Europa Sur

Las renuncias de los más castigados

● Además de vivir con el miedo de pertenecer a la franja de edad más afectada por la Covid-19, nuestros mayores lamentan un año sin apenas ver a su familia

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Francisca Bocalandro y Antonio del Valle “El virus nos quitó el nacimiento de nuestra primera bisnieta” Isabel Bella Daza “Lo que más pena me da es no poder abrazar a mis nietas”

EL miedo no entiende de edades. Y ellos, nuestros mayores, los más castigados por la dichosa Covid19, han pasado miedo, y mucho. Porque la pandemia ha provocado no sólo miles de muertes, de duelos sin acompañami­ento, de dramas en residencia­s o en los propios hogares. También, muchas renuncias para esta generación que ha pasado por casi todo. Así, durante el mes de confinamie­nto y posteriore­s restriccio­nes horarias y de distancia social, a la peligrosa cercanía de la pérdida más irreparabl­e, se ha sumado la aparición de miedos tan atávicos como la soledad o la privación de alegrías como el nacimiento de una primera bisnieta o el calor que emana de la familia. Así lo han vivido, así lo están viviendo, algunos de nuestros mayores:

A Francisca Bocalandro –80 años– y a Antonio del Valle –en unos días alcanza los 90– la Covid-19 les robó un acontecimi­ento que venían esperando durante años, el nacimiento de su primera bisnieta. “A nosotros, aparte de muchísimas cosas más, lo más importante que nos quitó el virus éste fue conocer a Abril, ir al hospital mientras nuestra nieta paría y verla... Que no pudimos ver a la niña en persona hasta mitad de mayo, creo que era”, recuerda con tristeza Paca que relata cómo la nueva niña de sus ojos nació el 4 de abril de 2020, “cuando no se podía salir a la calle para nada”.

Y es que Abril llegó al mundo en pleno confinamie­nto (“qué lástima de mi nieta y su pareja en el hospital sin poder acompañarl­os nadie”) aunque su madre no se resistió a que los bisabuelos le vieran la cara. “Digo, cuando salieron del hospital le hizo unas fotos a la niña con una cámara que las saca al momento (una polaroid) y nos las hizo llegar con su padre, mi yerno, que era quien nos traía los mandados a la puerta, y en una de las bolsas la metió, y así fue como conocimos primero a la niña”, ríe la bisabuela.

“Pero, vamos, en cuanto el presidente dijo por la tele que se podía ir a las casas a visitar, mi nieta vino con su mascarilla y con todas sus cosas para que viéramos en persona a la chiquitita. Bueno, y a ella, porque nosotros estamos muy cercanos, muy unidos, y nos habíamos pasado dos meses sin verla, el tiempo que más hemos estado en la vida sin ver a los nietos y a los hijos”, explica Antonio que se queja de que, “de todas formas, durante este año” no han visto a su familia “todo lo que nos hubiera gustado”, sobre todo, “desde la tercera ola”.

También asegura Paca que han tenido varios problemas en este tiempo con sus citas médicas habituales: “me cambiaron avisándome el mismo día la cita del oculista, me atrasaron análisis que me tengo que hacer cada cierto tiempo por otros problemas de salud y, la verdad, que una tampoco lo reclamaba porque es que te da miedo hasta de ir al hospital por si sales con el virus...”, reconoce.

Eso sí, la vacuna se alza como su gran esperanza. Así, la pareja (feliz “dentro de lo que cabe” al sentirse privilegia­dos por haberse tenido “el uno al otro”) ya está vacunada con la primera dosis “y el próximo día 23 nos ponen la segunda”. Una fecha que esperan “con muchas ganas” porque también significar­ía “que al menos el día del cumpleaños de Antonio, el 26 de marzo, aunque sea por turnos, se podrán acercar para soplar las velas”. “Por lo menos, poder soplarlas con la chiquitita y ya cuando esto pase hacemos una fiesta grande para mi bisnieta y para mí”, desea Antonio.

Isabel Bella Daza es gaditana de nacimiento, del corazón del barrio de La Viña, pero lleva toda una vida afincada en El Puerto de Santa María. Desde su domicilio en la Carretera de Sanlúcar está viendo pasar los días de pandemia sin demasiado miedo al virus pero con una cierta sensación de impotencia ante una situación que dura ya un año y que no se sabe cuánto más se puede alargar.Isabel lleva prácticame­nte un año sin salir apenas para nada, solo en contadas ocasiones para acudir a alguna cita puntual con su cardiólogo. No es que antes saliera demasiado, pero tenía sus rutinas, como ir a la compra dos veces a la semana con uno de sus hijos. Esas salidas semanales eran en reali

dad una excusa para moverse un poco y obligarse a caminar, algo que ahora apenas hace.

Lo que peor lleva en las contadas ocasiones en las que ha tenido que salir es llevar la mascarilla. “Me asfixio con ella” –dice– y reconoce que es uno de los motivos por los que prefiere quedarse en casa. Lo que peor lleva, sin duda, es no poder abrazar a sus nietas. “Eso me da mucha pena, no poder darles un beso cuando vienen a verme. No me gusta tener que verlas de lejos porque ellas casi no se acercan, por miedo a poder contagiarm­e”, dice.

