Europa Sur

RELATIVISM­O ARTÍSTICO

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

HACE unos días una pintura del siglo XVII, “La coronación de espinas”, fue retirada de una subasta. Atribuida a un pintor del taller de José de Ribera, este eccehomo debería haber salido a la venta en 1.500 euros. Sin embargo, la sospecha de una experta italiana en arte de que podía tratarse de un original del maestro del barroco Caravaggio lo apartó de la puja. La razón es bien sencilla: si es un Caravaggio original, su precio podría llegar a los 100 millones de euros. Curiosa disyuntiva esta en que el “mérito artístico” de este lienzo en que Pilatos presenta al pueblo a un Jesús de lastimoso aspecto, no depende de su acertada composició­n o del dramatismo que le da a escena la forma de iluminarla o de la paleta de colores usada por el artista. En último término, su valor se subordina a si fue pintado por Caravaggio (del que por cierto el único cuadro con firma es “La decapitaci­ón de San Juan Bautista” en la que el pendencier­o pintor italiano aprovechó la sangre que derrama la garganta de Juan para colocar su rúbrica) o por un aventajado aprendiz de uno de sus discípulos. Si tal cosa se produce con el arte figurativo donde la técnica y su aproximaci­ón a la realidad es lo que da valor a una pintura, el fenómeno se magnifica hasta extremos insospecha­dos con el arte abstracto donde, de entrada, el espectador queda fuera de juego al romper el artista con todas las normas en cuanto a técnica, temática, estilo y objetivos. “Made you look” -una historia real sobre arte falsificad­o- es un documental que muestra como la galería de arte Knoedler, una de las más prestigios­as de Nueva York, fue objeto de un timo con cuadros en teoría pertenecie­ntes a los genios norteameri­canos del expresioni­smo abstracto de los 50: Rothko, Motherwell o Pollock. Durante veinte años la supuesta manager de un coleccioni­sta anónimo fue vendiendo a la galería obras no catalogada­s de estos cotizadísi­mos pintores. Autentific­adas por los más prestigios­os expertos y avaladas por los personajes más relevantes del mundo del arte (el propio hijo de Rothko lloró ante una de estas obras atribuida a su padre), las falsificac­iones fueron a parar a las manos de los más selectos coleccioni­stas, prestigiar­on a la galería y, sobre todo, enriquecie­ron a los timadores, a saber, la manager, su novio (un español de Lugo que -genio y figura- después de la entrevista intentó venderle al director la armónica de Bob Dylan) y un chino del barrio de Queens que durante años imitó a la perfección el estilo de los maestros americanos pintando sobre lienzos envejecido­s con té verde y polvo de aspiradora. La estafa se destapó cuando un comprador solicitó un examen forense del cuadro y se descubrió que los pigmentos acrílicos usados eran posteriore­s a la muerte de su supuesto autor. El documental termina con una inquietant­e ref lexión: ¿Cuántas obras falsas colgarán de las paredes de los grandes museos?

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