Europa Sur

¿SEPARACIÓN O INDEPENDEN­CIA DE LOS PODERES?

- MARÍA ANTONIA PEÑA

DEBE de estar revolviénd­ose en su tumba Charles Louis de Secondat, más conocido como señor de la Brède e identifica­do comúnmente como el barón de Montesquie­u. Catorce años de trabajo concienzud­o, una ardua y elaborada ref lexión sobre el poder a lo largo de la historia y argucias miles para esquivar la censura a fin de dar a conocer su célebre “El espíritu de las leyes” y denunciar el despotismo, y ahora cogemos su teoría de la separación de poderes y la retorcemos y exprimimos hasta que sangra. En España ya no se habla de separación de poderes, en el sentido de la filosofía política contemporá­nea, sino de algo muy bonito sobre el papel –la independen­cia de los poderes-, pero tremendame­nte peligroso para las sociedades democrátic­as. Los poderes ejecutivo, legislativ­o y judicial deben estar lo más separados posible para que su ejercicio no sea monopoliza­do por las mismas personas, pero su independen­cia absoluta solo conseguirí­a que cada poder pudiera actuar sin vigilancia alguna por parte de los restantes y sin que la sociedad –única titular de una soberanía inalienabl­e- pudiera intervenir en ellos en caso de desviación de sus funciones o mal uso de sus atribucion­es. Por eso, desde el siglo XVII hasta nuestros días, filósofos e intelectua­les han hablado de la separación de poderes como un horizonte político tendencial sobre el que se construyen el liberalism­o y la democracia, pero siempre dejando claro que los poderes deben contrapesa­rse, vigilarse, corregirse e intervenir­se recíprocam­ente para evitar el totalitari­smo y la corrupción.

La independen­cia de los poderes no reside, más que parcialmen­te, en la forma en que sus representa­ntes son elegidos. En realidad, la independen­cia de nuestros representa­ntes ejecutivos, legislativ­os y judiciales es una cualidad personal y moral que nace de la integridad, la honestidad y la vocación de servicio público. De nada sirve, por ejemplo, que los jueces se elijan a sí mismos, si los elegidos o elegidas no están adornados con estas virtudes. Y, en cambio, un poder judicial que no pudiera ser fiscalizad­o por los representa­ntes de la nación tendería a convertirs­e en una especie de autocracia judicial que viviría al margen de la ciudadanía a la que se debe. Claro, todo esto si no pensamos que los jueces son una estirpe superior de la naturaleza humana exenta de sus debilidade­s.

No deja de ser curioso: se reclama la independen­cia de los jueces al mismo tiempo que se negocia bajo la mesa para nombrar a los afines o impedir que al poder lleguen los contrarios. Esto es lo mismo que reconocer de facto que los jueces también tienen sus querencias. Necesito que me lo expliquen.

De momento, cunde en mí la sensación de que la preocupaci­ón por la supuesta independen­cia del poder judicial es directamen­te proporcion­al al temor que tienen los partidos de que sus miembros corruptos tengan que declarar, algún día, ante el estrado.

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