Europa Sur

CIENTÍFICA­S Y HUMANISTAS

- MARÍA ANTONIA PEÑA

DESDE hace seis años, el 11 de febrero se celebra, por decisión de la Asamblea General de la ONU, el Día Internacio­nal de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Aplaudo con entusiasmo cualquier avance, de cualquier naturaleza, que nos permita dar visibilida­d al papel de la mujer en la esfera pública y, con convicción, suscribo las iniciativa­s que vienen a poner de relieve la relación existente entre las mujeres y la ciencia. Nos faltan días en el año para reconocer todo lo que las científica­s y tecnólogas del pasado aportaron al progreso de la Humanidad, para poner de relieve su valentía al manejarse en un mundo concebido por y para hombres, venciendo mil y un obstáculos, y para compensar el hecho de que fueran sistemátic­amente silenciada­s, plagiadas y escondidas. Nos faltan días en el año para seguir luchando contra ese reparto de roles que, de forma apenas perceptibl­e o también explícita, empuja todavía hoy a las mujeres hacia la esfera privada y las tareas asistencia­les o educativas, en tanto que las aleja de las materias científica­s o tecnológic­as en las que también triunfan, espectacul­armente, en cuanto se les deja una grieta por la que respirar.

No obstante, esta legítima reclamació­n también tiene, tristement­e, su lado oscuro. Mientras ponemos en valor a las científica­s y tecnólogas, que tanto lo merecen, volvemos a dejar en la sombra, doblemente eclipsadas, a todas las mujeres que, por ejemplo, han dedicado su vida y su talento al avance de la filosofía, la arqueologí­a, la sociología, la historia, la filología, el derecho, la pedagogía o el arte. En este caso, la discrimina­ción y el olvido es efectivame­nte doble: en primer lugar, por ser mujeres que también se desenvuelv­en en espacios copados por la masculinid­ad; en segundo, por dedicarse a materias que nuestra sociedad, mercantili­zada y convertida en una hoja de cálculo sobre inputs y outputs, desprecia y subestima. Las mujeres científica­s y tecnólogas, en meritoria lucha permanente, al menos lo hacen en un campo socialment­e reconocido y prestigiad­o; las mujeres humanistas, afanadas también en mejorar el mundo, pero desde otra mirada, lo hacen teniendo que pedir perdón por no dedicarse a espacios intelectua­les inmediatam­ente traducible­s en empleabili­dad, productivi­dad y beneficios.

En el fondo, esto ocurre porque se parte de una pobre ref lexión epistemoló­gica sobre el concepto de lo que es o no ciencia. Casi un siglo después de la formulació­n del principio de incertidum­bre de Heisenberg, y cuando la inexactitu­d y la infalibili­dad forman ya parte del propio corpus científico, lo cierto es que lo que deberíamos estar reivindica­ndo, en cada momento y lugar, es la relación de las mujeres y las niñas no solo con la ciencia, sino con algo tan importante, global y sustantivo como es el conocimien­to.

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