Las apariencias ¿engañan?
Los que tienen aspecto de ser expertos en la materia nos dicen que, en el ser humano, la primera percepción de un congénere es decisiva en la formación de un juicio de valor sobre él. Tanto es así que esa primera impresión habrá de condicionar en lo sucesivo nuestros patrones de conducta al respecto, y difícilmente podremos zafarnos de ello. Quizá la evolución se ocupe de ir afinando ese circuito psicológico tan rudimentario pero, de momento, es lo que hay. Es como el instinto de supervivencia que todos, en mayor o menor medida, llevamos de serie. Y la verdad es que la cosa tiene su sentido. Si usted tuviera que elegir a quien haya de juzgarle por el mero hecho de su aspecto, ¿a quien elegiría? ¿A un tipo con el aspecto de Lemmy Kilmister (conocido músico heavy), o a alguien con un simple pantalón chino y una camisa? Me da a mí que casi todos nos decantaríamos por el segundo. No por nada, sino que porque cuando está en juego nuestro dinero, nuestra salud o nuestra libertad enseguida plegamos velas, y nos decantamos por el menor de los males, por lo menos imprevisible. “No juzque nada por su aspecto, sino por la evidencia. No hay mejor regla”, decía un Dickens que no podía estar más cargado de razón. Pero parece natural que, a falta de evidencias, nos tengamos que ir apañando con algo para evaluar nuestro entorno. Y es desagradable, porque a veces ocurre que las apariencias engañan, y de qué manera. Sólo nos queda la experiencia para hacer un uso cabal de ese primer reconocimiento visual de las personas, que frente a un observador avezado el disfraz de las apariencias de poco ha de servir. Y quizá las noticias sobre jueces roqueros, y otros tipos humanos tan singulares, no sean sino la excepción que confirme la regla de que, generalmente, la apariencia bien interpretada casa con lo que hay en el interior de la persona. Carlos Valentín Rodríguez Serrano (Correo)