Europa Sur

EL ETERNO HEDOR DE ALGECIRAS

- JAVIER MALLA

HACE solecito y me he sentado en este pretil transitado por el que transcurre la “ruta del colesterol”. Me gusta el trasiego de esta tumultuosa acera que va desde el Paseo Marítimo hasta la playa de La Concha, cierro los ojos y me transporto hasta la década de los setenta enterrando sandías en la rompiente de la orilla.

Esta mañana, a la altura del semáforo del colegio Virgen del Mar, me paré un poquito a mirar a la gente. Bicicletas, corredores, monopatine­s, carritos de coches, parejas de la mano, hombres, mujeres, mayores, jóvenes y cuerpos que se movían a todas las velocidade­s imaginable­s.

En las piedras que sobresalen en los gastados arrecifes, ahí a mi izquierda, unas parejas de cormoranes tienden sus alas al sol y, allá por el puente que aterriza en el Juan Carlos I, los camiones galopan rumbo a Europa. Huele a mierda, huele profundame­nte a mierda. El hedor lo impregna todo desde más allá de Ave María y hasta San José Artesano.

Por la derecha, al fondo, me atacan a la vista unas jirafas metálicas enormes que mueven cajetillas en barcos gigantesco­s que llegan hasta Algeciras procedente­s de todo el mundo. Antes, desde este mismo sitio en el que ahora reposo, en los días de Poniente se veía Ceuta.

Tres hombres temerarios acaban de cruzar el paso de peatones en rojo. Llevan unas mochilas y cañas de pescar. Se han repartido los sitios de este pretil de Los

Ladrillos y se han jugado a los chinos el puesto más codiciado, el que está justo sobre el caño mugriento que fluye sin depurar desde las inmediacio­nes de la calle Manuel de Falla.

No recuerdo ya desde cuando tengo recuerdos de este asqueroso olor. A mi espalda veo la Cámara de Comercio y Zona Franca, ni ellos han podido colaborar en el adecentami­ento global de este vertedero a lo largo de estos años, y me duele la vista mirando a El Corte Inglés y a los mazacotes de la Barriada del Arroz.

Hace solecito y la gente se mueve para arriba y para abajo. Pero hasta mi memoria viajan los ecos de un Mirador abarrotado, con su torre marcador, que se asomaba al mar y en el que hace 43 años presencié el 0/6 del Madrid al Algeciras en aquella histórica Copa del Rey.

Hoy es una mañana como otra mañana cualquiera, llena de bullicio y optimismo. Los algecireño­s somos más felices cuando sale el sol y podemos movernos intentando mirar los trocitos de mar que nos han ido dejando.

No sé si llegaré a tiempo para ver la playa de mi niñez, sepultada ahora bajo estos peñascos, oliendo nuevamente a mar. Es posible que ese Gran Lago Marítimo del que hablan, si algún día llega a construirs­e, consiga de una vez por todas que el olor no se clave en las sienes, pero para la historia negra de Algeciras quedarán los espeluznan­tes atentados realizados en su día con la venta del estadio Mirador que seguirán oliendo eternament­e a mierda.

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