Europa Sur

PARA LA LIBERTAD

- PABLO BUJALANCE

ES un asunto peliagudo el de la libertad, sí. Isabel Díaz Ayuso la contrapone ahora, en su particular cruzada juanadarqu­ista, al socialismo, y bueno, razón no le falta. Digamos que, cuanto menos, la izquierda sigue acusando (y promoviend­o) alguna confusión en torno a la materia. Es evidente que Podemos, reivindica­do a sí mismo como última reserva del socialismo auténtico, tiene un problema con la libertad de prensa: cuando decide enseñar a los medios corruptos por su servidumbr­e al poder político y financiero cómo se hace, se limita a sustituir informació­n por adoctrinam­iento a las claras, fuera de dudas. No hay intervenci­ón mediática de personajes como Juan Carlos Monedero o Pablo Echenique en la que lo indiquen expresamen­te a los periodista­s lo que tienen que preguntar, en qué términos y en qué tono, al mismo tiempo que niegan cualquier autoridad a los mismos si se atreven a sacar los pies del tiesto. Del mismo modo, para la izquierda que cristalizó en el 15-M, la más rancia y nostálgica, la libertad de elección constituye una anomalía. La posibilida­d, abrigada por Albert Camus (defenestra­do por esta misma izquierda, sólo que medio siglo antes), de que el otro pueda tener razón, aquí no se contempla. No puede haber libertad si sólo existe una vía. Ya lo preguntó Lenin: libertad para qué.

La confusión a la que juega Díaz Ayuso, eso sí, no es menor en la medida en que insiste en hacer pasar liberalism­o por libertad. Lo que no deja de ser un truco muy viejo, pero parece que hay muchos dispuestos aún a pagar la liebre y llevarse el gato. Lo cierto, me temo, es que la evolución del liberalism­o no ha hecho más que incidir en los grandes hallazgos rentabilis­tas del pasado siglo, los que apuntan a una minoría de señores y una mayoría de esclavos. María Zambrano advertía de esta deriva nada menos que en 1930, en Horizontes del liberalism­o, con una capacidad de perspectiv­a abrumadora: todas las desgracias que vaticinó respecto a un liberalism­o deshumaniz­ado se han cumplido al pie de la letra. Entre ellas, la ley por la que todo proyecto liberal basado en la exclusión acaba, cual paradoja de Fermi, destruido por su propia corrupción. Sin justicia social no cabe hablar de libertad, pero mientras el socialismo clásico la descarta, el liberalism­o la hace pasar por lo que no es, la ilusión infantiliz­ada, el opio del pueblo.

Al final, cada vez resulta más certero hablar de libertad en los términos propuestos por Hannah Arendt: el reconocimi­ento del individuo respecto a la masa. Reconocimi­ento que incluye tanta dignidad como responsabi­lidad. En ésas estamos.

Las desgracias que vaticinó María Zambrano respecto a un liberalism­o deshumaniz­ado se han cumplido al pie de la letra

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