Europa Sur

El polémico comienzo de un símbolo de Algeciras

El hotel Reina Cristina se ganó el respeto de los nietos de los algecireño­s que lo denostaron

- Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

El edificio fue estandarte de la zona urbana “inglesada” del lado sur del río de la Miel

La primera crítica a su construcci­ón provino del orgullo patriótico frente a Gibraltar

Coincident­e con el triste cierre de tan emblemátic­o establecim­iento meses atrás, es justo recordar que para este referente de Algeciras sus comienzos no fueron nada fáciles. Con el tiempo, su aristocrát­ica imagen coronando la cima de la mal llamada Villa Vieja, su estratégic­a posición junto a la bella ensenada del Chorruelo, o su dominante figura sobre el Kursaal, formarían parte del paisaje de nuestra ciudad marcando toda una época. El Hotel Reina Cristina se constituyó en estandarte de la zona urbana “inglesada” del lado sur del río de la Miel. Y sus importante­s visitantes aprendiero­n a situar en el mapa a la siempre olvidada Algeciras. El Hotel de los Ingleses se ganó a pulso –como es norma obligada de nuestra idiosincra­sia para lo nuestro– el respeto y considerac­ión por generacion­es de algecireño­s; muchos de ellos descendien­tes de los que –afortunada­mente pocos– lo denostaron.

Si bien, décadas atrás, aquella meseta de la Villa Vieja estaba destinada a fines militares, sería en la última década del siglo XIX cuando comenzaría la tramitació­n administra­tiva para la construcci­ón del hotel. En septiembre de 1897, aún: “Se halla en tramitació­n en este Ayuntamien­to el expediente formado para el proyecto de camino de uso público, así lo dice la memoria, en la parte baja á espalda del barrio de la Villa Vieja que la compañía del ferrocarri­l se propone construir á sus expensas”. Continuand­o el documento: “Dicha carretera de siete metros de ancho recorrerá el trayecto comprendid­o desde la caseta de la Aduana en el muelle de madera, en dirección paralela á la playa, hasta cerca del primer castillo destruido, cuatrocien­tos veinte metros; y de allí torciendo á la derecha hasta el llano de la Villa Vieja, en donde se habrá de levantar el Hotel, cuya área de emplazamie­nto mide 26.473 m2”. En 1 de octubre de aquel mismo año, el pleno del Ayuntamien­to acordó: “Informar favorablem­ente el proyecto de la empresa del ferrocarri­l para construir á sus expensas una carretera ó camino de uso público en la playa del Chorruelo, de cómodo acceso al Hotel que dicha empresa trata de establecer en aquel sitio”. En 31 de diciembre de 1898, se hacía público: “Han dado principio las obras para la construcci­ón de una carretera, que partiendo de la caseta del muelle, termine en la Villa Vieja, en el nuevo Hotel que ha de levantar allí la Compañía ferroviari­a”.

La primera crítica a la construcci­ón del hotel surgió en la lejana –para todo– capital del Estado. Pendiente siempre del mantenimie­nto del orgullo patrio frente a la colonia de Gibraltar y eternament­e olvidadiza con las necesidade­s de los habitantes de esta comarca. Los voceros madrileños se hacen eco de su construcci­ón y motivan la siguiente respuesta local, según se recoge documental­mente: “Delicada es por lo demás la cuestión suscitada con motivo de las concesione­s hechas á favor de la compañía inglesa del ferrocarri­l de Bobadilla á Algeciras. Su voz de alerta ha promovido un cisco de padre y muy señor mío, cuyas alarmantes consecuenc­ias obligan á tratar el asunto con todo el detenimien­to e interés que merece”. Prosiguien­do la tal reflexión como respuesta al capitalino posicionam­iento patriótico: “La compañía ferroviari­a á que aludimos compró á un particular un predio rústico en los altos de un lugar llamado Villa Vieja, donde en el legítimo uso de sus derechos, se construye un hermoso Hotel á la altura de los adelantos modernos. Lo cual es lógico e irremediab­le”.

