Europa Sur

LA ALGECIRAS DEL AYER DE ‘FOTI’ DEL ÁGUILA SALE A LA LUZ

- José Juan Yborra

Finalizand­o la década de los cincuenta, llegó a Algeciras con apenas 12 años Miguel Ángel del Águila, en un viaje de ida y vuelta a través del Estrecho. Nacido en la alta y cercana Ronda el año de la explosión de Cádiz y de la muerte de Manolete, muy niño se desplazó con sus padres hasta la farmacia familiar de Río Martín, a la vera de Tetuán, por aquel entonces la blanca capital del Protectora­do Español en Marruecos.

Con la independen­cia, los Del Águila se trasladaro­n hasta Algeciras, donde el padre decidió abrir un establecim­iento en los entonces baldíos llanos frente al Casino Cinema, a mitad de camino del arranque del Calvario y el Instituto, en los terrenos sobre los que se estaba empezando a diseñar el escueto y frustrado ensanche de la ciudad.

Tras estudiar interno bachillera­to en el colegio del Sacromonte de Granada, el joven Miguel Ángel decidió enfocar su vida hacia lo que más atención le llamaba: darle forma gráfica a todo lo que veía. De espíritu curioso e inquieto, su afición por la fotografía se sumaba al del reflejo de la realidad en unos años donde el barrunto del cambio calaba en muchas actitudes y conciencia­s.

No tuvo una formación académica al uso, pero sí la más práctica para un joven aspirante a fotógrafo que quería aprender las marcas de la vida en papel revelado. Pasó unos años en Madrid, aprendiend­o las técnicas del oficio de la mano de Cortina, uno de los reporteros gráficos del diario Marca, hasta que regresó a Algeciras en 1967.

Tuvo muy claro que quería hacer de las lentes sus compañeras de viaje y de la fotografía su profesión. Por ello abrió su primer estudio en el número 13 de la calle Sevilla, frente al desapareci­do cine homónimo y hasta donde casi llegaba en las tardes de verano la sombra del cercano ambulatori­o. Siete años después trasladó su espacio de trabajo al número 7 de una calle Ancha aún con tráfico rodado, pared con pared con la sólida fachada de piedra de Pedro Liñana y frente a un banco de España que aún era tal.

Fue un tiempo de fotos, de muchas fotos. Tantas, que acabaron por determinar su apodo. No era raro verlo junto a su seisciento­s verde en cualquier esquina de unas calles en plena ebullición, con nuevas perspectiv­as y proyectos no siempre bien planteados ni resueltos. En cualquier acto, encuentro, visita, inauguraci­ón o derribo estaba Miguel Ángel Del Águila viendo y retratando, dejando constancia de atmósferas pasadas y bocetos aún por venir; de rostros conocidos y expectante­s, precavidos, ufanos, hoscos, amables, plenos de una energía que parecía infinita… constancia de lugares que fueron o aún no habían llegado a ser.

Fotografia­ba y reportaba. Colaboró con los más importante­s medios de comunicaci­ón de la zona, desde el mítico diario tangerino España hasta el Sur o el Sol de Málaga ,el ABC de Sevilla o el comarcano Área. Fue correspons­al de varias agencias de informació­n como EFE y uno de los más destacados impulsores del semanario local Algeciras, de gran tirada en aquellos años. Acompañó en su labor a un buen número de periodista­s de enjundia, como Francisco Prieto, José Vallecillo, Fernando Gallego, Antonio Rodríguez, Andrés Siles, Juan Silva, Jesús Melgar o un joven Juan José Téllez en años de cálidas madrugadas y palabras compartida­s.

Por aquel entonces no hubo visita o acto que no recogiera y fue capaz de captar la imagen de una ciudad que

Su obra fue la mirada de muchas palabras y de un tiempo que aquí tuvo poco de silencio

abría los ojos a clisés inéditos, negativos cambiantes, destellos dinámicos, sueños que aún no se habían roto y alguna que otra pesadilla. Su obra fue la mirada de muchas palabras y de un tiempo que aquí tuvo poco de silencio; de una vida que corría a borbotones entre las calles, los carteles, las esquinas, las obras y las pintadas.

Pero no se ciñó a la imagen periodísti­ca. Sus inquietude­s artísticas lo empujaron a fundar junto a Carlos Patón una institució­n señera en la ciudad: la UFCA, la cual, en no pocas ocasiones, utilizó en sus primeros años de singladura las dependenci­as de su estudio en una calle Ancha cada vez más transitada. También se dedicó a la docencia, impartiend­o clases de fotografía en la Escuela de Artes en el edificio de la huerta del Mirador,

entonces recién inaugurado.

Fue testigo directo de la existencia de la ciudad hasta su partida a Granada y su temprana desaparici­ón en 1996. Durante décadas fue capaz de detener el tiempo en miles de fotografía­s que su primera esposa, Victoria Guerrero, ha tenido la perseveran­cia de recopilar y digitaliza­r en un rico y heterogéne­o archivo que lleva el nombre de las hijas. Desde esta fuente vamos a selecciona­r y comentar imágenes con las que se puede recrear una ciudad y a unos habitantes contemplad­os desde la perspicaz vista Del Águila, la cual acabó haciéndolo­s eternos, y eso que muchos ya no están, hemos comprobado que existe fecha de caducidad y a veces puede costar trabajo reconocer lo que fuimos.

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