CONFINADOS

LA pandemia ha sido la bofetada global de un mundo que se quedó pequeño y que era más frágil y vulnerable de lo que podíamos sospechar en nuestros peores presentimientos. Nuestra estabilidad que creíamos sustentada por tortugas gigantes, como pensaban los antiguos sobre la Tierra plana, se sujetaba al fondo por varillas.

Por una vez todos los habitantes del planeta, da igual lugar y condición, coincidimos en la experiencia del confinamiento, del toque de queda, de la protección con mascarillas y de vivir un terror que en principio parecía tan lejano y exótico como una de esas sobremesas adocenadas. Hace un año la interconexión virtual fue la salvación para mitigar en parte el desastre económico y fue la herramienta para no caer en la desesperación. La televisión era la ventana que traía imágenes inéditas de las calles desiertas y los hospitales invisibilizados. Los primeros reporteros con mascarillas y micrófonos protegidos y los invitados en videolllamada fueron la primera seña para reiterar que el estado de alarma no iba en broma. Lo que nadie podía imaginar era lo tremendo que iba a ser todo en proporciones mundiales.

El mismo televisor ha sido la válvula de escape de tantas horas de ocio y de desconcierto. Las plataformas de contenidos bajo demanda se convirtieron en el invento ideal para combatir el tedio y efectivamente esas compañías han sacado partido a su visión y previsión. A los tres gigantes estadounidenses especializados, Netflix, HBO y Amazon, se les han sumado otras compañías como Disney (más Apple, la NBC, Viacom) que han visto en el espectador hogareño, tan voraz, no un presente transitorio sino un futuro inevitable. Y hay fenómenos locales como Filmin o Atresplayer prodigiosos.

Las salas de cine están ciertamente contra las cuerdas. El encargo de series y telefilmes para 2021, vía de salvación para la industria cultural audiovisual, alcanza una sobreproducción dudosa. La pandemia ha venido a acelerar un nuevo modelo de negocio.¿Y es una burbuja?