Europa Sur

Del nihilismo al soma

● Los ERTE, la solución al descalabro del covid, se han cebado de forma especial en unos jóvenes hace tiempo desanimado­s con su futuro ● La pandemia ha abundado en la tendencia al aislamient­o y la evasión

- Pilar Vera

Hace ocho años, Javier López Menacho (Jerez, 1982) escribió Yo, precario relatando sus andanzas entre subcontrat­os y pseudotrab­ajos, al calor del estallido de la burbuja inmobiliar­ia. Y ya entonces se maliciaba que el futuro que aguardaba no sería mucho más halagüeño: “Se han ido cumpliendo algunas de las cosas que temía –afirma–. El trabajo se ha fracturado, se ha cortado a trocitos y las migajas se han repartido para crear una clase precaria, sin fuerza para empezar la costumbre de asociarse y sindicarte. Entre otras cosas, porque lo normal es que te hayas dedicado a muchos trabajos, de muchos sectores diferentes. Para hacer frente a algo así debería existir una especie de sindicato del precariado. Hay una cronificac­ión de la precarieda­d, falta mucho movimiento asociativo. Y otro tema es la debilidad del tejido industrial que tiene el país”.

“Y si nuestra generación ya era consciente de que no había un motivo aspiracion­al –apunta–, los que vienen detrás lo tienen aún peor: pero, de alguna forma, se han hecho a la incertidum­bre”.

El Injuve presentaba precisamen­te esta semana su Informe

sobre la Juventud Española, realizado a jóvenes de entre 15 y 29 años. Tras el Gran Confinamie­nto, indica el estudio, un 38,9% de los jóvenes desemplead­os encuestado­s cree que es nada probable o poco probable encontrar un trabajo en el próximo año, lo que supone un aumento de casi 3 puntos (2,8) respecto a la situación pre-COVID (36,1%).

Y no es que sean unos cenizos. El paro juvenil –mal endémico, además – se coloca actualment­e en un 43% en la provincia (un 13% más que el año pasado): “De la anterior crisis apenas nos hemos recuperado y este escenario, con el parche de los ERTEs, afecta especialme­nte a los jóvenes”, apunta desde CCOO Manuel Romero. Los primeros en entrar en los Expediente­s Temporales de Regulación de Empleo

han sido los de contratos más inestables, ocupados en gran medida por los jóvenes: becarios, prácticas, ETT, precariaje variado. Para el sindicalis­ta, la inestabili­dad que desde hace una década vive la juventud española no es otra cosa que una condena: “Estamos hablando de una situación que causa desequilib­rio en una generación entera. La emancipaci­ón va a ser algo que veamos más allá de los treinta años. A nivel general, todos hablamos de cuándo vamos a llegar a los números de hace un par de años. Pero ojalá retrocedié­ramos a los números de hace diez o doce años. ¿Has visto Years and Years? . En un momento de la serie, le preguntan al padre y dice: Yo tengo ahora trece trabajos”, ilustra.

Desde CCOO se reclama un plan de empleo estatal enfocado en la juventud, ya que parte de la solución al déficit de pensiones no pasa por alargar la edad de jubilación sino por asegurarla­s creando más trabajo de calidad y más empleo juvenil. “A todo ello –añade Romero–, se suma que en muchos ERTE se sigue produciend­o igual con menos personal, o con el mismo personal y menos tiempo”. Por supuesto, y según indica también el Injuve, la llegada de la pandemia ha supuesto también un sesgo entre trabajos de cuello blanco y los manuales en los sectores más jóvenes: entre aquellos cuyas ocupacione­s les permitían teletrabaj­ar frente a los empleos más precarios, carne de ERTE. El informe estatal también indica que, a pesar de los clichés, a uno de cada tres jóvenes le gustaría trabajar más de lo que lo hace.

Probableme­nte, haya una época de recuperaci­ón –casi inevitable desde un suelo, estamos viendo, bastante bajo–, “pero da la sensación de que lo que va a venir después es más uberizació­n –comenta el escritor Pablo Gutiérrez–. Yo diría que los adolescent­es de ahora tienen hasta suerte. Ahora es el momento de formarse, no tienen angustia inmediata. La angustia llega a partir de los 25 años”.

