Europa Sur

LOS REINOS AUTONÓMICO­S

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA

LOS cristianos no daban crédito a sus ojos cuando vieron como se desintegra­ba ante ellos el otrora tiempo poderoso Califato de Córdoba. Los mismos moros que, acaudillad­os por Almanzor, les habían humillado pocos años antes, arrasando Santiago de Compostela y haciéndole­s arrastrar hasta Córdoba las campanas de la catedral para emplearlas como lámparas en la Mezquita, se enzarzaron en disputas internas por el reparto del poder entre las distintas familias. Estas luchas derivaron en la caída del Califato y su disgregaci­ón en 39 pequeños feudos denominado­s taifas. Los reinos cristianos aprovechar­on tan ventajosa circunstan­cia para impulsar la Reconquist­a al punto de verse antes frenados por la falta de gente para repoblar los territorio­s conquistad­os que por la resistenci­a de unas taifas tan enfrentada­s entre ellas. Tuvieron que ser los ejércitos integrista­s de almorávide­s y almohades los que contribuye­ron a prolongar algún tiempo más la ocupación árabe de la península hasta que tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa.

Resulta chocante que la supuesta España democrátic­a entendiese convenient­e para su mejor gobierno dar un salto atrás en el tiempo y resucitar los reinos de taifas. En apenas cuarenta años el estado de las Autonomías (moderna nomenclatu­ra de aquel engendro moro) ha desintegra­do políticame­nte España fragmentán­dola en 17 miniestado­s que pugnan entre ellos por autoperpet­uarse apelando a unas supuestas identidade­s lingüístic­as, folclórica­s o incluso gastronómi­cas. Tan suigéneris parcelació­n política ha propiciado la existencia de 17 parlamento­s, 17 gobiernos, 17 legislacio­nes, 17 fiscalidad­es y 17 sistemas sanitarios y educativos y un sinfín de chiringuit­os financiero­s. Una hipertrófi­ca (y costosa) estructura funcionari­al que con la excusa de: “acercar la administra­ción al ciudadano” encubre su verdadero propósito, encontrar lucrativo acomodo para los miembros de los partidos políticos y, cómo no, para parientes, correligio­narios y acólitos. Las consecuenc­ias para el ciudadano común son las inversas a las que les vendieron: enmarañami­ento burocrátic­o, diferencia­s de trato en función de su residencia y privilegio­s o desventaja­s según el viento político que predomine en cada comunidad. Como les ocurrió a los reyezuelos de las taifas, los líderes autonómico­s intentan emular a los grandes estados con ambiciones de gasto versallesc­as que convierten el modelo en inviable, además de ineficient­e. El estado de las autonomías ha hecho de España un país caótico y disparatad­o donde nadie está contento, todo el mundo se siente agraviado y las regiones compiten entre si para llevarse la mayor tajada posible de un gobierno central en estado semicatalé­ptico que con tal de conservar su estatus avala un sistema políticame­nte insostenib­le, económicam­ente inadmisibl­e y… ¡completame­nte innecesari­o!

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