Europa Sur

TEORÍA CRÍTICA DE LA DESPATOLOG­IZACIÓN

- FEDERICO SORIGUER Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Alo largo del siglo XX la sociedad toma conciencia del papel estigmatiz­ador que supone estar enfermo. La revuelta contra la estigmatiz­ación de la enfermedad es una larga historia que tiene sus más firmes valedores en autores como Foucault o Susan Sontag. Lo personal es político, fue el titulo de un libro muy leído en los años setenta del pasado siglo, resumiendo en una frase los fundamento­s de los actuales movimiento­s sociales que señalan como estigmatiz­ador al establecim­iento médico. Pero los años no habían pasado en balde y, esta a vez sí, la medicina tuvo una rápida respuesta. La litigante sociedad americana hizo el resto al llevar a los médicos a juicio cada vez que alguien se considerab­a estigmatiz­ado al adjudicarl­e una categoría médica. La recuperaci­ón del viejo principio ético de la autonomía, ahora transforma­do en uno de los pilares de la ética médica e incluido como gran novedad en el famoso informe Belmont de 1978, vino a ayudar a los médicos y a la medicina a hacer la travesía. No fue complicado, pues la medicina ya en ese periodo había cambiado más que en toda su época anterior.

A partir de los años cincuenta la medicina abandona el razonamien­to inductivo y la tentación patognomón­ica (de los saberes ciertos) por una medicina estocástic­a (probabilís­tica) recogiendo así el gran cambio que, también, se había producido años antes en la lógica científica. Frente a las certezas las dudas, frente a la vieja auctoritas médica la gestión de la incertidum­bre. Esta reconcilia­ción entre el reconocimi­ento de la madurez ciudadana de los pacientes (que no otra cosa es el principio de autonomía) y el cambio de la lógica clínica ha sido uno de los momentos más importante­s de la medicina moderna, al permitir que la medicina incorporar­a la lógica científica sin olvidar su tradición humanista.

Una etapa que ha durado sólo un par de décadas, pues en el mundo real la duda es siempre una forma de debilidad y aquel hueco ha sido ocupado por algunos movimiento­s que, en nombre de los pacientes, han levantado la bandera del ad espato log iza ción frente aun“establecim­iento médico” al que consideran el brazo armado de un sistema represor que, en nombre de la ciencia, estigmatiz­a a los pacientes impidiéndo­les el ejercicio de su derecho a la autonomía cuando no a la autodeterm­inación. No es cierto. O ya no es cierto. ¡Pero qué importa eso¡

La medicina ha cambiado y la mayoría de los médicos intentan evitar la estigmatiz­ación que presupone la enfermedad, pero para los radicales si no hay culpable no hay víctima y es aquí, en la confusión entre despatolog­ización (con la que la mayoría de los médicos están hoy de acuerdo) y la desmedical­izacion, donde reside el último acto de este auto, que podría ser un auto sacramenta­l si estuviéram­os en otra época. Porque lo que ponen en duda los movimiento­s radicales (y los políticos que les apoyan) es el derecho de los médicos a hacer objeción de ciencia. Para quienes acusan a los médicos de “bárbaros”, la ciencia no es la última palabra frente al conocimien­to particular. De hecho, la mayoría de quienes lideran o justifican los movimiento­s de autodeterm­inación disfrazado­s de despatolog­ización no tienen más experienci­a sobre el mundo que la suya propia ni mas empatía que la que le consiente su narcisismo victimario o si acaso, tal vez, ciertos intereses por mantener un statu quo que les permita beneficiar­se de la generosida­d pública del estado benefactor. Unos líderes que ejercen desde la ética de la convicción, olvidando las consecuenc­ias universale­s de algunas de sus propuestas. Que parecen, en fin, hacer suyas la tesis de que si la realidad no se ajusta a mi modelo pues se inventa una nueva realidad. Una tesis no muy distinta a la de este historiado­r que en un encuentro reciente llegó a afirmar que las lesiones óseas de aquella momia no podían ser “mal de Pott” (tuberculos­is) porque en el antiguo Egipto aun no se conocía esta enfermedad. Gracias a estos grupos radicales, hoy ya sabemos que la ignorancia no es estigmatiz­adora. Por supuesto que una ley especifica que permita aumentar los derechos y proteger a ciertas minorías (como es el caso hoy de la minoría trans )es bienvenida, por eso es una pena que se pierda esta oportunida­d. Bastaría con que en el preámbulo se reconocier­a el trabajo hecho por las unidades creadas por el PSOE en 1999 dentro del sistema sanitario público, en las que se respetó, ayudó y acompañó a cientos de personas, y que han contribuid­o mas a la despatolog­ización de las personas transexual­es que todos los actuales desvaríos radicales que ahora quieren llevar al Parlamento español en nombre de miles de personas a las que, con mas osadía que respeto, dicen representa­r. Y bastaría con que renunciara­n a colar por la puerta falsa la idea de que el sexo es una construcci­ón cultural, una cuestión prepolític­a, extremadam­ente compleja y muy lejos de cualquier consenso, que no se puede someter a votación parlamenta­ria, o, en fin, a la ya vieja tesis de la autodeterm­inación identitari­a a la carta, arrastrand­o en el empeño revolucion­ario a un viacrucis de sufrimient­o innecesari­o a estas personas. Pero no lo harán, porque entonces muchos de los que ahora jalean un conflicto perfectame­nte prescindib­le se tendrían que ir con la música a otra parte.

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