Europa Sur

MADRID ERA UNA FIESTA

- CARLOS COLÓN

SI está claro que la pandemia es una montaña rusa y solo cuando el 70% de la población esté vacunada tendremos garantías. Si ayer leíamos en este periódico: “Sevilla registra un repunte de contagios y 14 fallecidos en un solo día” y “Repunte de muertos, contagios y hospitaliz­ados con Covid-19 en Andalucía”. Si el titular de Salud de la Junta advertía ayer de la extensión de la cepa británica (el 60% de los contagios en la comunidad) a la vez que de su desigual incidencia (el 93% de los contagios en Almería y el 75% en Cádiz y Granada, y solo el 18% en Córdoba y el 11% en Huelva), subrayando que por ello “hay que tener precaución para que no se extienda al resto”, ¿a qué vienen tantas dudas sobre la relajación de las restriccio­nes, muy especialme­nte de la movilidad interterri­torial?

Se comprende la angustia de cuantos viven (y ahora sobreviven) del turismo, tan vital (por desgracia: ya quisiéramo­s tener otras fuentes de ingresos para no depender tan desesperad­amente de él) para esta comunidad. Se comprende por ello la preocupaci­ón de las autoridade­s por la superviven­cia de este sector. Pero es más difícil comprender la urgencia de

Mientras los españoles sufren restriccio­nes de desplazami­entos los aviones llegan llenos de París

los ciudadanos nativos por echarse a la calle y abarrotar terrazas y bares. Por supuesto que cuesta trabajo y es poco alentador vivir con restriccio­nes, y más con nuestra cultura y nuestro clima. Pero, ¿tan duro es, después de un año, aguantar unos meses hasta que se haya alcanzado el dichoso 70% de vacunacion­es?

La lucha contra la pandemia produce equilibrio­s tan imposibles como grotescos en nuestro país. Es el caso de Madrid: los madrileños sufren restriccio­nes de desplazami­entos mientras los jóvenes franceses acuden allí de fiesta porque en Francia sigue impuesto el toque de queda a las seis de la tarde. Protestan muchos ciudadanos que no pueden desplazars­e unos kilómetros para ver a sus familiares mientras llegan abarrotado­s los aviones de París. Y aplaude la intrépida presidenta: “Si alguien quiere venir a Madrid desde Logroño, París o cualquier otro rincón, si cumplen las normas, si el aeropuerto de Madrid Barajas es seguro me parece bien que vengan a nuestros museos, a nuestros comercios y a nuestros restaurant­es a mover la economía”. Olvida citar las muchas fiestas ilegales, por lo visto otro atractivo de Madrid (titular: “La policía interviene más de 400 fiestas ilegales en Madrid, muchas con turistas franceses”).

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