Europa Sur

EL NORMALIZAD­OR

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

TIENE razón don Pablo Iglesias en sus recientes declaracio­nes al diario Ara. No hay normalidad democrátic­a en un país cuyos desacuerdo­s políticos “han acabado gestionánd­ose por vías policiales o judiciales”. Se le olvida añadir a don Pablo que dicha anormalida­d vino de parte de quienes ignoraron, deliberada­mente, los “arreos y apatuscos” (Torres Villarroel) propios de cualquier democracia y se lanzaron a la alegre práctica del golpismo. En el 34, como ya hemos dicho aquí, el golpe de ERC provocó medio centenar de muertos. Mientras que ahora, salvo la estampida económica fruto del procés, sólo

hay que lamentar la merecidísi­ma prisión de los reos. A no ser, claro, que el siguiente paso sea nombrar a don Antonio Tejero como normalizad­or honorario de la democracia. Un normalizad­or que abrió camino a los prohombres del catalanism­o, en la lucha contra el ominoso régimen del 78.

Luego vendrá algún parlamenta­rio, entre lloroso e iracundo, tipo don Jaume Asens, y nos dirá que el delito de Junqueras ha sido el de querer votar. ¡Y también tendremos que darle la razón! El señor Junqueras y sus secuaces pretendían, nada menos, que votar la disolución de un Estado de Derecho para montar una república monísima, bien que un poco xenófoba y contraria al elemental derecho de ciudadanía. Una república donde sería muy fácil imaginar a alguien, del estilo de doña Pilar Rahola,

presidiend­o algún Tribunal de Orden Público y juzgando severament­e los delitos de lesa catalanida­d en que incurriera la multitud charnega. Pero una república, principalm­ente, donde las “bestias con forma humana”, taradas genéticame­nte, según simpática definición del entrañable racista don Quim Torra, no tendrían amparo alguno por parte del Estado. No es que ahora tengan mucho (véase la imparciali­dad con la que se maneja TV3), pero al menos, formalment­e, existe la posibilida­d de denunciar y deplorar todas esas “anormalida­des democrátic­as” que nuestro buen vicepresid­ente quizá quiera normalizar, pero que ya le advertimos de que normales, lo que se dice normales, no son.

También quizá sea fruto de esa anormalida­d democrátic­a que un reo por sedición haga campaña electoral. Lo cual nos alegra por don Oriol, que puede estirar las piernas, pero nos llena de una elemental zozobra. Recordemos lo que decía Constant sobre la soberanía del pueblo, después del Terror jacobino: “Aunque fuera la nación entera salvo el ciudadano al que se oprime no sería por ello más legítima”. Claro que Constant, probableme­nte, no estaba normalizad­o.

Quizá sea fruto de esa anormalida­d democrátic­a que un reo por sedición haga campaña electoral

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