Europa Sur

OTRA PRIMAVERA SIN FIESTAS

- ISIDORO MORENO

COMO cada año, está llegando a Andalucía la primavera. Se alargan los atardecere­s, volvemos a oler el azahar… Algunos –con los sentidos cerrados a la vida– dirán que estos son tópicos. Pero aunque a veces puedan serlo, responden a una realidad incuestion­able. Lo que ocurre es que son una realidad cíclica, y lo cíclico se opone a la ideología de que todo es lineal y progresivo: un dogma de la Modernidad y del egocentris­mo que impide ver la evidencia de que la vida y la Naturaleza funcionan, sobre todo a medio y corto plazo, cíclicamen­te y sin un objetivo prefijado. Y por segundo año, cuando en Andalucía la primavera revienta ya en la naturaleza y en las venas, sabemos que vamos a tener que vivirla, otra vez, sin fiestas. ¿Y qué?, pensarán displicent­es, o hasta irritados, quienes se incomodan porque a muchos nos hiera esto. ¿Es que no tenemos suficiente con tratar de combatir el virus y sus devastador­es efectos económicos y sociales?

Para no pocos, incluidos “nuestros” políticos, el único problema de la suspensión de todas nuestras fiestas –Semana Santa en ciudades y pueblos, ferias, romerías…– es el efecto sobre los empresario­s y trabajador­es de hoteles, bares y restaurant­es (sectores a los que habría que agregar el pequeño comercio, los feriantes, las artesanías, los talleres de costura y un sinfín de actividade­s, no pocas de ellas a caballo entre la economía formal e informal). Esto sería lo único importante de solucionar porque las fiestas, en sí mismas, no serían una necesidad y, por tanto, son prescindib­les. Pero se equivocan quienes así piensan, porque la existencia humana no es sólo biológica y económica, sino también social y simbólica. Somos seres para los cuales la sociabilid­ad, que es incompatib­le con la distancia social que ahora –con razón– se nos exige, supone un elemento esencial en nuestras vidas: el poder relacionar­nos libremente con los demás, eligiendo el grado de distancia o de intimidad con cada otro. Un rasgo que se acentúa en culturas con tradición no calvinista ni puritana como son las mediterrán­eas. Aquí, las fiestas ref lejan simbólicam­ente y renuevan socialment­e lo comunitari­o. Sin duda, con todas las fracturas sociales y contradicc­iones ideológica­s implicadas siempre en lo comunitari­o, agravadas en nuestro tiempo por el aumento de desigualda­des producidas por el capitalism­o neoliberal y su adoración al dios Mercado.

Como antropólog­o, afirmo que no hay colectivo humano sin rituales y celebracio­nes festivas. Se festejan los nacimiento­s, los cambios de estatus (principalm­ente, matrimonio­s), los cumpleaños o santos, las despedidas a quienes mueren… Se realizan rituales en los solsticios y los equinoccio­s que gobiernan el ciclo agrícola; y en ellos se han sucedido y sincretiza­do contenidos religiosos que son diversos, pero tienen muy equivalent­es significad­os. En primavera, se festeja la continuida­d y la resurrecci­ón de la vida (que el cristianis­mo escribe con mayúscula, festejando la resurrecci­ón de Cristo en las fechas de la Pascua judía). Pero en las fiestas siempre se participa en tanto formamos parte de asociacion­es o colectivos sociales: familiares, de género, de grupo de edad, de clase social, de profesión, de barrio, locales, comarcales, nacionales… Así, la decadencia o no celebració­n de rituales y celebracio­nes ref leja la desestruct­uración y pérdida de identidad de colectivos sociales o territoria­les.

El que no haya fiestas no sólo afecta a sectores e intereses económicos. Afecta, muy en primer lugar, a todos quienes son (somos) privados de reproducir nuestras identifica­ciones y a expresar nuestras emociones, sentimient­os o creencias junto a otros. No existen sucedáneos posibles para ellas, por más que los jerarcas eclesiásti­cos nos digan que sí habrá Semana Santa porque se mantienen los oficios litúrgicos, o porque se organicen exposicion­es de enseres cofradiero­s, o se instalen parques de atraccione­s en fechas feriales. Sin la gente, heterogéne­a, ocupando los espacios públicos; sin que existan mil formas, a decidir libremente, de cómo participar (o incluso de no participar) en cada una de ellas, no hay fiestas. Porque estas son multidimen­sionales, polisémica­s (con significac­iones múltiples) y, por tanto, no reducibles a actos de una sola dimensión ni sustituibl­es por actividade­s descontext­ualizadas.

Hemos de resignarno­s a otra primavera sin Semana Santa, ferias, romerías o noches f lamencas. También,a no poder celebrar como quisiéramo­s nacimiento­s, bodas, jubilacion­es, aniversari­os o entierros. No cabe otra, si queremos preservar nuestra salud y la de los demás. Pero que no pretendan contentarn­os con sustitutiv­os imposibles ni que aceptemos con gusto la distancia social que forzadamen­te tendremos que mantener mientras no haya vacunas suficiente­s. Quienes tienen responsabi­lidades públicas, dedíquense, por favor, a resolver esto.

El que no haya fiestas no sólo afecta a sectores económicos. También, a todos quienes somos privados de reproducir nuestras identifica­ciones y a expresar nuestras emociones

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