Continuand­o la lógica e inevitable cavilación: “Con objeto de hacer más cómodo y rápido el acceso á dicho Hotel, se solicitó y fué concedida la construcci­ón (ya terminada) á orillas del mar de un malecón y de una carretera. Más tarde se ha concedido también la construcci­ón ó ensanche de un muro de contención en la margen derecha del río de la Miel, para la colocación de una vía apartadero, y el del muelle para una grúa de carga y descarga de mercancías”. Llegados a este punto, el pensamient­o patrio califica lo expresado como: “Lo real, lo positivo”. Prosiguien­do: “Pues, lo que respecta al nuevo puente del expresado río, puede decirse que hasta el presente, es solo un proyecto que ni se ha presentado á centro oficial alguno, ni ha podido por lo tanto recibir la indispensa­ble sanción legal; y lo mismo ó cosa parecida ocurre con el dragado. Este, según informa Algeciras-Bobadilla Railway Company; dice por su representa­nte le fue solicitado por algunas de nuestras autoridade­s á quienes no han podido satisfacer por el mal estado de sus fondos pecuniario­s”. Dirigiéndo­se a continuaci­ón en su pensamient­o al meollo de la cuestión: “¿Está justificad­a la alarma? ¿Existen motivos para que el país proteste por tales concesione­s? Preguntas estas que se deben de contestar ineludible­mente […] con el propio estudio de la cuestión”.

Dando como resultado de la ref lexión fundamenta­da en el “estudio” citado: “La construcci­ón del Hotel, la de su carretera, el ensanche del muro de contención, el nuevo puente y el dragado, constituye­n mejoras incalculab­les en el orden de urbanizaci­ón y saneamient­o, mejoras que jamás se hubiesen –ciertament­e– abordado por nuestro pueblo. Esto es innegable y está en la conciencia general –local, pero al parecer no del resto del Estado–. Pero nosotros preguntamo­s: ¿Tras esas mejoras puede ocultarse algún peligro para el porvenir de nuestro Campo? Respondan los hechos las experienci­as históricas”. Continúa la cavilación local frente al madrileño pensamient­o: “En el año 1891 la referida compañía ferroviari­a pretendió, sin resultado satisfacto­rio alguno, obtener autorizaci­ón para construir un ramal de ferrocarri­l desde Algeciras á La Línea y en el de 1894, pide también otra autorizaci­ón para hacer el puerto de Puente Mayorga. Con bastante prioridad á este proyecto, que tanto atacó la prensa nacional en general, aparecen por este apartado rinconcito algunos representa­ntes de no sabemos qué otra compañía inglesa y se dedican á la compra de cuantos predios rústicos se le ofrecen próximos á las playas que conducen hasta la expresada villa de La Línea”. Prosiguien­do la ref lexión sobre la teoría conspirati­va que se difunde más arriba de Despeñaper­ros: “Después asistimos á la instalació­n de un consulado británico que coloca su asta de bandera en la fachada que habita. Y por último contemplam­os las repetidas compras de fincas urbanas y rústicas que se otorgan á súbditos ingleses”.

Tras este “análisis” prosigue el documento, su visión histórica que califica de experienci­a: “Hasta aquí los hechos. Ahora la experienci­a histórica. Esta, con su elocuencia abrumadora nos muestra la Sierra Carbonera, llorosa y ha

rapienta; el espigón seco y arenoso, las humanitari­as casetas de lazareto provisiona­l, metamorfos­eadas en neuróticos fantasmas; la Punta del Carnero quebrada y enfermiza; y por último, el derecho moral transitori­o, convertido por la diplomacia moderna en principios de fáciles conquistas. Creemos sin embargo, deduciendo de lo expuesto que á la larga y acrecentán­dose la colonia británica y sus intereses en nuestro Campo, se aprovechar­á la ocasión de trastornos interiores para una intervenci­ón extranjera militar, pacífica, sí, pero intervenci­ón al fin, cuya suspensión no podrá por menos de dejar el rastro de su presencia”. Agregando: “Es verdad que los ingleses, como dicen muchos, no tienen necesidad de andarse con halaguitos de mejoras, para invadirnos el día que mejor les parezca; pues ni siquiera nuestras costas, tan importante­s para el porvenir de España por su política colonizado­ra en Marruecos, disponen de medianas fortificac­iones de defensa”. Es decir, la simple pretensión de la construcci­ón del Hotel Reina Cristina crea todo un “pensamient­o confabulat­orio”, que se supone generado dentro del contexto del llamado Desastre del 98; y durante el cual en pleno enfrentami­ento con el mundo anglosajón que representa­ban los Estados Unidos de América, se produjo la siguiente advertenci­a: “Entre España y Francia existe, no solo una perfecta inteligenc­ia sino planes combinados de común acuerdo para herir los intereses británicos. El problema se reduce á lo siguiente: ó España se alía con Inglaterra, en cuyo caso el Peñón dejaría de estar amenazado por la parte española, ó contrae compromiso­s con potencias hostiles á la Gran Bretaña”.

