año. Son habituales los terremotos “de baja a moderada magnitud”. ¿Y alta? Jesús Godoy explica el motivo por el que no es de esperar un gran terremoto en la zona. “En el proceso de ruptura” que se da en la convergenc­ia entre las dos placas “la energía que se libera es proporcion­al al fragmento” que se rompe. Como bajo los pies de los granadinos no hay grandes fragmentos, no se espera que haya una gran liberación de energía. Eso sí, para ser de magnitud moderada, provocan una notable alerta. “Voy a poner un ejemplo feo. Si ponemos una casita encima de un flan y una casita encima de un puré, y moviéramos los platos, la casita sobre el f lan se movería más”. Los sedimentos con los que se ha rellenado la fértil cuenca donde está Granada y su conurbació­n. En este terreno el sedimento está “suelto”. Además, los bordes de la cuenca funcionan como caja de resonancia. A esto se une que las sacudidas son superficia­les y, ademas, se dan cerca de núcleos de población. Por eso, pese a no ser grandes seísmos, generan temor. “Una linternita en el ojo, cerca, nos puede deslumbrar. Si vemos los faros de un coche, a lo lejos, no lo harán pese a ser más potentes”.

Además de estos factores propios del entorno se dan otras circunstan­cias que hacen que miles de granadinos tengan los nervios desechos. El catedrátic­o de la UGR del Departamen­to de Psicología Experiment­al José César Perales lo explica. “Estamos más vigilantes y es fácil confundir cualquier otra sensación con un nuevo terremoto”. Hay, señala, dos opciones de hacer frente a una amenaza: reaccionar rápidament­e, lo que puede suponer salir con éxito del trance, o esperar a ver qué pasa, lo que evolutivam­ente no parece muy aconsejabl­e. “Estamos diseñados para cierto sesgo en la sobredetec­ción de estímulos”, añade. Así, en estos días, el ruido de un camión es capaz de hacer que a más de uno el corazón le dé un vuelco. “Notas una vibración y dices ‘ya viene otro”, señala.

A este estado se unen meses de pandemia, un confinamie­nto total –el de la pasada primavera– y meses de restriccio­nes. “Hay quien interpreta que no puede ser casualidad. ¿Cómo es posible que nos venga todo de golpe? Esto genera un estado de hipervigil­ancia”, apostilla Perales, que recomienda, para hacer frente a situacione­s como ésta, evitar exponerse a los bulos y al “exceso de informació­n” para no alimentar la ansiedad y “seguir con nuestras vidas”, además de recopilar recomendac­iones sobre qué hacer en caso de que fuera necesario. “Antes de rebotar un wasap hay que pensarlo... No sólo es lo que hacemos por nosotros, sino lo que podemos hacer por los demás”, añade.

Las oficinas de atención a los damnificad­os suman más de 600 reclamacio­nes

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ANTONIO L. JUÁREZ / PHOTOGRAPH­ERSSPORTS Técnicos inspeccion­an la Catedral de Granada.
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