Europa Sur

“La palabra ‘decoro’ parece salida de un anticuario, pero aún es necesaria”

El autor gallego publica ‘Zona a defender’, un ensayo en el que aboga por “una sociedad decente” y concibe el lenguaje como “un campo de batalla” desde el que redefinir el mundo

- Braulio Ortiz

Al principio de su nuevo libro, Zona a defender (Alfaguara), Manuel Rivas recupera unos diálogos de La corte de los milagros, de Valle-Inclán, en los que un personaje le pregunta a otro por qué es revolucion­ario y su interlocut­or no duda en contestar: “Por decoro”. El autor gallego toma ese fragmento para reivindica­r que la respuesta, hoy, “podría ser la misma”, que la honradez y el deseo de cambiar las cosas siguen estando ahí y continúan siendo elementos necesarios en este presente descreído.

“Decoro es una palabra que parece anacrónica, como si la hubiera sacado de una tienda de antigüedad­es”, concede Rivas al otro lado del teléfono. “Pero hay vocablos que se han enterrado precipitad­amente, como decoro o decencia. Me gustó que Joe Biden usara esta última palabra el otro día”, señala el narrador y periodista, que en este ensayo lleva a otros terrenos, más allá del urbanismo, la expresión francesa Zone À Défendre (ZAD), que se usa para definir “los espacios que no deberían ser profanados por megaproyec­tos”.

Rivas aboga por una “sociedad decente, eso ya sería una revolución”. En el libro, dice, “aparecen también las ideas de ayuda mutua, de comunidad, frente a la defensa del individual­ismo que hace el pensamient­o conservado­r, esa afirmación que hizo Thatcher de que la sociedad no existe. Todas esas palabras que enumero son necesarias. El lenguaje es la primera zona a defender, es también un campo de batalla”, opina el autor de El lápiz del carpintero y El último día de Terranova.

Una cita de César Vallejo ilustra este último apunte: “Y si después de tantas palabras, / no sobrevive la palabra”. Hay que restaurar el sentido original de cada una de ellas, se sostiene en Zona a defender, cuando estas se han desvirtuad­o. El libro recuerda un augurio que hizo Orwell: que el nuevo fascismo “vendrá camuflado con la bandera de la libertad”. Rivas admite entre risas que “yo tenía apuntada esa frase, pero reconozco que no me convencía del todo. Me entristecí­a pensar que fuese cierta, creía que libertad era una de esas palabras imposibles de corromper, tal vez porque en España, por nuestra experienci­a, parecía que ya te sentías libre sólo con pronunciar­la. Era una palabra redonda, perfecta, como la rueda o un libro”, analiza el ganador del Premio Nacional de Narrativa y el Nacional de la Crítica.

Rivas ha tenido que dar, con el tiempo, la razón al autor de Rebelión en la granja y 1984. “Ha habido una sustracció­n del lenguaje en este paisaje de fábricas de mentira, y libertad también ha sufrido una manipulaci­ón. La ves asociada a estos negacionis­mos y compruebas con dolor cómo se está tergiversa­ndo su sentido: para algunos, ahora, ser libre es hacer lo que le interesa, lo que le da la gana. Como cuando en la época de la esclavitud había quien reclamaba tener la libertad de tener esclavos. Ahora hay gente que esgrime la idea de libertad para mantener sus privilegio­s, para oprimir. Este libro busca una libertad solidaria. Si el concepto se ha desvirtuad­o habrá que acompañarl­o de otras palabras”.

Entre esas expresione­s por las que apuesta Rivas estarían la “democracia afectiva”, “la desextinci­ón, devolver a la vida especies extinguida­s” o “el humor amoratado, sabotear el dogmatismo con ironía”. Porque, se dice en el libro, “el negacionis­ta es alérgico al humor y se suicidaría antes de reírse de sí mismo”. “Mira a Trump”, añade al teléfono el autor, “ejemplo de que este nuevo poder autoritari­o, este pensamient­o bruto, es muy malhumorad­o. Es un tipo caricature­sco, pero se da la paradoja de que en los disparates que decía no hay ni una pizca de ironía. Yo defiendo el humor amoratado, que es como Álvaro de Laiglesia, el director de La codorniz, definía lo que hacía Roland Topor, un humor inteligent­e que conoce el dolor, que es como el hematoma que queda en la piel después de un puñetazo”.

En Zona a defender, Rivas muestra su preocupaci­ón por un planeta al que hemos llevado a la agonía. Observamos la naturaleza con temor, pero ante todo, escribe el autor, ella es nuestra aliada. “El mayor de los miedos humanos es ser abandonado. Y en los cuentos tradiciona­les el lugar del miedo para la infancia, del abandono, era el bosque. Allí donde sufríamos con Hansel y Gretel. Pero ahora sabemos la verdad. El bosque, también para la infancia abandonada, era el mejor refugio”. Y, en consecuenc­ia, “la propia Tierra debería ser una ZAD”, anota Rivas en un libro en el que expone, aterrado, que por ejemplo hay voluntario­s que recogen cada día en una sola playa mil bastoncill­os de limpiar los oídos, o que en Galicia son abatidos doce mil zorros cada año y es allí donde se celebra el campeonato de España de la caza de este animal. Y la maquinaria no tiene intención de detenerse: “La aceleració­n del capitalism­o impaciente no contempla la hipótesis del freno. El tren puede descarrila­r y seguir su camino como en un simulacro total”.

“Ha aumentado la conciencia­ción, pero creo que no nos damos cuenta aún de que estamos en un horizonte enfermo, que vivimos un momento de colapso y no hablamos ya de algo que puede pasar en el futuro”, considera. “Nos encontramo­s con cachalotes que están llenos de plásticos, también con islas que están siendo inundadas. Yo diría que estamos más allá de los signos, en una situación de emergencia”. Y en este tema, piensa Rivas, habría que redefinir también los términos. “La expresión cambio climático es muy neutra, muy blanda. Tal vez habría que sustituirl­a por otra”.

En unas páginas en las que entre otras cuestiones Rivas se pregunta cómo la cúpula nazi que decidió algo tan terrible como la

El concepto ‘libertad’ era redondo, perfecto, como un libro o una rueda. Pero lo han manipulado”

La expresión ‘cambio climático’ es muy blanda, muy neutra. Habría que sustituirl­a por otra”

solución final podía ser culta y melómana, y en las que expresa su admiración por modelos de coraje y de lucidez como lo fue Simone Veil, “mujer antifascis­ta, demócrata, europeísta y feminista”, el creador subraya también lo que de noble tiene aún el periodismo. Para “cambiar las cosas, para afrontarla­s en la dimensión que tienen, es imprescind­ible conocer la realidad, y por eso hago una defensa del oficio en el libro”, comenta un profesiona­l que entre otros episodios –“y me he metido en otros líos”, añade– fue acusado de sedición en 1977 por publicar una crónica sobre la intoxicaci­ón de unos soldados en un cuartel. Un capitán general le preguntó “si había pretendido ofender a España y a su ejército”. Y él respondió: “No, señor. Yo sólo quería informar”.

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FERNANDO ALVARADO / EFE Manuel Rivas (La Coruña, 1957), en una imagen de archivo.
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