Distanciar las dos vacunas puede facilitar la aparición de nuevas variantes del virus
La urgencia que demanda la sociedad para lograr la inmunización lo antes posible está obligando a los gestores públicos a estrujarse las meninges en busca de un ágil plan vacunal. Con más o menos imaginación, basados en ensayos más o menos sólidos, las propuestas de los políticos se han basado en recetas variopintas. La escasez aguza el ingenio. Entre los planteamientos dignos de ser discutidos consta el que hizo el miércoles el consejero de Salud, Jesús Aguirre, en el Pleno del Parlamento, consistente en distanciar las dos dosis de la pauta de la vacuna. Es cosa de los técnicos, que tienen en cuenta la notable efectividad mostrada por las fórmulas actualmente autorizadas aun desde el primer pinchazo. Sin embargo, ese planteamiento contiene objeciones.
Aunque hay países, como el Reino Unido, que han optado en su estrategia de inmunización por dilatar el periodo entre las dos dosis de las vacunas más allá de lo indicado en las fichas, que recogen los resultados obtenidos a raíz de los ensayos realizados, recientes estudios lo ponen en entredicho. Y con no poca razón. Y no se basan en la efectiva o no inmunización que proporcionan las vacunas, sino en el peligro que supone para la irrupción de nuevas variantes del coronavirus.
La máxima eficacia de las vacunas de Pfizer y Moderna requieren de dos dosis, aunque se detecten un considerable número de anticuerpos defensivos tras la primera. Cuando alguien se infecta tras la primera dosis pero antes de la segunda –apunta un suelto publicado en la revista especializada Journal of the American Medical Association–, el virus puede replicarse en un ambiente de niveles de anticuerpos tales que favorecer el triunfo de virus mutados más invisibles para las defensas humanas. El universo de la mutación plantea pues una interrogante pertinente.