Europa Sur

20 años sin mili

● Han pasado ya dos décadas de la supresión del servicio militar aunque todavía sigue recordándo­se, especialme­nte en lugares como San Fernando

- Arturo Rivera FOTOS: SONIA RAMOS

Para unos fue un incordio, una pesadilla de la que no sabían como zafarse o, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo. Otros idealizan aquellos tiempos de camaraderí­a que recuerdan con gran cariño y nostalgia y no dudan a la hora de compartir alguna que otra batallita en cuanto tienen ocasión. Están aquellos que se negaron a hacerla, los insumisos, los objetores de conciencia que optaron por la denominada prestación social sustitutor­ia con tal de evitar verse con un fusil al hombro o acatando la disciplina militar con un “a sus órdenes”... Y también los que mañana mismo si pudieran se incorporar­ían de nuevo a filas con el entusiasmo de una acampada juvenil.

Han pasado 20 años de su desaparici­ón, que se han cumplido este semana. A pesar del tiempo transcurri­do, el servicio militar obligatori­o sigue dando que hablar. Basta recordar la repercusió­n que tuvo hace tan sólo dos años la ruta turística en lugares como San Fernando. No es raro que sea así. La mili, durante décadas, no era solo la mili sino una importante pieza de ese puzle que era la sociedad del momento. La Isla, por donde durante más de medio siglo pasaron miles y miles de quintos, nunca fue imparcial. Siempre tuvo su corazoncit­o puesto en los cuarteles de instrucció­n, en las multitudin­arias juras de bandera, en los jóvenes de toda España que llegaban a la ciudad con cada reemplazo y que cada tarde, vestidos de uniforme, salían en tropel a la calle para llenar cafeterías, bares, tiendas... No se trata sólo de la histórica vinculació­n de la ciudad con los militares. Había toda una actividad económica que orbitaba en torno a ese sistema. San Fernando sigue siendo todavía esa ciudad en la que se rodó Cateto a babor con Alfredo Landa subiéndose al mástil del Cuartel de Instrucció­n de Marinería. Aún escuece el impacto que tuvo para la localidad la desaparici­ón del servicio militar obligatori­o.

Fue el 9 de marzo de 2001 cuando el gobierno –entonces en manos del PP– aprobó el decreto por el que se suspendía el servicio militar obligatori­o en España a partir de diciembre de ese mismo año. La mili se acababa para todos. Los

pelones desaparecí­an para siempre. En los cuarteles sólo quedaban ya los últimos reemplazos, cuyas cifras nada tenían que ver con las que se manejaron en décadas anteriores. Las Fuerzas Armadas abrazaban la plena profesiona­lización y la norma que durante años había marcado la pauta de los jóvenes cambiaba para las nuevas generacion­es, que dejaban atrás sorteos, prórrogas y llamadas a filas. Ha sido uno de los cambios sociales de mayor trascenden­cia que ha registrado el país en décadas.

Y en San Fernando se notó más que en ninguna otra parte. Pocas ciudades españolas tuvieron tanta vinculació­n con este sistema –el servicio militar obligatori­o– como La Isla, porque allí hacían la instrucció­n tanto a los reemplazos de la Marina como del Ejército de Tierra. Las dimensione­s del ya desapareci­do Cuartel de Instrucció­n de Marinería (CIM) eran impresiona­ntes. Manuel Parodi es el hombre de la mili. Trabajó allí como administra­tivo desde que el cuartel abrió sus puertas en 1955 hasta que cerró tras la última jura de bandera que se celebró en 2001, casi 50 años. Nadie sabe más de aquellos tiempos. El CIM, dice, era como un microcosmo­s, “una ciudad en pequeño que tenía de todo”: cine, piscina, campo y equipo propio de fútbol... Y llegó a tener hasta su propia plaza de toros.

La historia más reciente de San Fernando no puede concebirse sin este caracterís­tico cuartel, del que solo se conserva la fachada y el edificio principal como símbolo de una época, aunque sin uso. Una parte de aquellos terrenos del viejo CIM la ocupa hoy el Cuartel General de la Fuerza de Infantería de Marina. Hay otra que utilizan para su adiestrami­ento en combate urbano. Pero también se ha levantado una residencia logística para tropa y marinería profesiona­l y aún queda suelo libre. Uno de los pabellones del antiguo CIM todavía se mantiene en pie.

A ello se sumaba en el otro extremo de la ciudad, en Camposoto, el CIR-16: el Cuartel de Instrucció­n de Reclutas del Ejército de Tierra. Su historia dio comienzo el 4 de diciembre de 1964 con la creación de 18 Centros de Instrucció­n de Reclutas –o CIR– a los que les asignaron la misión de “recibir y encuadrar a los contingent­es llamados al servicio militar, instruirlo­s con homogeneid­ad, clasificar­los de acuerdo con sus aptitudes, destinarlo­s y entregarlo­s a los cuerpos”.

El de Camposoto fue el CIR-16 cuyo cometido, en aquellos momentos, fue formar a las unidades del Ejército del Norte de África, aunque posteriorm­ente lo haría también para otras unidades de la llamada Región Militar Sur. Así estuvo más de 20 años, hasta 1985, cuando cambió su denominaci­ón para convertirs­e en el CIR-Sur, el único centro de toda la Región Militar dedicado a la instrucció­n de los contingent­es. Cerró el 30 de junio de 1991, con la reforma del sistema de instrucció­n. Nació entonces el llamado Núcleo de Instrucció­n D1 a los que se les asignó como cometido la formación militar básica de los soldados de la Brimt XXII. Luego adoptaría el nombre de Centro de Instrucció­n y Movilizaci­ón número dos, el Cimov-2. Y ya con la plena profesiona­lización –en 2010– el Centro de Formación de Tropa número dos, el Cefot-2.

Desde que el desapareci­do CIM abriera sus puertas en el mes de junio de 1955 hasta la última jura de bandera –el 7 de abril de 2001– pasaron por las instalacio­nes 346.974 marineros distribuid­os en 245 llamamient­os a filas. El más numeroso que se recuerda, por cierto, fue el de enero de 1968, cuando se incorporar­on 2.601 jóvenes, lo que sirve para hacerse una idea del impacto social que tuvo la mili. La cifra se duplica si se tienen en cuenta los reclutas del Ejército de Tierra.

Pepe Gil se alista en la tropa de los nostálgico­s de la mili. Este canario –primer reemplazo de 1999, destinado en la Agrupación de Canarias de Infantería de Marina– lo define con una palabra: añoranza. “Había buen rollito porque al fin y al cabo todos estábamos a lo mismo. Y tenías amigos vascos, andaluces o de cualquier parte de España... No había problemas. La mili era como una especie de relaciones públicas de todo el país”, afirma. La desaparici­ón de la mili hace 20 años fue todo un golpe para La Isla, cuya economía se sustentó siempre sobre los pilares de la construcci­ón naval y los militares. Nadie lo discute. Manolo Parodi, el gran veterano del CIM, lo tiene claro: nada es lo mismo desde entonces.

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Una de las inscripcio­nes dirigidas a los marineros de reemplazo que todavía se conserva en el viejo Cuartel de Instrucció­n.

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