Isabel tiene además dos bisnietos que viven en Segovia, a los que no ve desde hace un año, y esa es otra de sus penas. “Les echo mucho de menos”, confiesa, y cuenta los días para que se reabran las fronteras regionales y pueda volver a ver a los niños. “Sé que soy afortunada porque estoy en casa y no he cogido el virus. Ya me han puesto la primera dosis de la vacuna y espero que podamos volver pronto a la normalidad”, dice, y piensa en que cuando pueda salir le gustaría volver a dar un paseo por su barrio de La Viña o simplement­e ir al mercado. Isabel nació en 1935, antes de la Guerra Civil, pero era muy pequeña durante el conflicto bélico. Sí recuerda muy bien la posguerra y el hambre que había en el Cádiz de entonces. Dice que esto no se puede comparar con aquella situación, pero lamenta las penalidade­s que están pasando muchas familias que se han quedado sin trabajo por culpa del virus. A pesar de su encierro Isabel sigue siendo una mujer coqueta y aunque sea con ropa de estar por casa se peina y se maquilla porque le gusta verse guapa, soñando con el día en el que no haga falta cubrirse la cara para salir a la calle.

Josefa Santos-Menis es viuda, tiene 72 años y vive sola. Tiene miedo, dice, más desde enero de este año que a principios de la pandemia cuando el estado de alarma la obligó a encerrarse como al resto de los españoles. “Lo he llevado mal porque soy mayor, me ha dado y me da mucho miedo”. Pero lo peor llegó después de las navidades “cuando vino la tercera ola y empezó a morir tanta gente mayor, ahí fue todo mucho peor”.

Asegura que incluso con más preocupaci­ón que en el confinamie­nto inicial cuando no se podía ir a la calle salvo para lo imprescind­ible. “La tercera ola supuso volver al principio, no le veíamos fin y encima con más contagios y muertes”.

Afirma que nunca hubiera imaginado en su vida vivir algo igual a lo que hemos vivido. “Y mira que he pasado hambre en mi niñez, pero nunca miedo”.

Para Josefa la pandemia le ha supuesto un revés y un cambio en su vida, como en la de todos. “Ya no salgo prácticame­nte, salvo para comprar al supermerca­do a lo que siempre me acompaña mi hijo que está muy pendiente de mí”. Y lo que es peor, “hace meses que no veo a mis nietos y a mis hermanas, a una de ellas 10 meses porque tiene más miedo que yo, y eso que antes nos veíamos todas las semanas”.

“Esta semana –añade algo aliviada– los veré a casi todos”. Y es que su hijo, nuera y nietos viven en otro municipio, y a lo del confinamie­nto perimetral se sumó que todos ellos salvo su nieto pequeño cogieron el coronaviru­s. “Mi nieto se contagió en el instituto y se lo pegó al resto de la familia, y claro, no podían venir”.

La soledad se hizo un poco mayor, más cuando también pilló un buen resfriado que la obligó a meterse en la cama, “pero nunca estuve sola porque venían mi sobrina y mi sobrino que son mis otros dos niños y eso me ha ayudado muchísimo, nunca me he sentido sola”.

Pero lo cierto es que lo ha estado físicament­e, sobre todo durante el confinamie­nto del pasado año, que reconoce no haber llevado del todo mal, pese a lo que supuso “porque siempre he pensado en la salud, prefería vivirlo así, ser precavidos y pasarlo ya de una vez, al igual que esta última ola”.

Ahora solo espera que las próximas vacaciones no se traduzcan en una cuarta ola. “Sé que ha cerrado Andalucía, pero siguen los vuelos internacio­nales y abre Madrid”, comenta Josefa, que reconoce estar informada, no sólo de la situación pandémica, sino de la política. “Me cansa mucho ver las noticias por todo esto, pero las veo cada mañana y las tertulias. Siempre me ha gustado la política”.

No obstante, sabe que los datos andan mucho mejor y tiene la esperanza de que vaya pasando, y de ponerse pronto la vacuna, “aunque está tardando más de lo que debiera”. Está deseando ponérsela y cree que hasta que no llegue ese momento, seguirá con el mismo temor. Tras un año de pandemia dice que ha aprendido una lección que ya intuía, “y es que en la vida no está todo dicho, puede pasar mil cosas y te puede cambiar radicalmen­te, incluso cuando creías haberlo visto todo”.

Así que mientras que no pasa la pesadilla sí que quiere transmitir un mensaje a los jóvenes y no tan jóvenes que siguen sin tomarse esto con la seriedad que deberían. “Tienen que pensar que tienen padres y abuelos mayores que vivimos con mucho miedo, deben tener más cuidado y no seguir el mismo ritmo porque tenemos que salir ya de esto. Es su responsabi­lidad también”.

Todas estas personas mayores, y muchos más, esperan que la vacunación les vaya permitiend­o recuperar esa parte de su vida que han perdido.

Josefa Santos-Menis “Nunca imaginé vivir algo así, he pasado hambre en mi niñez pero nunca miedo”

 ?? LOURDES DE VICENTE ?? Francisca Bocalandro y Antonio del Valle, en un parque.
LOURDES DE VICENTE Francisca Bocalandro y Antonio del Valle, en un parque.
 ?? LUCÍA GONZÁLEZ ?? Isabel Bella Daz posa en su domicilio.
LUCÍA GONZÁLEZ Isabel Bella Daz posa en su domicilio.

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