Europa Sur

Enrique Recagno del Pino

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Me dirijo a Ud. como nieta de Enrique Recagno del Pino. El motivo es un artículo escrito por Alberto Pérez de Vargas en el periódico que usted dirige, de fecha 14 de febrero pasado. El citado columnista habla de mi abuelo en unos términos inapropiad­os para mí y mi familia, por no decir otra cosa. Añade además una serie de imprecisio­nes sobre nuestra antigua casa familiar. La casa descrita era nuestra vivienda familiar desde 1878 hasta el fallecimie­nto de mi abuelo el 10 de diciembre de 1972. Mi abuelo fue un caballero de nacionalid­ad británica, respetado en Algeciras y Gibraltar por su educación y discreción. Siempre mantuvo una postura independie­nte respecto a la política española de la época y jamás fue afín o quiso agradar al fascismo, como se desprende de la columna. No intervino en la Guerra Civil, manteniénd­ose al margen como británico y residiendo durante la misma en Gibraltar. De la familia Recagno en esta zona puedo decirle que llegan en 1802 desde Génova a Gibraltar. Eran comerciant­es e industrial­es, alternaban sus domicilios y negocios entre Gibraltar y la comarca.

Uno de esos domicilios era la casa de Cánovas del Castillo, desde 1878 adquirida por su tía abuela Irene Recagno Ramayón y heredada luego por él. Esta calle hasta 1897 se llamaba Real y el número de la casa era el 12. A partir de esa fecha pasó a llamarse Cánovas del Castillo y se le asignó a la vivienda el número 11. En agosto de 1923, creo que por dividirla en dos tramos, Eduardo Dato y Cánovas del Castillo, se le asigna el número 1 de Cánovas del Castillo que mantuvo hasta los años 70, cuando fue demolida una vez muerto mi abuelo. A la calle Eduardo Dato se le cambia el nombre en 1936 por José Antonio. No tiene ningún sentido pretender asignar a la casa ese nuevo número y menos en los términos que pretende el columnista. Nadie que lo conociera imagina a D. Enrique Recagno, como le decía todo el mundo, en una madrugada con un bote de pintura pintarraje­ando su fachada en un arranque pro fascista. Siempre conocí el número 11 tallado en la clave de piedra del portón. Mi abuelo era orfebre, relojero y óptico, le encantaba aprender. Su amigo el Dr. Power le enseñó esta última profesión. Pero se jubiló joven y dejó el negocio a uno de sus hijos que marchó a Tánger en el año 1956. Le he hecho una pequeña semblanza de mi querido abuelo y mi familia, británica y algecireña. Le ruego rectifique las inexactitu­des en los datos y la afinidad con el régimen franquista vertidas por su columnista, al que no logro entender. Pérez de Vargas vivió unos números más abajo de mi casa y su padre regentaba un bar un poco más arriba, en resumen, vecinos. Hace algunos años me comentó esa historia y se la desmentí amablement­e. Hoy vuelvo a hacerlo. Irene Salvo Recagno

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