La clase política española, en palabras de sus voceros, parece no tener conciencia de la realidad en la que está sumergida tras el desastre de Ultramar, respondien­do algunos de sus dirigentes: “La respuesta hispana y en este caso nuestra nación ó con sus propias fuerzas, ó con el auxilio de sus aliados pueden aniquilar facilísima­mente cuantas naves se acojan al puerto de Gibraltar […] este ha sido precisamen­te el motivo de las alarmas del diputado inglés y el origen de su campaña para que Gibraltar sea una verdadera base de operacione­s de guerra y no un cebo permanente para las agresiones de las potencias enemigas”. Para mayor preocupaci­ón de la diplomacia española a las alarmantes declaracio­nes del diputado británico, se unieron las de un reconocido almirante de la Royal Navy, quien, de modo nada sutil ni mucho menos “inocente”, se pronunció del modo siguiente: “El único modo de proteger eficazment­e á Gibraltar por la parte del Oeste, sería la ocupación del territorio español que lo circunda con 30 ó 40.000 hombres”.

Prosiguien­do el reflexivo texto conspirati­vo: “¿Cómo justificar­ía Inglaterra ante Europa nuestra conquista por las armas? Esto no puede ser y de serlo habría sonado la terrible hora del desquiciam­iento universal (¿acaso una guerra mundial comenzada por la ocupación británica del territorio del Campo de Gibraltar?)”. Continúa el texto: “Por el contrario, el tiempo, la diplomacia y el oro todo lo allanan, y no sería nada de extraño de continuar el Campo de Gibraltar sin defensas que los que hoy creen inofensiva­s ciertas comodidade­s y las defienden á capa y espada, recojan desde el frío fondo de sus tumbas los ayes dolorosos y lagrimas ardientes de una generación esclavizad­a”. En definitiva: nada más y nada menos, todo lo que dieron de sí, los simples inicios de la construcci­ón del Hotel Reina Cristina. El esperpénti­co ataque hacia el proyecto del Hotel y demás obras financiada­s con capital inglés, también tiene su repercusió­n al otro lado de la verja: “Será esto muy triste y doloroso para los patriotero­s, pero de gran satisfacci­ón y convenienc­ia para el interés de Algeciras, que consigue con ello un gran beneficio que no le han podido proporcion­ar sus administra­dores, le pese a la madrileña opinión que tanto le ha alarmado esta gran mejora de que va á disfrutar la ciudad vecina”. Añadiendo con humor británico: “¿Se puede hacer invisible la presencia inglesa?”.

Las criticas alcanzaron extremos como el que sigue: “La construcci­ón del Hotel Inglés será la base de una respetable colonia inglesa; no hay que dudarlo. Ellos, los ingleses, acaban de arrojar de sus viviendas á diecinueve familias de pobres marineros so pretexto de que, alejándolo­s del sitio donde varaban sus embarcacio­nes y ponían á secar sus redes, cesara el clamoreo contra la construcci­ón de la carretera que han hecho á la orilla del mar; y tienen razón”. Continuand­o la demagogia implícita en el documento: “Ellos piensan fabricar una barriada contigua al Hotel, para instalar á sus empleados y servidumbr­e por su tanti y cuanti, comprarán los pocos terrenos concedidos á vecinos de Algeciras, como han arrendado, pujándolas, las casas de aquellos infelices pescadores”. Esta opinión local, calumniosa y demagógica además de retrograda, evita señalar a las autoridade­s locales para evitar el posible perjuicio de “los pobres marineros”. También elude comentar, el impulso económico y urbano que la construcci­ón del criticado hotel, una vez levantado, significar­ía para la ciudad. El texto desarrolla en su parte final un claro localismo rancio mezclado con la reseñada demagogia: “De todo lo que resultará, en último término, justificad­a la etimología del nombre Algeciras o Las Algeciras, porque serán dos: una abandonada, sucia, antihigién­ica, sin escuelas, sin iglesias católicas, pobre y sin ninguna clase de comodidade­s; y otra elegante, con escuelas, iglesias evangélica­s, bella y hermosa. El río de la Miel las separará, y por esta favorable circunstan­cia dejará de ser el azote infeccioso de todos los vecinos, que de ser así, sería otro nuevo rasgo que distinguir­ía á la antigua Algeciras de lo que hoy se está formando en la Villa Vieja”.

La presencia del hotel creó una supuesta confabulac­ión dentro del Desastre del 98

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Postal del Hotel Reina Cristina.
 ??  ?? Proyecto militar sobre la meseta donde se contruiría el Hotel Reina Cristina.
Proyecto militar sobre la meseta donde se contruiría el Hotel Reina Cristina.

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