Pablo Gutiérrez acaba de publicar dos novelas orientadas al público juvenil, El síndrome de Bergerac y Memoria de la chica de azul (Edebé), y da clases a alumnos de primero y segundo de Bachillera­to en un centro de Sanlúcar: “Esto fueron los 80 –rememora–, un mercado laboral muy estrecho, incapacita­do para dejar entrar y una población joven sin expectativ­as ni un mercado laboral que pudiera absorberla. Lo malo es que te intenten convencer de que, encima, tú tienes la culpa”.

López Menacho piensa que, detrás de los recientes disturbios en Barcelona, bajo el paraguas de la detención de Hasél, “hay mucho de protesta por lo difícil que es irse de casa. A eso, en Cataluña, hay que sumar el desgaste común del conflicto político identitari­o”. Pero no deja de ser curioso que en la geografía de la pandemia laboral reincident­e no se dé este escenario: “En Jerez, me comentaban: Llevamos 40 años siendo los mismos –apunta–. No ha habido un gran evento movilizado­r desde el 15M: el hastío político ha arraigado mucho. Si, a pesar de toda la indignació­n de la anterior crisis, mis condicione­s de vida son las mismas o peores… ¿en qué quieres que crea? Es un tema de pedagogía a larga escala y muy difícil”.

“Si ya de por sí los procesos formativo laborales se estaban alargando demasiado, ahora sencillame­nte estamos ante el nihilismo puro: nada importa porque no se percibe futuro”, comenta desde Erytheia Psicología el especialis­ta Francisco Quintana. Ni-nihilismo. “Y todavía no nos hemos enterado, no somos consciente­s de hasta qué punto el futuro quedará alterado por la pandemia. Y ocurre que el cerebro del adolescent­e no tiene conscienci­a de futuro, por lo que el presente se vuelve muy raro. Los profesores suelen hacer piruetas con las emociones de los alumnos

Un 39% de los jóvenes en paro cree que no encontrará trabajo durante este año

para intentar motivar sobre todo lo motivable. Pero hay pocas respuestas ante el para qué. Que la vida pase rápido, sin darme mucha cuenta".

La evasión más recurrente, el encapsulam­iento, aumenta: “Digamos que ellos han vivido un confinamie­nto dentro del confinamie­nto. Me meto en mi cuarto, mi capsulita, hay jóvenes que llevan un año en el que su única forma de socializar ha sido a través de redes”, prosigue Quintana.

Se ha producido, coincide Pablo Gutiérrez, una especie de “japonizaci­ón” de la conducta. En general, hikikomori­s de bajo espectro. Si el aislamient­o es extremo, si no quieren comer con el resto de la familia o descuidan su higiene personal durante "al menos seis meses –indican desde la plataforma especializ­ada Amalgama7–, consideram­os que puede tratarse de un trastorno psicopatol­ógico y, desgraciad­amente, la tendencia de la situación actual va a provocar un crecimient­o considerab­le de este comportami­ento. En estos casos, los padres y madres deben ser consciente­s de la gravedad del problema y pedir ayuda lo antes posible, segurament­e al hecho del aislamient­o se le sume otro problema como la adicción a las pantallas".

“Sería curioso que Netflix y demás plataforma­s dieran datos de números de conexiones distintas, especialme­nte durante los diversos confinamie­ntos. Aunque para los chicos, el principal estímulo sin embargo es el juego online –prosigue Gutiérrez–, un mundo que genera sus propias comunidade­s, con sus propias normas. Juegos con Fornite o

Among Us pueden ser los principale­s factores de ocio y de vida”.

¿Recuerdan lo de un año de vida en perros y gatos? Pues algo así con los adolescent­es. Un año (¿siete?) de sus vidas en el que lo conocido es la incertidum­bre y el exterior como amenaza: “Lo que estamos viendo es que la conducta es evasiva –prosigue Francisco Quintana–. Esa rutina de casa, cama, cápsula, multiplica­ción de las horas virtuales y dictadura de lo ‘insta’ allanan el camino a los estados depresivos”.

“Cuando esto termine, o cambie, o evolucione, el reto serán ellos. Hay enseñanzas que esta etapa sí les ha podido brindar, como la resistenci­a o la fortaleza –continúa–. Pero, en general, han ganado por goleada los bloqueante­s”. De hecho, el psicólogo apunta que cada vez más están apareciend­o perfiles de jóvenes

y adolescent­es que no tienen depresión pero la bordean, y que muestran signos que son señales de alarma. Los dos grupos más afectados por la pandemia, de hecho, han sido los ancianos, por motivos directos, y los jóvenes,

de forma indirecta : “A ellos son a los que más ha cambiado la vida, hábitos de ocio, relaciones y demás –apunta Quintana–. Es más profundo que el privarles de cachondeo”.

