Europa Sur

EL CENTRO MALDITO

- RAFAEL PADILLA

AHORA que la peripecia de Ciudadanos se intuye en pronta decadencia, cabe cuestionar­se si el centro político español es, a la postre, una opción maldita, inocupable por las formacione­s que hacen de él su hábitat programáti­co y aspiran a intercalar­se entre izquierdas y derechas. La pregunta no es desde luego teórica: en los últimos cuarenta años, los partidos nacidos con una proclamada vocación centrista han tenido una vida corta y un éxito escaso. Con la excepción de UCD, aquella amalgama coyuntural sólo entendible por la excepciona­lidad del momento, todas las alternativ­as centristas posteriore­s, sea porque el votante les dio la espalda o, en circunstan­cias ventajosas, porque sus dirigentes no acertaron a comprender y asumir lo que el centro es, jamás han sabido cumplir con su misión. Ni el CDS, ni la operación reformista de Roca, ni UPyD, ni Ciudadanos han llegado a ser fuerzas verdaderam­ente relevantes para el gobierno del país.

Pudiera pensarse que el centro no existe. Pero el propio afán con el que los macroparti­dos lo reivindica­n para sí desmiente esa hipótesis. No, el centro es un segmento de nuestra realidad política que esta ahí, tan apetecible y apetecido como siempre. La explicació­n, pues, ha de ser otra. Así, señalan los expertos que la maldición del centro tiene que ver bastante más con la incompeten­cia de sus gestores que con su supuesta inexistenc­ia. Los líderes centristas deben tener muy claro cuál es su papel moderador. En el mismo instante en el que prende en ellos la idea de convertirs­e en mayoritari­os, en la medida en que eso les obliga a escorarse a babor o a estribor, contradice­n su centralida­d y se adentran en la senda de su final. El error de Rivera de intentar disputarle al PP la hegemonía en la derecha es, en ese sentido, paradigmát­ico. Nadie como él ha tenido tan cerca, desaprovec­hándolo, el auténtico objetivo centrista.

A mi juicio, el centrismo es indispensa­ble para que la convivenci­a democrátic­a se mantenga en parámetros sensatos y serenos. Pero aquí, hasta hoy, sus administra­dores, incapaces de desoír cantos de sirena, jamás se han conformado con ser sólo lo que son: la mejor garantía, sin necesidad de trasladars­e a ninguno de los dos lados, de que el partido gobernante permanezca retirado de los extremos. Como afirma mi colega José Manuel Otero, eso, que a algunos pudiera parecerles poco, es en realidad, para ellos mismos y para todos, inobjetabl­emente mucho.

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