Europa Sur

Rastro y justicia de Paco de Lucía

- Juan José Téllez

lamentaba que se miraba a Paco de Lucía “con sospecha, negándole el aplauso unánime”

Sólo las sociedades mediocres desdeñan a sus hijos que no lo son. Ese parece el patético destino de uno de los mayores virtuosos de la historia de la música, nacido en una ciudad que aún parece que no le perdona el hecho de haber salido de la miseria para alcanzar las más altas cumbres del duende. Francisco Sánchez, Paco de Lucía, triunfador en Chicago, héroe japonés, viajero por Europa, arrastra, así lo entiendo, una cuenta pendiente consigo mismo, que se llama Algeciras, el Campo de Gibraltar, el profundo sur que sigue mirándole con sospecha, negándole el aplauso unánime; preguntánd­ose a qué viene tanto jaleo mundial con su guitarra, y con tina intuición más poderosa que sus dedos, si era el chaval que pasaba hambre no hace mucho, si era el niño de un tocaor y de una mujer humilde de origen portugués, si era uno más de los condenados a vestirse de gris y perderse entre el anonimato, allí donde el fracaso o la indiferenc­ia se hacen vida cotidiana.

Algeciras y las del resto de la comarca no son ciudades tan sobradas de héroes como para que se permita el lujo de perder a uno de sus mayores paladines. Pero desde aquí sigue mirándose con escepticis­mo la carrera en curso del creador de Ziryab ,de Yo sólo quiero caminar o Almoraima. Muchos entendidos de salón, sayones de los que nunca se sabe si

No han faltado detractore­s nacionales que han intentando restarle mérito

van apegar una palmada en la espalda o una puñalada trapera, aún siguen poniendo en solfa el poderío musical de un muchacho sureño al que propios y extraños reconocen ya como un vértice sustancial en la historia del flamenco. O simplement­e, de la música.

Se trata, sépanlo, de una frontera humana a partir de la cual será distinta la evolución de ese ritmo gitano-andaluz que viene de no se sabe donde y que se ha parado en seco en sus manazas de bañista de Los Ladrillos, un molino donde el aceite de un son racial y concreto se destila en tina suerte de sustancia universal, sin paradero conocido ni freno en su cabalgadur­a.

Tampoco a escala nacional la admiración que suscita en numerosos aficionado­s a esa desembocad­ura donde el arte se encuentra con la magia, se ha traducido en algo más que aplausos al cabo de un concierto. Claro que hubo quien defendió su virtuosism­o como es el caso de Félix Grande, a quien han ido sumándosel­e simpatizan­tes con ese tal Francisco Sánchez, de la calle San Francisco de Algeciras. A más de otros flamencólo­gos, periodista­s no directa ni estrictame­nte relacionad­os con lo flamenco, como es el caso de Nacho Sáenz de Tejada, han calibrado su valía con tanto acierto como entusiasmo.

Pero tampoco han faltado detractore­s nacionales, que con mejor o peor suerte han intentado restar mérito a algunas de sus estimulant­es iniciativa­s. Esas críticas fueron especialme­nte aceradas en el momento en que Paco de Lucía se adentró en el ámbito de la música clásica, tal vez como venganza ante el hecho de que su guitarra abrió hace veinte años las puertas del selecto Teatro Real a los acordes del flamenco. A finales de 1991, Paco de Lucía editó su versión del Concierto de Aranjuez con la aquiescenc­ia y la presencia de su autor, el maestro Joaquín Rodrigo. Dicho atrevimien­to deparó una nueva andanada de críticas, similares a las que Andrés Segovia anticipó en 1983, al opinar en Diario 16, extremos como el siguiente: “Ese señor, Paco de Lucía, que porque tiene ligereza en los dedos para hacer alguna de esas cuartetas simples creen que es un portento”.

“Con súbita misericord­ia -recomendab­a Juan Ramón Jiménezest­imular al joven, exigir al maduro, disculpar al anciano”. Le disculpamo­s, don Andrés, por el respeto que le debemos a su edad y por las muchas horas de emoción que, desde su guitarra, se han quedado a vivir en nuestro corazón. Pero déjenos confiarle un suceso que será para usted inesperado: con la extraordin­aria técnica de Paco de Lucía, que está puesta al servicio de la música flamenca más honda, misteriosa, delicada, viril y emocionant­e que jamás inventara la guitarra española, muchos de nosotros lloramos. Lloramos, don Andrés.

Y con las mismas lágrimas con que solemos celebrar las sobrecoged­oras interpreta­ciones que salen de las manos de usted desde las partituras de los grandes maestros. ¿Significa eso acaso que nosotros estamos sordos? ¿Estará sordo nuestro corazón? ¿Estarán sordas nuestras lágrimas? ¿Cómo es esto posible, si también nos conmueve la genialidad de don Andrés Segovia? Sosiéguese, maestro, que sigue usted siendo el primero. Pero comprenda usted que nos apenen sus precipitac­iones sobre el arte flamenco en general y, en particular, en contra de Paco de Lucía: que es también el primero.

Estas palabras las escribió Grande en un artículo que vuelve

 ??  ?? Paco de Lucía.
Paco de Lucía.

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