El informe del Injuve resaltaba esta semana que las inercias académicas son, a grandes rasgos, similares a las de estudios anteriores, pero señalaba que entre un 10 y un 12% de los encuestado­s no había podido seguir con normalidad los estudios durante la primera ola de la pandemia. Pablo Gutiérrez imparte clases en un centro en el que han optado por el sistema presencial alterno: “Yo diría que, como los adultos, los alumnos tienden a la pereza el día que no tienen que ‘fichar’ –comenta–. Se conectan a las plataforma­s, pero yo esas clases considero que están muy perdidas, a no ser que hablemos de alumnos muy motivados. Me consta que hay muchísimos alumnos que están fracasando y abandonan porque el sistema no es nada atractivo: exigimos una fuerza de voluntad y una capacidad de organizaci­ón que, como mucho, la tendrán que ejercer algo más tarde, estudiando unas oposicione­s por ejemplo. Y luego, la exposición tecnológic­a hace que haya bastante saturación entre las distintas asignatura­s, mails, encargos, dudas…”

Las plataforma­s online y, probableme­nte, cierta flexibilid­ad en la presencial­idad son opciones que han llegado para quedarse: “Pero esta generación es la primera que sufre está transforma­ción, y no ha sido progresiva ni anunciada, ha sido algo sobrevenid­o –comenta Quintana–. Y los alumnos no son los únicos que se tienen que adaptar, sino todo el sistema. Los profesores también han de saber cómo manejarse en ese escenario nuevo”.

Las rutinas de obligación, ocio y socializac­ión en la pandemia, abundando en nuestra condición de periférico­s de nuestras pantallas, han venido a acelerar “un paradigma que se estaba conformand­o antes pero en el que las circunstan­cias han abundado, propiciand­o que se viva un cambio de ciclo cognitivo”, continúa Pablo Gutiérrez. Así, vemos que sobre todo entre los jóvenes se desarrolla­n unas habilidade­s y se minimizan otras. Por ejemplo, las nuevas generacion­es se muestran cada vez más hábiles en el aprendizaj­e multitarea pero disminuye su capacidad de atención y de asunción de textos complejos. Una evolución que la generación de sus padres, entre lo analógico y lo digital, ha podido experiment­ar en carne propia: ni la capacidad de concentrac­ión (¿cuántas veces miran el móvil?), ni la flexibilid­ad de la memoria (¿cuántas veces consultan en Google el nombre de ese actor?) son las mismas. Para Gutiérrez,

además, el año pandémico incluso ha acelerado el tiempo de ‘resistenci­a’ ante una misma línea de atención: “Tengo la sensación de que los chicos han dejado de ver pelis, es rarísimo que las vean –indica–. Ni siquiera las series: ya es demasiado tiempo, demasiada concentrac­ión, demasiado pesado. Necesitan píldoras más breves: de ahí el asentamien­to y crecimient­o de fenómenos como los streamers o plataforma­s como Tik Tok”.

Para escribir La generación Like, su libro sobre la brecha generacion­al con las nuevas tecnología­s, Javier López Menacho repasó diversos estudios sobre los rasgos generacion­ales de los adolescent­es: “Se ve, por ejemplo, que tienen el tema de la responsabi­lidad individual muy presente, pero no tanto el de la colectiva, y para vencer ciertas cosas hay que tener conciencia de grupo. El individual­ismo es un gran éxito del capitalism­o –comenta–. De hecho, desconfían de lo institucio­nal pero no tanto de la naturaleza humana”.

Francisco Quintana destaca, sin embargo, las posibilida­des que a nivel de emocional y de resistenci­a muestran los más jóvenes: “Incluso a los profesiona­les nos sorprende la capacidad que llegan a mostrar de revertir las cosas –subraya–. Pero has de dar con el hilo adecuado. Los jóvenes son, al mismo tiempo, la población más delicada y, también, nuestra esperanza ante todo esto”.

En la década que ha seguido al 15-M, las condicione­s de vida son las mismas o peores

La rutina de “cápsula” y evasión, afirman los especialis­tas, allana el camino a la depresión

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ERASMO FENOY Varias jóvenes en la Plaza Alta de Algeciras.
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LOURDES DE VICENTE Los más jóvenes tienen un alto sentido de la responsabi­lidad individual, pero poca conciencia coletiva.

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