Arrimar el hombro
Preguntada una de las enfermeras jubiladas, de las que voluntariamente participan en la campaña de vacunación masiva en Madrid, dijo que “estaba allí para arrimar el hombro”. Pero también ocurrió en Barcelona y posiblemente en otros lugares de España. El hecho, uno más en este tiempo de azote colectivo y tragedias personales, exige no dejarlo pasar y retener su recuerdo y su ejemplo antes de que le sepulte el aluvión de noticias e imágenes que a diario nos traen los medios de comunicación y las redes sociales.
Con el uso de la expresión “arrimar el hombro” se declara la voluntad de hacerse cargo de forma humilde y solidaria de una parte de la carga que soportan los demás y en este caso, además, lleva la grandeza de servir a una necesidad social. Ésta, la sociedad, que es ese entramado impersonal de usos y costumbres que van desde la lengua hasta las instituciones pasando por los modos de organización y de hacer política, va inoculándose en nosotros desde que nacemos. Y como todos la llevamos dentro, en cierta medida, también lo somos. Nuestro vivir depende de ella y mejorarla es también la obligación de todo bien nacido. Actitudes como las de aquellas enfermeras, junto a las que vienen teniendo otros muchos, hacen de la sociedad un tejido más elástico y capaz de soportar grandes tensiones sin romperse. Pero también más seguro, por existir una fuerza de recuperación social que trata de no dejarnos abandonados o sometidos exclusivamente a las fuerzas del azar.
Desandando el tiempo encontramos un periodo de nuestra vida colectiva en el que la rigidez se impuso a la flexibilidad. Como sabemos todos, en los años treinta del siglo pasado se quebró la sociedad española por distintos estratos y en varios trozos que, reagrupados en dos y sintiéndose insolidarios uno de otro, acabaron chocando violenta y trágicamente. Todos perdieron, todos perdimos. Recoger la enseñanza y recordarla siempre es condición necesaria de buena inteligencia colectiva. Mas la condición suficiente es que cunda el ejemplo de los mejores. Quien estima la ejemplaridad trata de imitarla y emularla y su efecto es el de elevar solidariamente al resto social. Apliquémoslo a la política, nos lo exige la encrucijada en la que vivimos hoy día caracterizada por los efectos de la pandemia, los cambios tecnológicos y las fuerzas descontroladas de la globalización.