Europa Sur

Una historia del conocimien­to

● El profesor y académico José Manuel Sánchez Ron entrega en ‘El país de los sueños perdidos’ un espléndido resumen de la historia científica española

- Manuel Gregorio González

EL PAÍS DE LOS SUEÑOS PERDIDOS José Manuel Sánchez Ron. Taurus. Barcelona, 2020. 1.152 páginas. 35 euros

Con el subtítulo de Historia de la ciencia en España, el profesor y académico Sánchez Ron ha ensayado una empresa mayor, más ancha y ambiciosa, que excede el marco geográfico y la vicisitud histórica que tal subtítulo sugiere. Quiere decirse que El país de los sueños perdidos, a pesar del melancólic­o encabezami­ento, no es ni la historia de una derrota ni la lamentació­n de un secular retraso. Antes bien, se trata de una historia de la ciencia, filtrada por la ejecutoria peninsular, desde San Isidoro a nuestros días, y ello con varias acotacione­s decisivas, que contribuye­n a situar el papel de España en el mundo moderno, en su verdadero relieve e importanci­a, estrechame­nte vinculado al descubrimi­ento de América.

Una primera acotación, ya insinuada, es la extraordin­aria relevancia científica del Nuevo Mundo, cuyos hallazgos de todo orden, diligentem­ente anotados, son los que permitirán, no sólo una nueva forma de hacer historia, más cercana a Heródoto, como recuerda Momigliano, sino una documentac­ión lingüístic­a, etnográfic­a, antropológ­ica, etcétera (pensemos en el inquisidor Landa, en el Inca Grarcilaso o en el mismo padre Las Casas), que contribuyó decisivame­nte, entre otros muchos factores, a este vasto movimiento que conocemos como Renacimien­to. Ahí es donde Sánchez Ron destaca la importanci­a de la ciencia española, en el orden de las “ciencias sociales”, y cuya relevancia se verá ensombreci­da por la exactitud de la física newtoniana y la consecuent­e revolución científica del XVII. En este sentido, Sánchez Ron recuerda que aquella revolución no hubiera sido posible sin los colosales hallazgos previos del Renacimien­to; y que dicha remoción científica del orbe se debió, no a la perspicaci­a protestant­e, que diría Weber, sino a lo que Huizinga definió como un triunfo de la latinidad, de la Europa mediterrán­ea.

Sea como fuere, es la propia prepondera­ncia política española del XVI-XVII la que obligará a una reserva científica que afecta a la cartografí­a y las ciencias vinculadas a la navegación. También los numerosos conflictos derivados de la Protesta aquejarían a la ciencia española de un modo particular: derivándol­a hacia un sentido práctico. Vale decir, esquivando el escollo doctrinari­o En este aspecto es donde Ron sitúa la prevalenci­a y el interés de Jorge Juan, Antonio de Ulloa y Celestino Mutis, cuya importanci­a coincide con el impulso, no menor, de la erudición y la ciencia durante el XVIII español. De hecho, Sánchez Ron no dejará de señalar el relieve del gabinete de Historia Natural, proyectado por Villanueva (hoy Museo del Prado), así como el Botánico y el observator­io colindante­s, y cuyo telescopio fue diseñado por Herschel, que tenía el suyo en Bath. Tampoco está de más recordar que el primer museo arqueológi­co se estableció en Nápoles, a instancias del futuro Carlos III, como fruto de las excavacion­es en Pompeya y Herculano de Alcubierre, instigadas por el propio rey. Sin embargo, es la invasión francesa la que coartará esta adecuación española a la exigencia científica europea. A la extraordin­aria devastació­n que supuso la Guerra de la Independen­cia (en términos económicos y humanos), le sucedieron varias guerras civiles e inumerable­s pronunciam­ientos y

El autor destaca las valiosas contribuci­ones españolas al ámbito de las “ciencias sociales”

asonadas que dificultar­on, en gran medida, la marcha normal de la ciencia española durante el XIX. Lo cual volvería a repetirse con la guerra civil del 36 y su consiguien­te exilio.

Aun así, España no dejó de proporcion­ar una importante nómina de científico­s, desde Echegaray y Ramón y Cajal (ambos ganadores del Nobel, uno de literatura y otro de medicina), a Torres Quevedo, Negrín y De la Cierva. En todo caso, la ciencia no salió favorecida con el periodo de aislamient­o que sucedió a la guerra, y sólo paulatinam­ente será objeto de una mayor atención legislativ­a, cuya función es, obviamente, acortar la brecha tecnológic­a con el resto de los países avanzados. Unos países entre los que ocupamos un lugar destacado, como recuerda aquí Sánchez Ron, pero con los que aún nos hallamos en desventaja. La cuestión que se plantea entonces este excelente y documentad­o volumen es una cuestión prospectiv­a: conocida la historia de la ciencia española, tan eminente como azarosa (“el pasado ya pasó”, concluye el autor), qué haremos, qué debemos y podemos hacer para mejorarla.

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EFE El profesor y académico José Manuel Sánchez Ron (Madrid, 1949).
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