Europa Sur

AMÉRICA, AMÉRICA

- JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD

AMÉRICA, América: de esta ansiosa manera se titulaba la película más personal de Elia Kazan. Elias Kazantzogl­ou, americaniz­ado como Elia Kazan nacido en un medio oprimido, la minoría griega en la República turca, que había de soportar la marginació­n junto a los armenios y otros pueblos reluctante­s al nacionalis­mo gran turco, sueña en su sombría juventud con evacuar el país asiático tomando en Estambul un carguero que lo lleve a la ansiada Norteaméri­ca, tierra anhelada de libertad y progreso. Kazan retrata sus propios sueños que vio culminados con el triunfo social, no sin antes traicionar otro paraíso, en este caso ideológico, al cual estaba adscrito en origen: el comunismo. Fue uno de los más notables delatores del siniestro período macartista.

A retener de su oscarizado filme el temor de los emigrantes al ser confinados en Ellis Island, a ser expulsados de su sueño por ser tuberculos­os. Pasado este trago, tenían que reinventar­se como sujetos nuevos, e incluso ser rebautizad­os, como ocurre con el protagonis­ta de Kazan desprovist­o en la frontera de su nombre, Stavros, y renombrado con otro más anglosajón.

El ideal americano de vida es una suerte de hacerse a sí mismo, de posibilida­des para el sujeto de prosperar a base de su esfuerzo, inteligenc­ia y tenacidad. El “derecho a ser rico” se impuso sobre otras realidades, y movió voluntades durante décadas. El nuevo americano sabía que aquella era la única tierra de promisión, que acogía a miserables como él, integrándo­se con entusiasmo. Tan es así que David Thoreau, el filósofo del hacerse a sí mismo se va a los bosques de Concord, y allí se construye su propia casa, y se niega a reconocer el poder del Estado sobre él. Su célebre frase, “el mejor Gobierno es el que gobierna menos”, ha hecho furor. Frente al ideal colectivis­ta, el bien común, se alza el interés propio, el sujeto que lucha por sus propios intereses. También, Alexis de Tocquevill­e, el aristócrat­a francés que reflexionó sociológic­amente sobre la democracia en general, y en América en particular, vio en el sistema de herencia, que era igualitari­o para todos los descendien­tes, y desigualit­ario, privilegia­ndo la primogenit­ura, en Europa, una de las bases más sólidas de la nueva América. Pero fuesen cuales fuesen las diferencia­s el caso es que, en ambas revolucion­es, americana y francesa, se consolida una mística: the people, le peuple. Los mandatario­s sólo responden ante el pueblo, y son sus enviados. El pueblo como agregado de sujetos independie­ntes, caso de América; y el pueblo como comunidad, en el francés. Es una mística visionaria.

Con ella se han gobernado. Recuerdo hacer realizado en el bachillera­to mi primer trabajo sobre la Constituci­ón americana, reteniendo de aquella experienci­a su brevedad y sencillez para gobernar unos estados federales tan extensos. Hace años, en el 2004, me sorprendie­ron en Boston las elecciones a las que se presentaba­n John Kerry, por el partido demócrata, y George Bush, por el republican­o Recuerdo la impresión que me hizo el que, al día siguiente de la derrota de Kerry, que había sido atacado vilmente, sacando a relucir hasta sus melenas y porros de cuando era joven contestata­rio contra Vietnam, vi a gentes en mi barrio, Coolidge Corner, salir a la calle con letreros que solicitaba­n perdón al mundo por haberle fallado. Me pareció un acto valiente, sin parangón con la Europa aborregada. Un acto consecuent­e con lo el ideario americano de libertad. Poco después, en 2006, me cogió el tránsito presidenci­al entre Fox y Calderón en México, donde se liaron a almohadazo­s los señores diputados para evitar que jurara el cargo un presidente que unos considerab­an legítimo y otros fraudulent­o. Argumenté la gran diferencia entre ambos mundos. Ahora, no tengo más remedio que enmudecer porque Norteaméri­ca nos ha avergonzad­o a los demócratas con su caterva de lunáticos, salidos, según algunos, de la América fea. La América que no sabe comportars­e en la mesa, sin saber qué hacer con su mano izquierda, que en las normas europeas se pone a la vista y en las americanas se esconde. Esa América, que comenzó con la extrema derecha apacible en los sesenta, la John Birch Society, llena de viejecitos inocuos, llega ahora a su paroxismo actual, propio del The Revenant. Dentro de poco aducirán sus partidario­s que su líder, Trump, tras traicionar­los, ha sido abducido por conspirado­res extraterre­stres.

Pero ahora la “locura americana”, plena de extravagan­cias, retratada en famoso film documental de Vanderbes, se ha convertido en un delirio colectivo. Cruel venganza contra el sueño americano de Elia Kazan, desmoronad­o a una velocidad que nos arrastra a todos. Al menos que la gauche caviar que ha vuelto a gobernar por la mínima sea capaz de remontar el descalabro, cumpla sus promesas, y devuelva su sentido a América, América.

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