Del recluta al profesional, el gran cambio
● Defensa invierte más de 3.000 euros por alumno en las 18 semanas de formación que sirven para preparar a los futuros soldados profesionales en el CEFOT-2 de Camposoto
Que conste, los primeros que no echan de menos la mili son los propios militares. La supresión del servicio militar obligatorio introdujo un cambio cualitativo sin precedentes en lo que a la formación de efectivos se refiere. El salto del antiguo recluta a la tropa y marinería profesional supuso contar con efectivos que llegaban al cuartel por su propia voluntad tras superar unas pruebas de selección, unos soldados remunerados, dispuestos como mínimo a permanecer varios años en las Fuerzas Armadas y cada vez mejor preparados y más especializados, lo que redunda en la eficacia de regimientos, buques y unidades. No hay color.
En los tiempos de la mili, a los reemplazos recién llegados al cuartel de turno se le solía dar un consejo: “A todo lo que se mueva lo saludas y, a lo que no, lo pintas de blanco”. Era broma, claro. Pero que los reclutas se dedicaran a pintar, barrer u otras labores de mantenimiento –además de hacer eternas guardias en la puerta– era lo habitual en unas Fuerzas Armadas sustentadas en una enorme masa sin apenas formación militar –la instrucción duraba poco más de seis semanas– y que cuando alcanzaba cierto rodaje en su destino ya contaba los días que le faltaban para coger el petate y largarse.
“Es un concepto totalmente distinto”, afirma el coronel Francisco Jesús Diéguez Oliva, director del Centro de Formación de Tropa número dos (Cefot-2) del acuartelamiento de Camposoto. Donde se ubicaba el antiguo CIR16 por el que durante décadas pasaron miles de reclutas hoy se forman a profesionales del Ejército de Tierra que se reparten luego por distintas unidades de toda España. En las 18 semanas que dura su formación militar –que se divide en dos etapas, una básica y otra específica vinculada a la especialidad escogida– Defensa invierte más de 3.000 euros por cada alumno. Nada que ver con los antiguos reclutas, cuya instrucción –sobre todo cuando la duración del servicio militar se redujo a nueve meses– se ceñía poco más que a aprender los galones y ensayar la jura de bandera.
El coronel director del Cefot-2 de Camposoto distingue entre la “instrucción” que se impartía en la mili y la “formación” que hoy se da a los profesionales, a los que durante su estancia en el centro se les llama incluso alumnos. “La formación abarca una parte de instrucción pero es un concepto más amplio. Hay una base común, inmutable. El orden cerrado, la disciplina, las medidas de seguridad con el armamento... Eso sigue siendo lo mismo. Pero la formación incluye también una evaluación del individuo, una tutorización, una especialización del profesor... A la antigua instrucción se han incorporado además aspectos de la enseñanza reglada”, explica este oficial del Ejército de Tierra. Y hay una enseñanza en valores –no solo militares sino también sociales– en la que se insiste de una manera especial. “Un militar tiene que ser un ciudadano ejemplar”, señala.
Antes, explica, la duración del servicio militar obligatorio condicionaba mucho la instrucción, que a la postre se quedaba en unas pocas semanas. Un tiempo a todas luces insuficiente para convertirse en un buen soldado. Sobre todo porque no puede olvidarse que a la mili llegaba de todo –hay gente que aprendió a leer y escribir cuando aterrizó en el cuartel, algo que era poco frecuente en fechas más recientes pero habitual en décadas anteriores– y que además lo hacían por obligación, así que su predisposición no siempre era la más adecuada. “Yo me he encontrado con reclutas que eran magníficos, la verdad. Pero también con auténticos rebeldes”, afirma el coronel Diéguez Oliva.
Y aunque hay también quienes todavía echan en falta esa mili “que te hacía un hombre” no es ese desde luego el papel que tienen encomendadas las Fuerzas Armadas: “Nosotros no estamos para enderezar a nadie, esa no es nuestra responsabilidad”, comenta sonriendo el director del Cefot. Hay disciplina, claro. Pero su misión es formar a profesionales, soldados cualificados que puedan desenvolverse con eficacia. Sobre todo cuando su participación en misiones internacionales requiere además cada vez un mayor nivel de preparación. “Yo creo que ese fue un punto de inflexión para suprimir la mili, cuando empezamos a participar en misiones”, advierte.
La formación de estos soldados está además cada vez más
Las Fuerzas Armadas son las primeras que no echan en falta la mili obligatoria
especializada. A partir del próximo año, a los alumnos del Cefot-2 se les impartirán también dos módulos formativos de grado medio, un proyecto de Defensa que permitirá a los soldados profesionales conseguir una titulación homologada durante su estancia en las Fuerzas Armadas. Se ha incorporado metodología procedente del mundo académico y el profesorado está cada vez mejor formado. Buena parte de los aspirantes suele llegar con una formación superior a la exigida; incluso con estudios superiores. Y se han incorporado las nuevas tecnologías, claves para continuar la formación en este tiempo de pandemia.
Cada ciclo de aspirantes se ha dividido en dos grupos que alternan la formación presencial, en el acuartelamiento, con la virtual, en sus casas, algo que hasta ahora no había ocurrido. Así se disminuye la presencia de efectivos en el acuartelamiento y, por ende, la posibilidad de contagios. Cuentan para ello con un aula virtual que ya estaba en uso anteriormente. No solo se imparten clases teóricas y se hacen exámenes on line sino que el sistema permite incluso supervisar el entrenamiento físico diario que tienen que hacer los alumnos.